Faltan todavía casi 3 años para que concluya el periodo de gobierno de la presente administración federal encabezada por el presidente López Obrador, y no hay semana en que no se hable de la sucesión, o de la revocación de mandato, un ejercicio que permitirá al mandatario presentarse en la arena que más domina y mejores rendimientos le da, la electoral.

López Obrador sabe que la revocación no afectará su periodo de gobierno, el cual concluirá el 30 de noviembre de 2024. Pero entonces, ¿por qué insistir en someterse a la voluntad popular para continuar o no en el cargo que por derecho debería de seguir ostentando?

Primero porque le sirve para poder hacer lo que más le gusta, estar de gira por todo, hacer eventos, dar discursos, en fin, estar en campaña. Segundo porque le sirve como un distractor para concentrar la atención en una arena que tiene totalmente controlada y alejada de otras problemáticas que azotan actualmente al país. Por último y más importante, porque de esta forma, su capital político rumbo a la segunda mitad de su sexenio no decrece, al contrario, se fortalece; se consolida como el máximo activo dentro de su partido y movimiento, lo que lo ubica como el fiel de la balanza para que quien sea la o el candidato de su partido obtenga el triunfo en 2024.

A diferencia de sus antecesores, quienes conforme se acercaba el final de su sexenio iban perdiendo poder e influencia sobre los diferentes grupos al interior de sus partidos y gobiernos, López Obrador no tendrá esos síntomas ni desbandadas. Por más que haya varios adelantados a la gran cita, ninguno de ellos podrá distanciarse ni contraponerse a la voluntad del presidente.

Esto le garantiza a AMLO seguir teniendo un gran poder e influencia más allá de su sexenio, convirtiéndolo como el verdadero líder moral de un movimiento que tarde que temprano, tendrá seguramente a otro referente despachando en Palacio Nacional; mismo que tendrá que ceder posiciones importantes y candidaturas, a la gente que López Obrador designe, si es que quiere evitar un rompimiento que les cueste la elección.

Y es que normalmente el candidato y no el presidente, es el que termina influyendo en muchas de las decisiones electorales de su proceso, incluidos los perfiles de quienes terminarán acompañándolo en las urnas para competir por los distintos cargos que estén en juego en ese mismo proceso; con López Obrador, no podrá ser así.

Por eso al presidente no le importa que ya haya destapes, hasta los fomenta y alienta. Porque sabe que con eso tiene a su gente dividida, pero también comprometida y dependiente de él. Porque también está consciente que quien se suba al ring, ayudará a repartirse los golpes que desde la oposición les manden; y porque entre su revocación y la sucesión, se da una fórmula mediática casi perfecta, que le permite controlar la agenda pública y allanarse el camino para llevar su barco a buen puerto en el 2024, ¿podemos culparlo por insistir con una fórmula que le ha funcionado?