Durante un año y dos meses dijeron que se estaba escondiendo.

Durante un año y meses difundieron teorías descabelladas, como que se había exiliado en Cuba, o en Narnia, o en donde les indicara su imaginación.

Durante un año y dos meses dijeron que no salía a la calle porque le iban a gritar, o porque lo buscaba el narcogobierno de Estados Unidos, ese que acusa a todos de narcotraficantes (mientras sean gobiernos soberanos) mientras ignora el problema de narcotráfico, por ejemplo, en sus propias fuerzas armadas.

Ayer regresó el terror de la derecha nacional e internacional, únicamente para presentar de forma digital su nuevo libro, “Grandeza”, en donde relata su concepción de la grandeza histórica de nuestro México.

Pero no solo fue eso. En esa suerte de mañanera dominical, aprovechó para cerrar filas con la presidenta Claudia Sheinbaum, su sucesora y dirigente a cargo de la continuidad de la Cuarta Transformación.

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Las alarmas de la quinta columna intervencionista dentro de la clase política de nuestro país (léase: el MCPRIAN) se encendieron cuando el expresidente señaló que la única manera en que regresaría a las calles sería en caso de un intento de fraude electoral o golpe de Estado contra la presidenta Sheinbaum.

México no es Argentina u Honduras, países en donde un fraude electoral o la intimidación del electorado por parte de los gringos sea cosa fácil. Mucho ojo con querer despertar al tigre, porque lo que despertarán será un poder que no van a ser capaces de controlar.