Herencias priístas

Érase una vez un PRI que todo lo permeaba. Tan es así que se volvió parte intrínseca de la cultura mexicana. Lo negamos, pero eso no hace menos cierto lo que afirmo.

No voy discutir al respecto de que el mismísimo López Obrador militaba en el Revolucionario Institucional, eso es claro y ya se ha comentado mucho. Todos cuantos participaban del gobierno y de la política hace apenas unas décadas lo hacían a través de ese partido, y es que no había otra opción.

Me voy a concentrar en parte de las historias de dos personajes que sucedieron hace ya más de 25 años.

Se trata, primero, de Marcelo Ebrard, hace unas décadas inseparable consejero de Manuel Camacho Solís. Este, la verdad sea dicha, para todo requería de aquel. Si con alguien se formó Ebrard, fue con Camacho.

El segundo: Alfonso Durazo, secretario particular —y amigo— de Luis Donaldo Colosio. Si hubo quien lo conoció de cerca en lo profesional —aunque no exclusivamente— es el hoy secretario de Seguridad Pública federal.

De amores a quemones

Habría que recordar que durante prácticamente todo el sexenio de Salinas, Camacho fue el “hijo” consentido de la administración. El prototipo del subordinado leal —y también predecible— de aquel mandatario. La atención siempre estaba enfocada en él; Carlos Salinas le cedía y encomendaba a él las tareas más complicadas de gobierno.

Eso, hasta que no lo hizo. Llegó el “hijo pródigo”, ese que despertó en Salinas todas las confianzas (y esperanzas de trascender su gestión a través de él), tanto así que lo escogió para ser su sucesor.

No me voy a detener a especular si luego el presidente se arrepintió de su dedazo o no; tampoco si eso pudo haber culminado en el asesinato de Colosio en marzo de 1994. Para fines de la historia que relato en este texto basta decir que quien en algún momento era foco de todos los reflectores y se perfilaba como “favorito”, finalmente no lo fue.

Oríllese a la orilla

Tanto Marcelo Ebrard como Alfonso Durazo podrían sacar lección de aquellos hechos de los que participaron tan, tan de cerca.

Marcelo Ebrard tiene en estos momentos la atención pública centrada en él, tanto así que le dicen secretario de Gobernación y ya no solo de Relaciones Exteriores. Y me quedo corta, le llaman “vicepresidente”, justamente muy al estilo norteamericano dado que es con Estados Unidos de América con quien se ha dado toda este reciente jaleo.

Pero muchas veces las tareas desgastan; las responsabilidades lo queman a uno. Son muy pocos los que resisten tanta presión.

Tan es así, que el —ese sí— veterano “lobo de mar”, Porfirio Muñoz Ledo (otro que ha “visitado” todos los institutos políticos en México habidos y por haber), actualmente presidente de la Cámara de Diputados, le ha dicho a Ebrard: “No conviene que usted asuma todas las funciones... que no lo inflen tanto, porque lo van a reventar.”

Tan experimentado político sabe que la obediencia ciega al primer mandatario no garantiza... En ocasiones es el “hijo” que regresa de las sombras el que entiende y sabe qué estrategia seguir para sortear no únicamente un momento o un trance, sino todo un sexenio. ¿En quienes recaerá sacar adelante el trabajo de las responsabilidades asumidas por la SRE con EEUU en materia de migración? Ni más ni menos que Encinas, al INM, pero particularmente a Seguridad Pública y su Guardia Nacional.

El estilo personal...

Hay viejas formas priistas que no mueren fácilmente. El crear problemas, para luego figurar como quien los “resuelve” es una de ellas. Tan típica del proceder de Camacho Solís (qepd) y posiblemente bien aprendida por Ebrard como su discípulo.

Pero esas no son todas las lecciones que se han ido heredando: el dedazo y el proteger un “legado” son otros casos, y el hoy presidente López Obrador de seguro las aprendió muy bien. Con todo lo distintos que son Salinas y AMLO (que sí lo son), estoy convencida que nuestro primer mandatario “escogería” sucesor de la misma forma que lo hizo en su momento Salinas de Gortari; jugaría con su equipo (y con nosotros, su electorado) con singular desparpajo. De hecho ya lo hace: un día colma a Ebrard de alabanzas; el otro levanta el brazo de Claudia Sheinbaum; otro más, blinda la actuación de sus hijos mayores.

Y es que, finalmente, las necesidades de gobierno y gobernabilidad son canijas y el afán por trascender en la historia también.

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Cuarenta y cinco días no constituyen todo el sexenio; nos espera más, mucho más. Tan es así que quizá la historia se repita en el 2024 después de 30 años. Esperemos que no como tragedia, pero ciertamente tampoco como farsa.