El comentarista de extrema derecha Charlie Kirk fue ejecutado por un francotirador en pleno evento realizado en la Universidad del Valle de Utah. Contrario a las versiones falsas y, francamente, aberrantes, difundidas principalmente en la red social, propiedad de Elon Musk, X, no se trató de un tirador trans ni de una persona “antifascista”, o simpatizante del Partido Demócrata.

El presunto asesino, o uno de los asesinos, de Kirk, es el joven anglosajón Tyler Robinson, residente del mismo estado de Utah, conocido por su mayoría mormona.

Robinson fue entregado a las autoridades por su propia familia, actuando con responsabilidad hay que reconocerlo.

También cae, por su propio peso, la teoría de “un complot de extrema izquierda (prácticamente inexistente en los Estados Unidos) y de los “liberales demócratas”. La familia de Tyler está conformada por policías, militares, religiosos y están registrados como miembros del Partido Republicano.

De hecho, en las muchas imágenes que ya circulan de Tyler y su familia en redes sociales, se puede ver que el presunto tirador estaba familiarizado con armas de alto poder desde una temprana edad, como es común en muchas partes de la sociedad estadounidense.

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Esa es la nueva realidad estadounidense, en donde un joven envenenado por las redes sociales y las salas de chat de videojuegos decide quitarle la vida a Kirk por no ser lo suficientemente radical. Bienvenidos a los “años de plomo”. La estrategia de la (hiper)tensión ha llegado a casa.

De nueva cuenta, insisto, en el contexto de la destrucción de la globalización como modelo económico y la retirada de Estados Unidos de grandes regiones del mundo a su autoproclamada “fortaleza americana” ¿nos conviene atar nuestro futuro económico, tecnológico y hasta existencial a un país al borde del colapso y estallido social?