Gerardo Fernández Noroña, aquel líder y referente moral de la izquierda nacional, fue un tribuno apasionado con discursos coherentes, dignos de oposición, dignos de clases de oratoria. Él enfrentó a García Luna, puso en el ojo del huracán la lucha contra el narco durante el gobierno de Felipe Calderón y señaló despilfarros y abusos, gastos excesivos en gobiernos del PRI y del PAN.

Ese que soñó con ser presidente de México, para quedarse solo en la fantasía del escaño y en la falacia del poder que ser presidente de la cámara alta le pudo dar, al parecer perdió el piso y le gusta seguir lejos de él. Pues en su vasta necesidad de altura de miras, y de querer tocar el cielo con el lujo a la mano, ha sido encontrado culpable de caer en las mieles de lo banal, de lo impuro, de lo fifí.

Y es que, en la que parece una cacería de brujas contra quienes compitieron con la hoy presidenta Claudia Sheinbaum por la candidatura de Morena en el 2023, el que no deja de ser el centro de atención es justamente Noroña, junto con su colega senador Adán Augusto. Desafortunadamente, ninguno ha brillado por su destacada labor parlamentaria. Uno por los lujos y el otro por los excesos y algunos desvíos de los que esta columna no es objeto.

Noroña, como buen rebelde, va en contra de todos los principios. Ahora está en contra de los principios del Movimiento de Regeneración Nacional, como lo hizo del partido que fue su casa, el PT. Hoy es nota por tomar vuelos privados, por tener casas millonarias, pero sobre todo por faltar a la sobriedad y a la discreción de la austeridad republicana, bandera que Morena exige.

El senador no es sino más que una pantomima de la lucha que encabezó; es la muestra palpable de lo que el dinero o el poder puede comprar o corromper. Hoy es un bosquejo borroso de aquel luchador social que parece más protagonista del Club de Reforma.

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Lo que no comprende el compañero Noroña es que el problema no está en las posesiones que probablemente tiene de manera honesta. El problema es el de la narrativa, la coherencia y la congruencia.

La izquierda mexicana que durante décadas abanderó la causa de la justicia social y la ética, enfrenta hoy su propio espejo: líderes que confundieron la transformación con la comodidad. En esa confusión, Noroña se convierte en símbolo del cambio del desgaste moral que produce el poder cuando se olvida la causa.

Noroña se ha convertido poco a poco en el malhechor que hace años buscaba combatir, en el antipersonaje de su partido o plataforma política y, peor aún, del que la presidenta busca deslindarse.

Malhaya sea la suerte y el porvenir que le esperan a quien fuese estandarte para convertirse en cachivache.