“Agua y aceite”. Dos sustancias que, según el dicho popular, jamás podrían mezclarse. Sin embargo, un grupo de científicos de la Universidad de Edimburgo demostró, hace algunos años, que bajo las condiciones de presión adecuadas, sí pueden hacerlo, desafiando una verdad que parecía inamovible.
Las diferencias entre países funcionan de manera similar. Lenguas, costumbres, formas de pensar y tradiciones que parecen incompatibles encuentran puntos de encuentro cuando existen las condiciones adecuadas. Dos de esas condiciones, quizá las más poderosas, sean la cultura y el arte.
El arte y la cultura son esa presión capaz de unir lo aparentemente incompatible. Son lenguajes universales que no necesitan traducción: apelan directamente a las emociones, ese territorio común que compartimos todos los seres humanos. Desde lo que sentimos, más que desde lo que pensamos, se tejen los puentes más sólidos entre las personas.
El Festival Internacional Cervantino 2025 fue una muestra de ello. Como país invitado de honor, el Reino Unido llevó a Guanajuato una propuesta diversa que fue del fandango veracruzano fusionado con la música celta, hasta una ópera británica sobre cambio climático proyectada en muros coloniales. Cada acto fue distinto, pero todos compartían un mismo propósito: tender puentes entre México y el Reino Unido, en el marco de los 200 años de relaciones diplomáticas. Y a ello se sumaron las conferencias y talleres de un programa académico que exploró el poder de la cultura y el arte para la acción climática.
Pero, ¿por qué seguir creando estos espacios culturales? Porque en un mundo tan interconectado como complejo, enfrentamos desafíos que van desde la justicia social hasta el cambio climático y que no pueden enfrentarse en soledad. El arte y la cultura ofrecen un lenguaje común que abre caminos para la colaboración y la acción colectiva hacia un futuro más justo y sostenible.
Además, el poder del arte también reside en su capacidad de movilizar. Diversos estudios han demostrado que las emociones son motor de la acción. Por eso, cuando una obra nos conmueve o nos inquieta, no solo nos hace sentir; nos impulsa a reflexionar, decidir y actuar. Ahí reside el doble poder de la cultura y las artes: unir y movilizar. Son una fuerza que inspira cooperación entre personas, países y culturas.
Ante ello, seguir invirtiendo en cultura no es un lujo, sino una necesidad. Más allá de los beneficios económicos y empleos que genera, la cultura construye comunidad, despierta conciencia y fortalece la cooperación internacional. Pero el propio sector también debe transformarse. Debemos asegurar que el arte y las instituciones culturales sean sostenibles, responsables y conscientes de su impacto ambiental y social.
El Cervantino nos recordó que la cultura puede ser una fuerza de cambio y que bajo las condiciones adecuadas, es decir, creatividad con propósito, colaboración y empatía, incluso “el agua y el aceite” pueden mezclarse. Y esto es clave, porque solo juntos podremos enfrentar los grandes desafíos de nuestro tiempo.
Darren Coyle, director del British Council para México y el Caribe.





