Si alguien quisiera entender, sin rodeos ni eufemismos, por qué la llamada Cuarta Transformación terminó convertida en una gran farsa, bastaría con mirar un anaquel vacío en cualquier hospital público del país. No hace falta más teoría. Ahí está el resumen.
“La mentira más eficaz es la que se dice con buena conciencia.”
Friedrich Nietzsche
“La propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al Estado totalitario.”
Noam Chomsky
La promesa cansa. Más cuando se repite sin cumplirse. Y en México, pocas promesas han sido tan insistentes —y tan fallidas— como la del abasto de medicamentos. Esa es, quizá, la mayor deuda de Claudia y de la llamada 4T.
¡Qué coincidencia! Justo cuando fracasa otro intento de compra consolidada de medicinas, la presidenta aparece “de sorpresa” en un hospital de Ciudad Juárez. Anaqueles “llenos”. Todo en orden. Todo impecable. Todo demasiado perfecto. Ojalá no estemos frente a una versión tropicalizada de las aldeas de Potemkin.
La historia es conocida. En 1787, Grigori Potemkin montó pueblos falsos para impresionar a Catalina II. Fachadas bonitas. Gente sonriente. Prosperidad escenográfica. La zarina pasaba, aplaudía, seguía su camino. Detrás, el decorado se desmontaba. Hoy no hay riberas del Dniéper, pero sí cámaras, discursos y recorridos cuidadosamente planeados. También se pasea una “zarina”. El montaje es más moderno; la intención, idéntica.
Porque afirmar que el abasto está garantizado en un 96% para 2026–¡sí, a futuro!— cuando la última adjudicación apenas alcanzó poco más del 50% no es optimismo. Es demagogia. Es decirle al país que no crea lo que ve, sino lo que a priori se le dice sucederá. Aunque lo que vea sean anaqueles vacíos en clínicas rurales, hospitales generales e institutos nacionales.
Ni en el sexenio anterior ni en el primer año del actual se ha logrado resolver el problema. Pasamos de la gran farmaciota a los carritos, de la centralización absoluta a la improvisación permanente. En medio, la promesa de que seríamos como Dinamarca. Y pues no lo somos. Ni cerca.
Se insiste en que hubo otra licitación. Que esta compra fallida era “complementaria”. Que todo está bajo control. Que ahora sí. Que siempre sí. Que confíen. Pero después de tantos errores, rectificaciones tardías y explicaciones contradictorias, pedir fe ya no alcanza. Menos cuando Birmex no logró licitar ni la mitad de los insumos necesarios.
La pregunta es simple. Brutalmente simple: ¿Hay o no hay desabasto hoy? ¡Hoy, hoy, hoy! No en el hospital que visita la presidenta. En el sistema público de salud. La respuesta, por incómoda que sea, es sí. Lo hay. Y no es marginal.
Antes del año 2019, el abasto rondaba el 98% en las instituciones federales. Casi perfecto. La cancelación de las compras consolidadas, la centralización en Hacienda y los experimentos fallidos —INSABI incluido— rompieron un sistema que abastecía. La propia autoridad lo reconoció. Hubo compras internacionales que llegaron tarde, caras o incompletas. Hubo oncológicos pediátricos ausentes. Hubo padres amparándose. Hubo niños esperando (se les acusó de traidores complotistas). Y hubo silencios y un poder poco tolerante a la crítica.
Eliminar el Seguro Popular sin una transición funcional dejó un vacío enorme. El INSABI nació sin reglas claras, sin padrón confiable y con una opacidad que la Auditoría Superior de la Federación documentó con detalle. En 2023 fue enterrado discretamente y sustituido por el IMSS-Bienestar. Un reconocimiento tácito del fracaso.
¿Alguna acusación PENAL —así como la girada en contra de María Amparo Casar— contra autoridades morenistas? Obvio, no. ¿Alguna consecuencia para quienes diseñaron y ejecutaron ese desastre? No. Ninguna. En la 4T, los errores no se castigan: se renombran.
Y encima, todo esto ocurrió mientras el gasto en salud seguía siendo insuficiente. Menos del 3% del PIB. Muy lejos de lo recomendado. El resultado fue previsible: familias comprando lo que antes recibían, gasto de bolsillo disparado y hospitales con más discursos que insumos. Adiós disminución de la pobreza. Eso también resultó ser otro mito bien narrado.
La infraestructura tampoco ayudó. Clínicas rurales abandonadas. Hospitales inconclusos. Quirófanos cerrados por fallas básicas. Equipos obsoletos. Personal médico precarizado, mal pagado, cansado. Especialistas que se van. Diagnósticos que llegan tarde. Tratamientos que se interrumpen. Mortalidad evitable que CRECE (si quieren un indicador puro y duro, miren ese).
Y aun así, se insiste en la narrativa. Se niega el desabasto mientras los pacientes lo documentan. Se presume planeación mientras se improvisa. Se llenan anaqueles para la foto y se vacían para la realidad cotidiana.
¿Se puede terminar con el desabasto? Sí. Pero no con discursos. No con montajes. No con aldeas Potemkin sanitarias. Requiere reconocer errores, encarcelar cuatroteístas, desmontar políticas fallidas y asumir que la propaganda no cura, no alivia y no salva vidas.
Mientras no ocurra eso, la realidad seguirá imponiéndose. Pacientes peregrinando. Médicos improvisando. Familias pagando lo que el Estado prometió garantizar. Y funcionarios repitiendo que “todo está bajo control”, aunque el control solo exista cuando hay cámaras enfrente.
La gran deuda de Claudia y de la 4T sigue ahí. Intacta. Incómoda. Documentada. Podrán llenar anaqueles para la foto, montar hospitales Potemkin y jurar que ahora sí, que ya merito, que el próximo año. Pero la verdad es obstinada: cuando la comitiva se va, el decorado se desmonta… y el desabasto vuelve a quedar a la vista.



