La virtud, entendida desde la filosofía clásica, ha sido el pilar que guía la conducta humana hacia el bien común. Conceptos como la templanza, la prudencia, la justicia y la fortaleza fueron concebidos no sólo como valores personales, sino como herramientas colectivas para sostener la vida pública.
Con el paso del tiempo, estas virtudes se diluyeron y quedaron reducidas a palabras vacías. Sin embargo, hoy resultan indispensables para recuperar un modelo de liderazgo que no se mida sólo en cifras o resultados inmediatos, sino en su capacidad de inspirar confianza, servir a los demás y orientar decisiones hacia la justicia y la dignidad compartida.
La ética frente al individualismo
En la actualidad, muchos liderazgos han perdido esta base ética. La fraternidad, que Séneca describe como “una red de ayudas mutuas”, ha sido desplazada por el individualismo, promovido por un modelo neoliberal que intenta presentar el egoísmo como virtud. Ante este panorama, urge replantearnos el sentido de las virtudes como raíz de un liderazgo que una y piense en lo colectivo antes que en lo individual.
Virtudes para tiempos convulsos
Platón advertía que cuando las leyes no se apoyan en una buena educación, la sociedad se extravía. Su idea sigue vigente: las virtudes equilibran pasiones como la ira, el miedo, la envidia o los excesos, que al desbordarse dañan a los demás. Ser justos no es castigar con dureza, sino actuar con equilibrio, mantener las emociones bajo control y orientar las acciones hacia lo que beneficia a la comunidad.
Humildad y servicio como principios
Un liderazgo virtuoso nos conduce a la humildad y al servicio. La humildad no como debilidad, sino como serenidad y prudencia; el servicio no como sumisión, sino como la capacidad de compartir lo que sabemos y tenemos en beneficio del bien común. Este principio se acerca al “mandar obedeciendo” de las comunidades zapatistas: gobernar desde la escucha y la responsabilidad hacia los demás.
El papel central de la educación
Aquí la educación es clave. La escuela no solo transmite conocimientos técnicos, también forja carácter y convicciones. Es el espacio donde niños y jóvenes aprenden prudencia, justicia y solidaridad. Pero la pregunta es: ¿cómo transformar estas virtudes en experiencias vividas y no solo en teorías?
La respuesta está en impregnar la dinámica escolar de ética y filosofía: en la manera de enseñar la ciencia, en la forma de resolver conflictos o en la organización de proyectos colectivos. La virtud debe convertirse en práctica cotidiana.
Un horizonte ético para liderar
Hablar de liderazgo basado en virtudes es hablar de un horizonte ético que compromete a toda la sociedad. La formación académica debe ir siempre acompañada de formación humana:
- Templanza para enfrentar dificultades sin desesperar.
- Fortaleza para sostener proyectos comunes.
- Prudencia para decidir con equilibrio.
- Justicia para convivir en comunidad.
Recuperar las virtudes no es nostalgia por el pasado, sino la construcción de un presente más consciente y un futuro más justo. Necesitamos liderazgos que escuchen, dialoguen y transformen; que gobiernen desde el servicio y que hagan de la humildad una fuerza. Liderazgos que inspiren con el ejemplo y no con el poder.
Solo así podremos formar generaciones que entiendan que el verdadero bien común es la medida de todo esfuerzo.
Con la colaboración de Raúl Vazquez.