No pasó inadvertido para los nuevos juaristas que el jueves 18 de julio se volvió a sentir, en el marco del 152  aniversario de la muerte de nuestro prócer, don Benito Juárez, la inmensidad de su legado.

Reunidos en Guelatao, un grupo de académicos destacamos varias ideas que nos provoca su vida y obra.

Así, por ejemplo, el repaso de la gesta singular de una persona indígena: la que salió de su pueblo, en 1818, a los 12 años y sólo hablaba zapoteco, en tanto que el día de su muerte, el 18 de julio de 1872, hablaba, leía o entendía cinco idiomas: zapoteco, español, latín, inglés y francés.

Juárez el seminarista y masón; intensa y dolorosamente familiar, huérfano desde niño, el esposo de Margarita Maza y deudo de sus numerosos, muy queridos y malogrados hijos.

Juárez el alumno, profesor, abogado, jurista, político y estadista, trashumante, prisionero, exiliado, revolucionario, gobernante, legislador, ministro, presidente, administrador.

Más aún, en estos Diálogos evocamos el peso de  la realidad y la fuerza de la mitología  del viaje infantil sin regreso al seno familiar o la raíz de origen; la preservación de los valores de humildad y sobriedad aún en los más altos cargos; el apego a los principios y la legalidad básica sin excepciones; la perseverancia y la fe religiosa y laica en los ideales y un mejor futuro.

Empero, el mayor impacto que pudimos experimentar radicó en coincidir con el primer regidor del Ayuntamiento de Capulalpam de Miguel Méndez –este, junto con Marcos Perez, guía de Juárez– prestando tequio o servicio a la comunidad como albañil para remozar la plaza cívica municipal.

Confirmamos nuestras convicciones en el sentido de que mucho hay en los saberes locales de los pueblos originarios que deberíamos incorporar a la cultura social y política dominante.

Una vida austera y más auténtica; el diálogo circular y el trabajo colaborativo; el respeto a la otredad humana y no humana; la recreación de instituciones más nuestras y menos ajenas; la capacidad de sincronizar mediante lenguaje accesible el conocimiento especializado con el sentido común, y, por ende, crear normas, interpretarlas, aplicarlas, juzgar y hasta evaluar su eficacia, todas estas son prácticas comunales que deberíamos cultivar e instrumentar en la sociedad hegemónica.

Nada o poco hay más democrático que la vida comunitaria, suprimir privilegios, compartir recursos y el uso del saber en beneficio de los demás.

Cuando la vida comunitaria se extrapola y convierte en sistema social, económico, jurídico o político complejo, sin las garantías idóneas, suele enajenar y extraviar sus fines colectivos en perjuicio del desarrollo de una personalidad sana, a la vez que degrada al ser humano y su hábitat.

A Juárez, el liberal vanguardista, le debemos el impulso vital de la Reforma o la Segunda Transformación histórica de la vida pública del país.

Paradójicamente, le deberemos atribuir el haber sentado las bases del capitalismo mexicano al liberar a la sociedad de sus ataduras tradicionales.

En nuestros días, al presidente López Obrador le acreditamos el liderazgo promotor de la Regeneración de estado y sociedad o la Cuarta Transformación en tanto proceso y proyecto.

A la renovación femenina del poder presidencial, simbolizada en Claudia Sheinbaum, corresponderá continuar con sentido crítico generando las condiciones hacia una nueva síntesis que exprese los mejores valores que nutren nuestras identidades compartidas.

En la historia remota y reciente, en las propias fuentes sin desmedro de las enseñanzas procedentes de otras culturas, y en nuestra capacidad de labrar futuro común habremos de forjar, plenos de ideales y sin ingenuidades, el país con las instituciones que prueben ser más funcionales.

Así lo exigimos y lo merecemos en un México más justo.