Entre todas las posibles variables explicativas del espectacular ascenso y expansión política de Morena, está la del impacto de la economía internacional-nacional en el sistema de partidos.

Entendido de varias formas por distintos expertos o concepciones, el hecho es que aquél sistema es el más dependiente del contexto histórico-social.

Lo es en comparación con el sistema electoral porque este es concertado y definido por los partidos.

Lo es, en contraste con el sistema de gobierno, mismo que depende más del sistema de partidos y el sistema electoral a través del cual se accede al poder, se distribuye y controla.

Pero el sistema de partidos –aunque también es una función del sistema electoral en tanto fórmula electoral– sí que recibe más influencia del pueblo, la ciudadanía, sus necesidades, preferencias y hábitos, tanto los constantes o perdurables como los cambiantes o dúctiles.

Si las mayorías populares, sociales o ciudadanas no se ven reflejadas en determinadas opciones partidarias, o bien, las dirigencias de estas pierden apuestas o yerran en decisiones o acciones estratégicas de alto impacto económico, entonces pueden extraviar su base electoral y ceder el lugar a sus oposiciones.

No es la única causa, pero sí una muy notoria en el caso mexicano, lo mismo que en otros casos nacionales y no solo en América Latina, el que así como los apuestas económicas y errores de operación de gobiernos de finales de los 70as abrieron la puerta al poder a partidos de centro y centro-derecha, estas organizaciones y sus coaliciones hayan sido a su vez impactadas por el péndulo antiglobalización presente a partir de la Gran Recesión durante la más reciente década a partir de 2009.

Dado que las consecuencias negativas de la globalización neoliberal –cuyos positivos tampoco son innegables– las siguen pagando las mayorías populares, las opciones que abanderen de manera efectiva sus causas podrán sobrevivir o tener más éxito, mas aún si se hacen cargo de los nuevos movimientos sociales como el feminismo, la diversidad o el interculturalismo.

En consecuencia, si Morena y su dirigencia central despliegan el talento necesario para consolidarse y su principal coalición opositora se mantiene atada a las causas del dolor de la mayoría, que nadie se diga sorprendido por los resultados que una y otra opciones sigan cosechando.

A la democracia pluralista en un país tan desigual, informal y polarizado no le es útil ningún extremo: la fragmentación o la hiper centralización hegemónica.

La madurez y, sin duda, la propia dinámica de la política deberán propiciar que en algún punto de este marcado recambio de condiciones históricas –y en particular económicas– el sistema de partidos, sin dejar de ser gobernable, recobre legitimidad y eficacia.

Este es un factor crucial para la salud de la vida pública en cualquier estado democrático, más aún en el contexto contemporáneo tan cargado de riesgos e incertidumbres.

Eliminar esa variable equivaldría a una especie de eutanasia colectiva.

En cualquier situación económica, antes o después de la globalización neoliberal, la justicia social exigió y requiere aumentar la igualdad real.

Empero, demandó y reclama a la vez la libertad fundamental para optar de manera responsable por el destino que decidamos en las urnas.

Esto no ha sido y no puede ser posible sin auténtica pluralidad partidaria.