LA POLÍTICA ES DE BRONCE
Un asunto que me enoja y preocupa es que, en estos momentos, en el escritorio de Donald Trump hay más información sobre los cárteles, la delincuencia organizada y las redes de corrupción en México que en el escritorio de la presidenta Claudia Sheinbaum. La información es poder. Esta situación otorga a los estadounidenses una ventaja sustancial en cualquier proceso de negociación y relación bilateral entre ambos gobiernos.
¿Por qué Estados Unidos tiene esa cantidad y calidad de información? La respuesta breve es porque Estados Unidos cuenta con una estructura de inteligencia y espionaje desde hace décadas que opera prácticamente en todo el mundo y, particularmente, en países como el nuestro, que tienen una ubicación estratégica y relevancia económica.
No sólo hablo de las acciones tomadas por Donald Trump en este año, sino de una decisión de Estado que los estadounidenses adoptaron prácticamente desde que México logró su independencia. Nuestra historia da cuenta de la relevancia que la inteligencia y el espionaje tuvieron en momentos como la independencia de Texas y la invasión norteamericana, donde perdimos más de la mitad del territorio. En la Primera y Segunda Guerra Mundial, México fue un hervidero de espías; lo mismo durante los años más duros de la Guerra Fría. No son teorías de conspiración, sino expedientes que se han filtrado o desclasificado.
En la actualidad, los satélites, drones y demás avances tecnológicos, así como las redes sociales, facilitan la vigilancia del Gran Hermano. La operación de extracción de “El Mayo” Zambada —aún en el gobierno de Joe Biden— fue una obra maestra desde el punto de vista de las operaciones encubiertas, por la capacidad de las agencias o contratistas del gobierno para infiltrar, negociar y operar la captura y traslado del narcotraficante que, por más de medio siglo, evadió a la justicia.
Vale la pena leer y releer la carta de “El Mayo” Zambada, pues da detalles muy interesantes de cómo se montó la operación para capturarlo y quiénes intervinieron.
Más allá del discurso beligerante del presidente Donald Trump, está la clasificación de los más importantes cárteles mexicanos como grupos terroristas externos. No se vayan con la finta de la intervención armada directa o eliminación de capos: ese escenario aún se ve distante. El aspecto relevante de lo que estamos hablando es que esta clasificación es la llave para que las agencias y contratistas estadounidenses tengan luz verde para incrementar las acciones de inteligencia y espionaje, ya sea de manera conjunta con las autoridades mexicanas o bien de manera encubierta, como les gusta a los estadounidenses.
Hablo de la vigilancia y recopilación de información por medio de satélites, drones y aviones espía; de la intervención no sólo de cuentas bancarias y movimientos financieros, sino también de la vigilancia en teléfonos móviles y redes sociales, así como del despliegue de operaciones encubiertas.
Además, en este año México trasladó a Estados Unidos a medio centenar de líderes del narcotráfico para ser juzgados en cortes de ese país. Como ya sabemos, la lista incluye desde Rafael Caro Quintero hasta los hijos del Chapo Guzmán, pasando por “La Tuta” y lugartenientes del Cártel Jalisco Nueva Generación. El gobierno estadounidense no los va a torturar ni a inyectarles suero de la verdad para obtener lo que buscan: negociará con ellos dinero, mejores condiciones para su condena y protección para su familia a cambio de información.
No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que, en estos momentos, en los círculos más cerrados del poder de algunos gobernadores y de ciertas dependencias del gobierno federal mexicano ya operan espías y personal de agencias estadounidenses.
Ante esa disposición de recursos del lado estadounidense, surge la pregunta: ¿México tiene alguna estructura de inteligencia, ya no para saber lo que ocurre tras los telones del gobierno estadounidense, sino para conocer lo que ocurre en nuestro propio territorio? La respuesta es: no.
Eso pienso yo. ¿Usted qué opina? La política es de bronce.