LA POLÍTICA ES DE BRONCE
Nadie aprende en cabeza ajena. Mal y tarde, el Partido Acción Nacional (PAN) trata de enmendar el camino. Entendió que su amasiato, ese trío que formó con el PRI y el PRD, fue un error. Esa ruta llevó al PRD a su desaparición, al PRI a la irrelevancia y al PAN a su peor nivel de votación en medio siglo.
No es que las alianzas electorales sean malas en sí mismas; sin duda, son un recurso legítimo en la contienda democrática. De por sí, las alianzas terminan beneficiando solo a una de las fuerzas que las integran, particularmente a la más grande o a la que tiene mayor afinidad con el candidato. Pero cuando se hacen desde las burocracias partidarias, a espaldas de sus militancias y para llevar al poder a personajes cuestionables, se convierten en un balazo en el pie.
El declive del PRD se agudizó cuando se alió con el PAN, supuestamente para derrotar al PRI, y tocó fondo después, cuando se unió al PRI y al PAN para enfrentar a Morena. Ninguno de los dirigentes partidistas que llevaron a los revolucionarios democráticos a esta etapa —Agustín Basave, Alejandra Barrales, Jesús Zambrano o Guadalupe Acosta Naranjo, con sus respectivos grupos— ha asumido su responsabilidad en la debacle de lo que alguna vez fue el partido de izquierda más importante de México.
Ante el relanzamiento del PAN, Alejandro Moreno, el temible Alito, reaccionó como novio ofendido. Jorge Romero, presidente nacional del PAN, se pasó —al negar y afirmar con su estilo desaforado— que de aquí para el real, con el PRI “ni a la esquina”.
El PRI se convirtió en el proyecto personal de Alito Moreno. El otrora “partidote” pasó de ser la maquinaria corporativa de la CTM, la CNC y la CNOP a un grupo controlado por un personaje gandalla y pendenciero. Después de los empujones sin consecuencia que Alito le dio a Gerardo Fernández Noroña hace un mes, cuando este aún presidía el Senado, la presencia del líder priista creció como espuma en las redes sociales, lo cual complementó con sus giras internacionales. En suma, Alito se siente en su mejor momento, mientras el PRI se encuentra en el peor: la irrelevancia y quizá en la simple lucha por conservar el registro en 2027.
Por supuesto que Movimiento Ciudadano no piensa aliarse con ninguna fuerza política en procesos locales o federales. A partir de 2018, cuando hizo alianza con el PAN y el PRD, cambió su estrategia y decidió competir con sus propias siglas y candidatos. Hasta el momento, la estrategia le ha funcionado, pues en el sexenio de López Obrador ganó los gobiernos de Jalisco y Nuevo León; de hecho, Jalisco lo volvió a ganar y, si me apuro, con una buena selección de candidatos y una estrategia de comunicación adecuada, podría desplazar al PAN del segundo lugar en las elecciones de 2027.
En el bloque de Morena también se cuecen habas. Desde 2017, después de recuperar su registro, el PT se sumó con entusiasmo al proyecto de López Obrador; el Partido Verde Ecologista de México, con un gran sentido de la oportunidad —y del oportunismo—, dejó el barco priista y se incorporó al nuevo partido gobernante. Hasta el momento, el bloque Morena-PT-PVEM se ha mantenido firme, lo que ha permitido al gobierno de López Obrador en su último mes, y al de Claudia Sheinbaum en el primer año, sacar adelante el plan C.
El asunto podría cambiar de cara al 2027 por dos circunstancias: la primera, si la presidenta y Morena deciden mantener en su propuesta de reforma electoral y política la eliminación de los senadores y diputados plurinominales, así como la disminución del financiamiento a los partidos; la segunda, si en la definición de las gubernaturas que se disputarán en 2027 el Partido Verde decide ir con candidato propio en San Luis Potosí y el PT hace lo mismo en Zacatecas.
Ya sea por debacle electoral o por exceso de poder, podemos irnos despidiendo de las alianzas electorales.
Eso pienso yo. ¿Usted qué opina? La política es de bronce.