El expresidente Felipe Calderón Hinojosa es el enemigo público número uno del obradorismo. AMLO lo repudia; tal vez derivado del hecho mismo de que el candidato del PAN lo derrotó en las urnas o quizás por representar el ala más “conservadora” de la “derecha” mexicana.

Hace apenas unas semanas la presidenta Claudia Sheinbaum expresó en una de sus mañaneras que la oposición estaba “obsesionada” con AMLO, mismo que había dejado el poder –dijo la mandataria– hace un año. Pues bien habría que revirar el argumento cuestionando al morenismo que ha vivido obsesionado con el sexenio calderonista que terminó hace más de una década.

Acusan a Calderón de haber militarizado el país. No se equivocan. El panista, seguramente sabedor de su exigencia de utilizar todo el peso del Estado contra los delincuentes, ordenó la salida de los militares de los cuarteles. Fue un error. Su decisión no solamente no terminó con el crimen organizado, sino que desató una ola de violencia que cobró la vida de miles de mexicanos.

AMLO y Sheinbaum, por su parte, lejos de ordenar el regreso de los soldados a los cuarteles, decidieron reformar la Constitución con el objetivo de legalizar lo que antes había hecho Calderón al margen de la ley, es decir, involucrar a los militares en tareas que no corresponden a sus deberes castrenses. Lo anterior provocó, como es bien sabido, que el tabasqueño decidiese asaltar a la Suprema Corte tras su decisión de declarar la inconstitucionalidad del decreto que colocaba a la Guardia Nacional bajo Sedena.

Tras la nueva militarización, y con el control de puertos y aduanas por parte de Sedena y Marina, han tenido lugar las operaciones relacionadas con el huachicol fiscal: el fraude contra el Estado mexicano más grande en la historia del país.

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Golpean a Calderón y le recriminan haber sido el iniciador de la violencia. Lo repiten una y otra vez, incesantemente, en una suerte de discurso fabricado que sirve como comodín discursivo ante sus propias incapacidades de cumplir con sus obligaciones constitucionales, políticas y éticas de ofrecer seguridad a los ciudadanos.

El obradorismo vuelve al pasado y pretende que todos le sigan, como si se olvidasen de que ellos han gobernado durante siete años y que buscaron el poder –y fueron electos- con la exigencia pública de resolver la fallida estrategia de seguridad implementada por Calderón y Peña.

El régimen ha sido incapaz de reconocer sus errores. Tal vez imbuidos de las alucinaciones mesiánicas que envolvieron a AMLO, Sheinbaum y sus voceros miran hacia la presidencia de Calderón en un acto de torpeza, cobardía y cinismo ante la violencia que continúa, que no han podido resolver y que no ha dejado de extenderse a lo largo del país.