Ayer por la mañana, mientras los reflectores estaban en otra parte, Andrea Chávez y Arturo Ávila cruzaron las puertas de Palacio Nacional. Sí hubo fotos, y la visita fue registrada por más de un curioso, pero lo que no se sabía —hasta ahora— era el verdadero motivo de la reunión.
Ambos acudieron a un encuentro convocado por uno de los operadores históricos del lopezobradorismo, alguien que conoce bien los tiempos, los silencios y las señales. El objetivo fue claro, aunque dicho con sutileza: ha llegado el momento de deslindarse de Adán Augusto.
La charla no fue ríspida, pero sí quirúrgica. En la lógica del nuevo reacomodo interno de Morena rumbo al 2027, las ambigüedades ya no caben. Andrea y Arturo, con trayectoria y presencia en el movimiento, fueron llamados a definirse. Las viejas lealtades que hasta hace poco eran aceptadas como parte del equilibrio interno hoy se ven con recelo.
El segundo piso de la Cuarta Transformación exige más que voluntad: requiere definición. No se trata de castigar trayectorias, sino de alinear los proyectos personales con el rumbo colectivo. Y ese rumbo ya no admite vínculos que siembran dudas.
En política no siempre se habla con palabras. A veces basta una cita, una mirada, o una frase lanzada al aire para entender lo que está en juego. Quienes salieron de esa reunión lo hicieron sabiendo que algo cambió. Que ya no basta con estar, sino con estar del lado correcto.
Y aunque las fotos circularon sin mayor escándalo, el mensaje real quedó resguardado entre los muros de Palacio: la transformación no se detiene… pero tampoco se confunde.
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