Aparece la imagen de la figura de un joven de 22 años de edad, una silueta frágil talla, de un rostro feliz y de una sonrisa poderosa como una llave universal que abre las puertas. Muchos años después, allá, en Beijing, tuvo que aparecer un par de minutos danzando sobre la pista de hielo para que lo conocieran en su país.

A Miles de kilómetros de su ciudad, de su pista de hielo, donde pasó años, México conoció a Donovan Carrillo: el patinador de un país que irrumpe en los Juegos Olímpicos de Invierno, competencias que son poco menos que populares en su nación.

Y lo vimos patinar, lo vimos volar, lo vimos caer, lo vimos levantarse, siempre determinado, siempre enfocado y siempre sonriente, pleno, como si su felicidad no dependiera de otra cosa que no fuera estar justo donde está. Sin importar el resultado de la competencia, con la satisfacción del que ha hecho el trabajo y disfruta de la cosecha.

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Su historia de vida ya está en portales nacionales e internacionales. Relatan con color, con crudeza, con hechos, con palabras de sus padres, de sus amigos, de su entrenador, la problemática para cumplir su sueño y lograr que ahora no sólo sea el suyo sino el de otros tantos.

¿Cuántos de nosotros podemos decir que en lo que hacemos estamos entre los mejores 30 del mundo?

¿Cuántos de nosotros podemos sonreír aún cuando nos hemos caído?

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Donovan Carrillo regresará a México y se seguirá enfrentando a la problemática que existe en nuestro país para poder realizar su sueño, pero lo seguirá haciendo. No ganó una medalla, pero sí visibilidad. Carrillo representa a la resistencia de aquellos que todos los días le ganan al sol para salir a trabajar. Carrillo es parte de raza que empuja, que insiste, resiste y persiste. Que está ahí, que trabaja y se sobrepone,

El barco está apunto de zarpar, quién se sube al navío de Donovan Carrillo.

Paco Vela en Twitter: @PacoVela14