Claudia Sheinbaum llegó a la presidencia de México con una votación histórica. Tiene ahora niveles de popularidad altísimos. ¿Existe ya el sheinbaumismo o claudismo? Ya casi. Para completar el ecosistema político fundado por la presidenta hace falta la última etapa: generar en su gobierno figuras políticas líderes, ciento por ciento identificadas con Sheinbaum, que sean muy aceptadas por la población y de ninguna manera rechazadas por la izquierda.

El sheinbaumismo es, al mismo tiempo, una ideología y un sistema operativo. Lo integran instituciones recientemente creadas y personalidades con orígenes diversos.

Entre las instituciones del sheinbaumismo están la Secretaría de la Mujer, la Agencia de Transformación Digital, la Secretaría de Ciencias, el Centro de Diseño de Semiconductores Kutsari y la Alianza de Inteligencia Artificial, y algunas más.

Entre las personalidades que responden totalmente a Claudia están Iván Escalante, Omar García Harfuch, Diana Alarcón, Rosa Icela Rodriguez, Citlalli Hernández, Luz Elena González, Jesús Esteva y José Peña Merino.

Es verdad, para quedar completo el sheinbaumismo requiere liderazgos sólidos. El problema radica en que, en el gabinete actual, solo hay dos personas que destacan como líderes, ambas con serios problemas para ser del todo aceptables por la 4T. Me refiero a Omar García Harfuch y a Marcelo Ebrard.

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Harfuch podría ganar el aprecio de la 4T si se le pusiera en el centro de un bien planeado y ejecutado proceso de inception política o, dicho de otra manera, mediante la siembra de la semilla política, genéticamente modificada, que necesita: la que le lleve a desaparecer su estatus fifí, presente en toda su biografía, para convertirlo en alguien no solo eficaz, sino capaz de entender al pueblo del que ha vivido alejado desde que nació.

Ebrard no tiene remedio. En el pasado ofendió demasiado a Claudia Sheinbaum, lo que le convierte en no confiable.

Debe aclararse que el discurso de Claudia Sheinbaum, fundamental en la construcción de su ecosistema político, es absolutamente fiel a los mensajes obradoristas. No hay insinceridad en lo anterior. Pero, sin que implique distanciamiento en relación a AMLO, en la práctica hay diferencias entre la forma en que gobierna la presidenta y el estilo de gestión del expresidente.

La relación de Sheinbaum con los grupos empresariales y mediáticos es mucho más tersa de lo que fue con AMLO, pero esto no ha impedido que la presidenta cuestione fuertemente a televisoras, radiodifusoras y diarios cuando piensa que no hacen lo correcto.

Con el empresariado Claudia ha cultivado la relación más cuidadosa posible, sin ceder a presiones. El caso Salinas Pliego es notable: no obstante la fuerza económica de este empresario y la influencia de sus televisoras, la presidenta decidió ir a fondo y alentó a la SCJN para cobrarle una cantidad de impuestos enorme. Con el resto de hombres y mujeres de negocios la relación es cordial y productiva, particularmente con Carlos Slim, el mayor aliado de Sheinbaum en la tarea de generar confianza para las inversiones.

Retos del sheinbaumismo

La presidenta de México se apoya en el pueblo, pero no es populachera, sino que trabaja basada en instrumentos institucionales para beneficiar sobre todo a las personas pobres.

En su equipo hay gente que diseña políticas complejas, pero pocos integrantes de su gabinete saben cómo comunicarlas. Claudia, así, ha cargado con todo el peso, a veces excesivo, de por ejemplo la narrativa de la justicia tributaria. Ha sido exitosa en generar la convicción de que nadie está al margen de la ley, pero a cambio ha recibido todos los ataques.

Uno de los retos de la presidenta radica en convencer al empresariado de que la fiscalización agresiva contra evasores cínicos es un acto de elemental justicia, no un atentado contra la libre empresa ni, tampoco, un mensaje de que ya no hay recursos para pelear contra el SAT cuando la autoridad tributaria no tenga razón, que muchas veces no la tiene.

Otro gran reto del gobierno será tender puentes con los y las jóvenes legítimamente inconformes. La eficacia técnica del gabinete no basta para que la audiencia juvenil la entienda.

Las semillas políticas genéticamente modificadas

Un reto todavía mayor, en la lógica de completar el proceso de creación del sheinbaumismo, es el desarrollo de liderazgos.

Los y las líderes que crezcan con el claudismo deben cumplir varios requisitos: (i) tener capacidad, (ii) llegar a un cargo de primer nivel, (iii) ser leales a la sembradora de las semillas modificadas —Sheinbaum—, (iv) aceptables para la izquierda, (v) demostrar que entienden al pueblo y (vi) contar con niveles mínimos de popularidad.

Ejemplifiquemos, pero no con Harfuch, sino con Escalante

Pese a todo, Harfuch ya es un líder importante en el gabinete de Claudia. A Escalante lo veo con muchas posibilidades de crecer.

Añado que Omar García Harfuch si bien cumple con casi todos los requisitos, no es de izquierda ni parece haber bajado jamás de la nube del privilegio. Deberá trabajar para superar tales problemas.

En cambio, Iván Escalante es pueblo, izquierdista siempre y claudista químicamente puro, pero no tiene el respeto —no para las grandes tareas políticas— del resto del gabinete. Ni siquiera está en el gabinete legal: su cargo es del gabinete ampliado.

La inception Escalante

Consulté a la inteligencia artificial acerca de cómo proceder en una reingeniería genética política para Iván Escalante. Esto me dijo:

1.- Inseminación ideológica. Se selecciona el material genético base: lealtad incondicional y un historial de eficiencia técnica. Escalante, con su perfil de operador discreto y cercano a la presidenta, es el candidato ideal.

2.- Modificación genética ideológica. Se implanta el rasgo político clave: Alérgico al neoliberalismo y partidario total de la austeridad republicana.

3.- Genoma Sheinbaum-pragmatismo: Capacidad para ejecutar políticas tecnocráticas sin cuestionar la dirección central.

4.- La fase de incubación y crecimiento controlado. En vez de lanzar a Escalante a la arena pública de inmediato, se le incuba en cargos operativos discretos, como la Procuraduría del Consumidor que ya ocupa, donde pueda crecer sin la contaminación del gabinete.

5.- El invernadero del poder: Se le asignan tareas clave. Se le expone a fertilizante mediático solo cuando sea estrictamente necesario, asegurando que su crecimiento sea constante pero controlado.

6.- Pruebas de resiliencia: Se le somete a pruebas de estrés (negociaciones complicadas, manejo de crisis) para asegurar que los genes de lealtad no muten bajo presión.

7.- La Cosecha. El momento de la verdad: la siembra en una secretaría importante.

8.- El nuevo y poderoso Iván. A partir de ahí, la narrativa, alentada por la presidenta Sheinbaum, no debe ser la de Iván es el mejor, sino: ‘Iván Escalante ha sido cultivado pacientemente en nuestro jardín. Es la semilla pura del movimiento, libre de las plagas de la corrupción y la ambición personal que infectan a otros políticos. Hay que tomarlo en cuenta’.

9.- La percepción pública: La gente, empezando por sus colegas en el gabinete, aceptará su liderazgo porque Iván se convirtió, sin que nadie lo advirtiera, en el producto más puro del sheinbaumismo, un vegetal político perfecto para los planes de la presidente, ya que se le diseñó para hacer solo una cosa: seguir las instrucciones genéticas implantadas por Claudia Sheinbaum.

La genética política mexicana

AMLO hizo algo así como la joven Luisa María Alcalde. En otros tiempos, Miguel de la Madrid aplicó la técnica con Carlos Salinas, y este con Luis Donaldo Colosio.

En su momento, Ernesto Zedillo lo intentó con Francisco Labastida, pero ambos valieron gorro. Vicente Fox quiso hacerlo con Santiago Creel, pero no había materia prima para el éxito —Fox tuvo que recurrir al fraude electoral para que creciera el papanatas de Felipe Calderón—.

Calderón se frustró por que no hubo nadie en su sexenio con liderazgo, excepto Genaro García Luna que puso al calderonismo al servicio del narco. A Enrique Peña Nieto no le funcionaron Miguel Osorio Chong y Luis Videgaray, así que improvisó con José A. Meade, a quien condenó al matadero en 2018.

¿Andrés Manuel construyó a Claudia Sheinbaum? Un poquito nada más: la hoy presidenta tenía una trayectoria de lucha en la izquierda más que relevante.

Si Claudia quiere, ahí está Escalante para modificarlo genéticamente. Lo mismo podría intentar exitosamente con Harfuch, para reconvertirlo en izquierdista, o con Luz Elena González , Jesús Esteva y José Merino para inyectarles el carisma que natura no les regaló.

Posdata: No parece haber semillas genéticas políticas tan poderosas como para quitarle a Noroña lo imprudente. Lástima, ya que con tantita seriedad sería el político más importante del momento.