Mi niñez se desarrolló en un especie de campo minado, en donde en cualquier momento todo podía estallar y yo podría salir lesionada y no fue así, porque siempre existió alguien que me amó y que vio por mí.
Lo que tengo y lo que soy fue gracias a mis padres y a mi única hermana, que ya trascendieron, pero siguen viviendo en mí, en todo momento.
Mi madre tenía problemas graves y profundos de depresión y alcoholismo, así que en tanto ella luchaba contra esos demonios que la capturaron para ya no poder salir nunca más, mi única hermana, trece años mayor que yo, se hizo cargo de mí.
Mi padre, un hombre honesto, infinitamente trabajador, recto, pero muy duro y violento verbalmente , casi no pasaba tiempo en casa, pero cuando él estaba me llenaba todo el corazón con tan solo verlo porque lo admiraba y amaba profundamente.
Diríase que fui también una niña sobreviviente. Mi madre siempre intento recuperarse, pero sus dolores físicos y emocionales no se lo permitían, hoy sé que ella hizo lo que pudo con lo que tuvo. Durante muchos años ya no pudo caminar. Y mi hermana entonces me adoptó amorosamente, como una especie de misión, como si fuera un ángel, es que lo era...
Y llegó mi adolescencia, ese momento en el que quieres confrontar al mundo entero, de rebeldía contra todos, mi madre me confesó a mis 16 años que mi hermana había sido adoptada. En ese momento lo único que sentí fue más amor por ella, que confusión.
Ella, mi hermana hacía las veces del padre de la película “La vida es bella”, Guido Orefice. En medio del caos de mi madre por su depresión, las pastillas y el alcohol y un padre ausente pero que cuando estaba presente se podía tornar violento y agresivo, mi hermana montaba todo un escenario de risas y de diversión y música para que yo no me diera cuenta de nada, me hacía reír y me contaba historias macabras y fantásticas en donde yo no podía cerrar la boca de la impresión.

Fui una niña perdida por ahí, rescatándose todo el tiempo. Una niña que alguien miró, una maestra de primaria, quien algo raro notó en mí y quiso hablar con mi madre. Realmente no comía casi… y mi aseo personal no era el adecuado, así que esta maestra (Esperanza, se llamaba) fue una de las pocas personas que se interesó por mí y porque yo estuviera bien, solicitando incluso visitar mi casa. Quién sabe que habrá sido de esa maestra, y si aún está viva y quizá me lea, le agradezco haberme puesto a salvo.
Mi niñez pasó en medio de música y canciones, siempre amé cantar, cantar para mí era mi remedio y mi salida y aún amo hacerlo aunque no lo hago tan seguido. Supongo que el adulto devoró a la niña que habita en mí. Es bueno dejar salir a esos niños internos y ponerlos de nuevo a jugar, a cantar, a mojarse con la lluvia, a reírse otra vez.
Mi niñez transcurrió entre los esfuerzos de mi madre por mantenerse en pie sin tambalear y en medio de varios intentos de suicidio que terminaron por arrebatarle la vida y mi padre que a pesar de su carácter implacable, me daba su mano y se cercioraba que nunca me faltara nada. Él fue un niño abandonado, su padre se fue de la casa para comprar cigarros y nunca más volvió. Tampoco sabía muy bien cómo dar amor y de qué se trataba el amor. Ahora lo puedo entender.

Mi hermana fue música para mi vida. Así la describiría. No se casó y prefirió vivir por y para nosotros. Este Mayo 2 cumpliría 63 años. Y hace 6 años que partió, dejándome roto el corazón en mil pedazos.
Nunca supe si ella sabía que había sido adoptada o no. Pero si lo supo, no le importó, porque no dejo un solo día de ver infinitamente llena de amor por mis padres y por mí.
Mi niñez fue perfecta porque tuve lo que en ese momento era perfecto para enfrentar la vida después y ahora lo entiendo también.
Mi niñez fue profundamente solitaria, pero siempre acompañada por la música. Les comparto que tenía una rara obsesión en mi niñez y era atrapar moscas y “adoptarlas”. Las metía en un recipiente de plástico con migajas de pan y y una corcholata llena de agua. Les ponía nombre y las hacía mis amigas. Las amaba.
Mi madre se enojaba muchísimo y las liberaba, decía que estaba loca. Hoy sé que aquella niña siempre tuvo unas inmensas ganas de amar y de sentirse amada. Esa niña jamás pensó que años adelante se le formara un tumor maligno en el seno. Entonces, Cuando siento que no puedo más , recurro a mi niña interna. Esa que quisiera componer en mí lo que está roto. Tengo una foto de mi niñez en mi cama. La miro diario y le doy siempre las gracias y la venero por ser tan valiente y buena.
Sé que esa niña es una sobreviviente en todos aspectos. Una niña que le agradece a Dios los padres y la hermana que le tocaron, porque fueron perfectos para que yo pudiera seguir en pie.
Mi madre era belleza y era desgracia.
Mi padre era inteligencia y eran heridas y furia por el abandono de su padre.

Mi hermana, el ángel que Dios me mando, pura y transparente siempre.
Y aunque a los tres la vida ha decidido llevárselos, hoy sé que cada cosa que hizo mamá y papá, desde donde pudieron y con lo que tuvieron fue por amor. Hoy sé que si hoy sigo viva más allá de la voluntad de Dios fue gracias a ellos.
En este Día del Niño quise compartirles mi historia de mi niñez porque quizá te veas reflejada o reflejado en algún detalle y te invito a que perdones a esa mamá y a ese papá que no supieron cómo sostenerte cuando eras niño . Aquí hay una adulta de 49 años que sigue teniendo a esa niña dentro, pero que cuesta escarbar para encontrarla.
Hay heridas que se reparan solo amando y escribiendo. He decidido amar y escribir .
No hubo un 30 de abril en mi niñez que pasara desapercibido. No quiero que mis padres y mi hermana pasen desapercibidos en un día como hoy, en un 30 de abril
En homenaje a mis padres, Raul y Adriana, así como a mi hermana, Adriana.