Hace una semana tuvimos en la capital del país un escenario horroroso de violencia. Lo que parecía una marcha juvenil, que nacía de forma genuina entre jóvenes no conformes con el gobierno actual, terminó siendo una marcha engaña bobos que desenmascaró lo más ruin de aquellos que anhelan que nos vaya mal a todos y todas, solo porque su odio no cabe en su pecho y nos quieren salpicar.

Lo que debía ser un acto político se desvió hacia el camino de la confrontación directa: bombas molotov lanzadas, vallas dañadas y agresiones contra agentes de policía. Estas imágenes, farragosas y contundentes, le dieron la vuelta al mundo y fueron reacomodadas en medios afines a la derecha para construir un relato centrado en la “represión” estatal, omitiendo por completo los ataques iniciales que desencadenaron la situación.

La estrategia era muy obvia: provocar tensión en el espacio público y luego moldear la percepción de la sociedad para acusar al gobierno de autoritarismo. Pero les salió el chirrión por el palito, como se dice en forma coloquial.

La presencia de Ricardo Salinas Pliego, su excesiva cobertura mediática y sus intentos de querer desestabilizar, solo fueron un termómetro que muy a tiempo nos dice cuál será el camino de la derecha en los meses y años venideros. A la buena no sabe ganar.

Lo más preocupante es cómo el uso de la violencia —tanto la física que se desató en el Zócalo como la narrativa que se construyó después— altera la base de la competencia democrática. La democracia se sostiene en un acuerdo mínimo: que todos los sectores busquen sus objetivos a través de canales legales y pacíficos. Cuando un grupo decide que desestabilizar al país es un costo aceptable para debilitar a su adversario, ese acuerdo se rompe, y la vida pública se ve expuesta a riesgos que ponen en jaque el funcionamiento de las instituciones y la confianza de la ciudadanía.

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Se desinfla la Generación Z

Y sí, el resultado más visible de esto es que la Generación Z se está desinflando antes de volar.

En política, cuando algo no tiene continuidad, suele mostrarse así: como un brillo repentino que se apaga antes de tomar forma. Esto pasó con la segunda marcha de la Generación Z. Apenas una semana después de su primera aparición, lo que parecía un movimiento se desinfló por completo.

No fue solo la poca gente que asistió, menos de 300 personas. Lo más importante fue que los que fueron no representaban realmente a la Generación Z. La protesta se apagó porque no tenía una base sólida desde el principio. Esta segunda marcha dejó claro que no había un movimiento real detrás de todo el discurso. Solo un eco fuerte en redes sociales y la falsa esperanza de que la gente se uniría sola.

Los que intentaron movilizar a esta generación sin líderes claros ni peticiones concretas cometieron varios errores, dos, fundamentales: confundir el ruido en internet con fuerza social y sobre todo, permitir la intromisión de personajes como Salinas y algunos damnificados de la Marea Rosa, cuyo tufo a fracaso apesta a kilómetros. Al final, menos de 50 personas llegaron al Zócalo.

Esto nos enseña algo importante sobre la política actual en México: es crucial construir movimientos sociales con bases fuertes, líderes definidos y demandas claras. Estar presente en redes sociales no asegura el éxito de una movilización, y la falta de organización puede hacer que cualquier intento político se desvanezca rápidamente. Falta todavía para el 2030 pero seguimos en las mismas: no hay oposición ni figuras fuertes con el suficiente liderazgo para marcar la diferencia y esto no es una buena noticia para nadie, sobre todo porque ahora sabemos que ellos apuestan por la violencia, cuando la mayoría apostamos por la paz. Qué pena.