Lo que serían unas vacaciones tranquilas con su papá se convirtieron en un abismo para Wendy: desde que su hijo partió, no ha podido verlo ni acercarse a él.
La historia de Wendy Barrón es una de esas realidades que superan la simple desavenencia después del divorcio. Cuando su expareja se llevó a su hijo de vacaciones en el mes de julio, ella nunca imaginó que ese adiós temporal sería el inicio de un periodo de silencio y separación. Hoy, meses después, cualquier intento de acercarse al niño se ve frustrado y acusa influencias de su expareja quien, asegura, anda con guaruras y se muestra prepotente en todo momento.
El exesposo de Wendy se ha valido de mentiras llenas de crueldad para que su hijo esté en contra de su madre, por ejemplo le dijo que ella mató a su mascota, algo que no es verdad.
La joven mujer ha vivido un periplo para recuperar al menor, e incluso un juez local le dio la razón, ordenando la restitución del infante, lo cual no ha ocurrido debido a un amparo que el padre promovió.
Wendy destacó que el padre cuenta con el favorecimiento de empleados del Juzgado de lo Familiar y el Cecofam, lo que le da acceso en su vehículo a las instalaciones del Poder Judicial, un privilegio que se convierte en una forma de evitar que el niño pueda ver a su madre. Además, siempre ha actuado con dolo, pues aunque no existe ninguna orden que impida a Wendy acercarse a su hijo, él ha incumplido las convivencias judicializadas.
La devastada madre espera que la justicia actúe para desmontar esa barrera. Busca poder volver a ver a su hijo sin miedos ni obstáculos, para recuperar el vínculo que la separación ha erosionado. Su caso es un llamado a reflexionar sobre cómo los conflictos entre adultos no deben afectar a los niños, y cómo la protección del menor no debe convertirse en una excusa para negar los derechos del otro padre.
En diversos rincones de Veracruz donde la violencia vicaria desde este 2025 es considerada delito, madres de familia enfrentan una realidad dolorosa, pues algunos padres desacreditan a sus exparejas con acusaciones falsas o exageradas sobre adicciones o violencia hacia los hijos, transformando a los menores en protagonistas involuntarios de un conflicto que no les pertenece.
La distancia entre Wendy y su hijo no es solo geográfica: es una barrera que se construyó con tanta crueldad que hoy le impide acercarse a su pequeño, aunque en su corazón, la esperanza de volver a abrazarlo nunca se apaga.



