La alfabetización no puede reducirse a un trámite escolar ni a un objetivo técnico de leer y escribir. Un gobierno que asume seriamente la responsabilidad de educar entiende que se trata de un proceso humano profundo que impulsa la conciencia, el diálogo y la reflexión. En última instancia, alfabetizar es empoderar a las personas para comprender su realidad, cuestionar y transformarla. La alfabetización abre caminos hacia la participación ciudadana, la defensa de derechos y la construcción de un futuro más justo y equitativo. Sin embargo, persiste una pregunta clave: ¿cómo generar una verdadera demanda social de alfabetización en contextos donde el analfabetismo se normaliza o se subordina a las urgencias de la vida cotidiana?

Responder a este reto exige abandonar la visión que reduce a las personas a lo que carecen y que el Estado debe suplir. Como plantea la investigadora Sylvia Schmelkes, la alfabetización no es un evento aislado sino un proceso continuo: me alfabetizo y me sigo alfabetizando. En este marco, los ambientes alfabetizadores resultan fundamentales. No se trata sólo de enseñar a leer y escribir, sino de integrar esas prácticas en la vida comunitaria: desde la señalética en espacios públicos hasta periódicos murales, talleres de lectura en lengua materna y registros de la memoria colectiva. Así, alfabetizar se convierte en una expresión de identidad y orgullo cultural.

El camino no es fácil: proyectos discontinuos, presupuestos reducidos, falta de alfabetizadores profesionales y métodos poco sensibles a la diversidad cultural y lingüística siguen siendo obstáculos. Por ello, la alfabetización debe asumirse como trabajo intersectorial que involucra educación, cultura, salud, desarrollo social y economía. El principio rector es la justicia epistémica: reconocer los saberes locales y dialogar con ellos en lugar de sustituirlos. La diversidad, vista así, deja de ser un obstáculo para convertirse en una ventaja pedagógica.

Generar una verdadera demanda social implica mostrar la utilidad inmediata de la alfabetización: comprender una receta médica, acceder a información para defender derechos o registrar conocimientos ancestrales. Cada historia significativa multiplica el deseo de aprender: una mujer que escribe por primera vez una carta a su hija, un joven que plasma en su lengua originaria un saber agrícola o una comunidad que crea un periódico mural para debatir. Estas experiencias no sólo ilustran la importancia de leer y escribir, sino que convierten a la alfabetización en un motor de transformación social.

En Chiapas se vive hoy una gran experiencia alfabetizadora. Más que un programa de gobierno, incipiente pero robusto, se ha convertido en un movimiento social que ha replanteado las dinámicas del sistema educativo y abierto rutas inéditas de atención. Lejos de ser una tarea pendiente, la alfabetización en Chiapas se está consolidando como una oportunidad cultural para fortalecer la identidad, ampliar horizontes de libertad y democratizar el conocimiento.

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Alfabetizar desde un enfoque cultural y de justicia epistémica significa pasar de un modelo asistencialista a uno emancipador. Cada palabra aprendida abre un horizonte de libertad y cada espacio alfabetizador se convierte en un laboratorio de democracia. No es casual que el secretario de Educación Pública, Mario Delgado, haya afirmado que “Chiapas es un ejemplo en la materia”, al colocar la alfabetización como prioridad y motor de transformación social.

En un país donde aún persisten enormes brechas educativas, lo que ocurre en Chiapas marca una ruta posible: hacer de la alfabetización no sólo una política pública, sino un movimiento social de alcance nacional. Ese es el verdadero desafío y también la gran oportunidad.

Con la colaboración de Raúl Vazquez.