"Sé lo que hace a un hombre más conservador... No saber nada del presente o nada del pasado."<br>
Keynes
Presidente Harding
No sé si Andrés Manuel está consciente de que su insistencia en que “la crisis del Covid es pasajera” equivale al ‘Return to Normalcy’ con el que ganó las elecciones, a principios del siglo XX, el presidente Warren G. Harding, de Estados Unidos.
En efecto —cito a Wikipedia—, “el regreso a la normalidad, un retorno a la forma de vida antes de la Primera Guerra Mundial, fue el eslogan de campaña del candidato presidencial de los Estados Unidos Warren G. Harding para la elección de 1920”.
La señora Malaprop
Por cierto, en su momento hubo en aquel país un debate acerca de la palabra “normalcy”, ya que los detractores de Hardy creían que era un malpropismo acuñado por él.
¿Malpropismo? Sí, “sustituir por error una palabra por otra que suena parecida, o sea, por un parónimo”.
Entiendo que malapropism es un término “formado sobre el nombre de la señora Malaprop, que es uno de los personajes de The rivals (‘Los rivales’), una obra del dramaturgo irlandés Sheridan estrenada en 1775. La señora Malaprop se caracteriza porque intenta expresarse con palabras complicadas que sustituye por otras que suenan parecidas. El apellido Malaprop juega con la expresión francesa mal à propos, que podemos traducir como algo inadecuado, que no viene a cuento”.
La palabra existía
Hubo debate en su momento acerca de si era correcta la expresión “normalcy”, pero lo cierto es que la palabra existía: aparecía en los diccionarios desde al menos 1857.
Como sea, “normalcy” le funcionó al candidato Harding. Después de una guerra terrible la gente necesitaba creer que las cosas iban a volver a ser lo que fueron. Fue inteligente, en términos electorales, prometer regresar a Estados Unidos a la situación anterior a la Primera Guerra Mundial:
“La necesidad actual de Estados Unidos no es heroica, sino de curación; no revolución, sino restauración; no agitación, sino ajuste; no cirugía, sino serenidad; no lo dramático, sino lo desapasionado; no experimentar, sino equilibrar; no sumergirse en el internacionalismo, sino sostenerse en una nacionalidad triunfante”.
Presidente Harding
Normalcy y normality significan lo mismo, aunque puede haber alguna diferencia, si es que he entendido bien ese debate:
La primera normalidad (normalcy) es un estado de ser normal, habitual o esperado. Cuando algo vuelve a un estado de normalidad (normalcy), está volviendo a la forma en que debería ser, esto es, lo que se considere óptimo. En cambio, volver a la otra normalidad (normality) significa regresar a las cosas tal como estaban, independientemente de si ello era lo más adecuado o no.
La “normalcy” de AMLO
¿A qué “normalcy” nos asegura AMLO que volveremos cuando la crisis pasajera del coronavirus se vaya?
A la que él construyó, la de la 4T, que no ve en riesgo porque, desde su punto de vista, la pandemia le ha dado la razón: el neoliberalismo estaba condenado a morir, y se está muriendo con la paralización mundial de actividades provocada por la nueva enfermedad viral para la que no hay tratamiento ni vacuna.
¿Tiene razón el presidente de México? Realmente, no lo sé. Leí alguna vez que nadie puede responder por el futuro. De lo que estoy absolutamente seguro es de que se echaron a perder, con las consecuencias de la pandemia, algunos de los instrumentos con los que Andrés Manuel contaba para terminar de ajustar su proyecto de cambio social y económico. Pemex, por ejemplo.
Nadie en la 4T podía pronosticar lo que iba a pasar con los precios del petróleo. No ha llegado el momento de renunciar a que esa enorme empresa sea la palanca de desarrollo que nuestro país necesita, y sin duda tiene en Octavio Romero al director idóneo para buscar superar las fuertes dificultades —lo avalan su capacidad de trabajo y su creatividad para salir de numerosos laberintos en que la vida lo ha metido al lado de Andrés Manuel—, pero el reto no es menor y exige un plan B por si las cosas finalmente no se dan como todos en el gobierno de México esperan.
Es riesgosa, por inédita, la apuesta de AMLO de reactivar la economía tendiendo la mano a los pobres y solo a los pobres, esto es, sin recurrir a las tradicionales medidas contracíclicas y sin apoyar a las empresas de mayor tamaño que ya están en apuros.
Todo el mundo piensa que el presidente López Obrador fracasará. Él no lo ve así. Pronto lo sabremos, el futuro cercano lo dirá.
Choque de normalidades
La gente de derecha espera que la pandemia permita, en cuanto se supere, un regreso a la normalidad que existía en México antes de la 4T. No veo cómo podría ocurrir. Millones de hombres y mujeres en la pobreza no estarán mejor sin los programas sociales que muy probablemente desaparecerían si Andrés Manuel dejara el poder o, inclusive, si hiciera caso a los expertos, como los del Consejo Coordinador Empresarial, que exigen gastar menos en la gente de abajo y más en las empresas que, arriba, mueven la economía.
No sé quiénes sean los economistas que verdaderamente asesoran a Andrés Manuel. Sin duda, entre ellos no está el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, quien por su formación está más cerca de las posiciones de los especialistas del sector privado.
Por anónimos, los principales asesores de Andrés Manuel son como los dentistas de los que Keynes hablaba. ¿Dentistas? Argumentemos un poco más antes de llegar a tal definición.
Este choque de normalidades a las que todos deseamos volver se ha transformado, para mal, en un desencuentro entre la 4T y el sector empresarial. Solo hay que leer lo que escriben tantos economistas en los periódicos: sin excepción, vaticinan la ruina de México si el presidente AMLO no cambia su estrategia. Esa es una actitud arrogante de parte de profesionales que, en general, nunca han sabido qué hacer en las crisis.
Por especialistas así fue que Keynes dijo que “sería espléndido que los economistas algún día pudiéramos aceptar ser gente humilde y competente, al mismo nivel de los dentistas”.
No es que sea equivalente a un dolor de muelas la recesión provocada por la guerra mundial actual —que esto, una gran guerra, es la pandemia del coronavirus—, pero valdría la pena más humildad de parte de todos para tratar de llegar a un entendimiento constructivo.
Menos insultos en los diarios al presidente López Obrador contribuiría a hacer posible un diálogo constructivo con el hombre que ganó las elecciones y que, nos guste o no, tomará las decisiones porque le corresponde hacerlo; es el capitán de la nave en la que vamos, debemos respetar su actuación. Eso o el motín que, por lo demás, no tendría éxito porque la mayor parte de los pasajeros están con él.
El Consejo Coordinador Empresarial tendrá que cambiar de actitud para que su dirigente, Carlos Salazar, vuelva a ser escuchado en Palacio Nacional. El reciente evento que organizó por video conferencia reunió a especialistas de todos los sectores y supuestamente de todas las formas de pensar, es decir, quiso ser plural, pero no lo logró. Los críticos dogmáticos de AMLO y la 4T superaron por mucho en estridencia a los partidarios del actual gobierno que, para colmo, ni siquiera están entre los más destacados; ligas menores de la izquierda, pues.
Cualquiera que sea la normalidad a la que volvamos o a la nueva que surja cuando la pandemia se vaya, será más positiva en la medida en que logremos entendernos, lo que parte de aceptar que, en la democracia, se elige a un gobierno y se le deja actuar. Si no nos gusta lo que hace, lo que procede es dialogar. Sin insultos, sin manifestaciones golpistas que desgraciadamente abundan.