Han pasado casi 30 años desde que se adoptó la Conferencia de Beijing, la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, organizada por la ONU en Beijing, China, del 4 al 15 de septiembre de 1995.
En ella se adoptó la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, un plan histórico para lograr la igualdad de género y empoderar a las mujeres, que hasta hoy sigue siendo uno de los marcos internacionales más importantes en la materia. Uno de los obstáculos para el cumplimiento de aquella plataforma ha sido la distribución inequitativa de cuidados que impone a las mujeres cargas adicionales frente a procesos de crianza, enfermedad, envejecimiento o personas con discapacidades que imposibilitan disponer plenamente del tiempo y energía para ellas.
Esta semana, México podría ser el nuevo referente sobre un acuerdo en materia del derecho al cuidado, máxime que recientemente, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) emitió, en respuesta a una solicitud de Argentina, una Opinión Consultiva histórica (No. 31 de 2025) que reconoce el derecho al cuidado como un derecho humano autónomo, con obligaciones específicas para los Estados.
Durante la inauguración de la XVI Conferencia Regional sobre la Mujer en América Latina y el Caribe —primera ocasión en que una mujer y presidenta de México, Claudia Sheinbaum, presidió este foro—, se anunció la construcción de al menos 1 000 centros de cuidado infantil. Una medida urgente, necesaria, que intenta restituir los espacios que las estancias infantiles habían dejado vacíos desde su eliminación unos años atrás. Esta apuesta por avanzar hacia lo que se nombra una “sociedad del cuidado” no solo habla de infraestructura: reviste una visión de justicia social, al reconocer que cuidar es un trabajo —tan elemental como infravalorado— y que, sin corresponsabilidades concretas, millones de manos quedarán atrapadas en la rutina del cuidado no remunerado.
Hoy tenemos certeza en la obligación del Estado por procurar el cuidado —en todas sus formas: doméstico, emocional, sanitario— reconocido ya como derecho humano universal indispensable. Esto deja claro que no puede ser relegado al ámbito privado ni depender solo del esfuerzo invisible de mujeres que se entregan al agotamiento diario. No hay equidad posible si no reconocemos, legislamos y financiamos este derecho.
Pero el verdadero desafío va más allá de lo normativo: requiere repensar la estructura de trabajo que sigue colocándolo en tensión con la vida. Los derechos cuestan presupuesto y recursos humanos, específicamente los cuidados implican una revolución social sobre los hábitos de lo cotidiano. Uno de los retos más grandes se da en materia de salud, pues al menos en el caso mexicano, acceder a cuidados sanitarios es un martirio y quienes tienen la mayor carga son mujeres, tanto quienes lo hacen sin retribución como los cuidados precarizados que implican enfermería y geriatría. Tener centros de cuidados para personas enfermas, centros de cuidado para personas con trastornos mentales y centros de cuidados para adultos mayores será urgente pues centrarse en los infantes descobija la amplia realidad en la que se encuentran las mujeres que cuidan.
En América Latina, las jornadas laborales siguen siendo largas, rígidas y alienantes, pero cuando el cuidado se convierte en un peso adicional , se convierte en una paradoja insostenible. Propuestas como la reducción de la jornada laboral, los ingresos garantizados de base (especialmente para trabajadoras del hogar o en informalidad) y las nuevas formas de economía comunitaria son revoluciones que amenazan al sistema económico de la forma individualista en que lo hemos vivido; son respuestas sensibles que podrían cambiar radicalmente nuestra cotidianidad. El hecho es que este malestar es síntoma del neoliberalismo 3.0 que logró incorporar a las mujeres a las actividades de trabajo en esquemas de desigualdad salarial y explotación, sin incorporar a los hombres a los esquemas de cuidado. Ese otro pendiente es cultural y también es educativo, pues al día de hoy, existen mujeres que encima de cuidar hijos, cuidan a sus parejas. El fenómeno se denomina “Mankeeping” y no se trata de hombres enfermos, se trata de relaciones en las que las mujeres se convierten en cocineras, secretarias, psicólogas, asistentes y gestora de sus parejas, hombres saludable y adultos funcionales.
Si el derecho al cuidado va en serio, muchas cosas tendrán que cambiar. Brindar formalidad y seguridad social a quienes cuidan, tener menos horas de trabajo formal no como un castigo, sino una liberación para cuidar sin culpa, sin agotarse, sin renunciar a ingresos dignos. La creación de colectivos de cuidado que puedan surgir como cooperativas, en las que quienes trabajan tengan tiempo para sí, para otros, y una remuneración justa por ello. Empresas, universidades, plazas comerciales y centros laborales o instancias sindicales con guardería y centro de cuidados para otro tipo de personas que los necesiten. Más hospitales psiquiátricos que reconozcan las estancias diarias, nocturnas o diurnas.
En el foro de la Conferencia Regional se actualiza la situación de las mujeres en la región y entre la desigualdad económica junto con la discriminación, la inseguridad y la explotación del cuerpo por el cuerpo aparece. Es curioso pues para acceder a la Conferencia que se celebra en nuestra ciudad, quienes organizaron establecieron como requisito para las participantes el mandato ideológico de estar a favor de los vientres de alquiler, a favor del trabajo sexual y a favor de la transexualidad.
Aunque el espacio no ha sido plural, es un hecho que el derecho al cuidado ya no puede seguir reduciéndose a discurso y que es hora de construir sistemas que lo encarnen: tiempos libres reales, ingresos que no marginen al cuidado, y una reconfiguración social donde el cuidado sea visible, valorado y protegido. Porque no hay justicia sin cuidado ni libertad sin tiempo para vivirla. En la Ciudad de México, la Constitución local daba de plazo hasta 2023 para legislar al respecto pero al día de hoy, el pendiente sigue vivo.
Ojalá que dentro de los debates de esta semana se contemple quien cuida a quienes rentan sus vientres y terminan con mala salud, olvidadas en hospitales privados con cuentas impagables o con niños con algún padecimiento que fueron rechazados al final por los padres compradores. Que se hable sobre quienes cuidan a las trabajadoras sexuales que después y mientras ejercen esas actividades se exponen hasta al feminicidio, explotación, trata, padecimientos físicos, psicológicos y emocionales o que se hable sobre los cuidados que implican retroceder en la transición de género.