Una de las peores herencias del neoliberalismo es que la sociedad asigne un mayor valor al dinero, poder y cosas antes que a la dignidad, integridad y sexualidad. Peculiarmente cuando se trata de las mujeres, a quienes hasta los más progresistas y aliados feministas han pretendido ignorar cuando sus intereses se trastocan frente a denuncias por acoso sexual. Como respuesta, ha nacido una colectiva integrada por varias organizaciones de mujeres llamada “Frente Nacional Ni Un Agresor en el Poder”, que desde Guerrero alcanzando todo el país, quiere evitar darle poder a los agresores.

El asunto es que de por sí, un hombre que ha violado representa un peligro para las niñas y adolescentes de la comunidad más cercana, inclusive del hogar. La tendencia de quien viola, más de quien lo hace en impunidad, es volver a violar.

Sin embargo, hablar de un personaje con poder que ejerce actos de acoso sexual amenaza a todas las mujeres de una demarcación por el simple hecho de que su presencia al mando de un gobierno implica su manejo directo de mandos policiales, de estructuras en Procuradurías o Fiscalías, de los Centros de Comando donde se monitorean las ciudades, de las Comisiones locales de Derechos Humanos, de las Secretarías para la Mujer que pudieran brindar refugio y protección y meten mano hasta la influencia mediática. Construyen héroes y villanos, destruyen carreras y cuentan con un capital amplísimo para el chantaje, dominio y hasta la persecución.

Es peor que un gobernador sea abusador sexual a que sea corrupto. Es peor, por la simple razón de que el dinero y el patrimonio público puede rastrearse, restituirse, perseguirse. El acto de violar destruye dignidades que además de no ser reparadas íntegramente, tiene aviso de repetición. No será solamente una y tampoco tendrá justicia: nada que incomode al poder será concedido desde el poder.

Continuar protegiendo violadores es sinónimo de desprecio a las víctimas. Urge que al presidente le duela tanto que maten y violen mujeres así como le duele que los corruptos roben y mientan.

Ya hay tres víctimas que acusan haber sido abusadas o violadas por Félix Salgado Macedonio. Acusaciones, por cierto, que palpitan desde 2016 hasta 2020 sin haber tenido un mínimo de justicia. 

Así fuese una sola, el historial de carpetas de investigación ignoradas por el peso político de un personaje son la gasolina de la impunidad y de pronto, no sólo cuidan al gobernador o al que aspira, también encubren al secretario y al asesor, al ministerial y al policía y la violación se convierte en feminicidio mientras tienes que ver diariamente a tu agresor en las pantallas y también desplazarte porque ahora que quien te violó tiene más poder, en el ánimo de callarte peligra hasta tu vida.

La violación y agresiones sexuales también son síntomas neoliberales que tendrían que combatirse por congruencia desde la cabeza del país. 

Los que violan y acosan, consumen a las mujeres como objetos y en ese proceso, mercantilizan a niñas y mujeres. Las someten enterrando en las estructuras de desigualdad todo tipo de estereotipo: cuando abusan, las quieren callar; cuando se resisten, las quieren chantajear; cuando denuncian, las quieren correr o matar; cuando lo gritan, las descalifican por el tiempo que pasó para denunciar y hasta los más “humanitarios” seguidores pueden atreverse a asegurar que lo hacen “por dinero”.

No es político ni es circunstancial: Los abusadores mercantilizan y consumen los cuerpos de las mujeres. Félix Salgado Macedonio únicamente es una cara de tantas que no tendría por qué ser admitido dentro de la moral pública más básica.

Si Morena permite que Salgado Macedonio sea candidato; se convierta en gobernador de Guerrero y lo haga desde el apoyo presidencial, se habrá convertido en cómplice de la opresión. 

En el combate a la violencia machista no hay medias tintas: O se está con las víctimas, o se está con los violadores