Algunos temblaron. Otros inventaron: “AMLO llegó porque se va a quedar”, “porque Claudia no puede”, “porque el sistema no funciona”. Palabras más, palabras menos, los agoreros del desastre volvieron a hacer su trabajo, incapaces de imaginar que algo tan simple como un político retirado que se dedica a escribir podría presentar un nuevo material.

Y es que ese fue el verdadero motivo: Andrés Manuel nos presentó, con visible orgullo, su nuevo libro, Grandeza, fruto de un año de investigación sobre los pueblos originarios de México. Para un hombre con un bagaje cultural tan enorme, no es extraño que se haya interesado en visibilizar a aquellos que por siglos han sido prácticamente invisibles: los dueños de nuestras raíces, a quienes orgullosamente debemos exaltar.

Aún no tengo el libro en mis manos, pero pronto lo tendré. El tema que aborda AMLO es algo que debemos aprender, reconocer, explorar y compartir. Es nuestra historia, y debe estar en el centro de nuestra conversación. Mirar hacia el pasado no es un acto de nostalgia, sino una forma de obligarnos a ver el futuro y de planearlo con más conciencia.

Es cierto que el expresidente expuso su obra justo en el primer año de gobierno de la presidenta Sheinbaum, a quien le une una gran amistad y el mismo propósito: transformar a México. Pero no quiero cometer el mismo error que muchos que especulan sobre su reaparición. Lo importante no es buscar secretos donde no los hay, sino prestar atención al mensaje que trae Grandeza: el de reconocer a quienes nos dieron origen y construir desde ahí un México más justo y consciente.

La figura de Andrés Manuel López Obrador sigue movilizando emociones como pocos en la política mexicana. Algunos hasta se quejan de que rompió su promesa de no regresar a la escena pública; otros, por el contrario, aseguran que jamás se ha ido, que su presencia se siente en cada esquina del debate nacional, incluso después de dejar la presidencia.

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El expresidente está retirado, vive en un lugar paradisiaco, rodeado de vegetación y alejado de los reflectores. No se ve un regreso a la esfera pública. Lo aclaró el domingo pasado cuando dijo que solo regresaría en tres escenarios: en defensa de la democracia, en defensa de la mandataria y ante un intento de golpe de Estado. Estas palabras quedaron grabadas en la memoria de muchos, y su reciente aparición pública desató nuevamente el debate sobre si esas condiciones se habían cumplido.

Pero ayer, desde el Palacio Nacional, la presidenta Sheinbaum abordó el tema con claridad. “Afortunadamente, no estamos en ninguna de las tres circunstancias que planteó (Andrés Manuel López Obrador). Bueno, no está el escenario, y no creo que se presente. Aquí analizamos todos los días la realidad de México”, destacó.

Esa frase pone sobre la mesa una pregunta: ¿qué significa entonces su regreso? Para algunos, es una señal de que su influencia sigue intacta; para otros, simplemente el acto de un hombre que quiere compartir su trabajo y sus ideas sin mayores connotaciones políticas. Lo cierto es que sus apariciones siguen generando expectación, debates y, claro, emociones, tanto de adhesión como de rechazo.

En el fondo, la situación muestra cómo la figura de AMLO se ha convertido en un punto de referencia obligado en la política mexicana. Sea donde sea que esté, sea cual sea su motivo para hablar, su voz sigue resonando y moviendo sensibilidades. Y mientras la presidenta aclara que no se cumplen las condiciones que él mismo estableció, el debate sobre su papel en la vida pública seguirá siendo parte de la conversación nacional.