El domingo amaneció distinto en Oaxaca. Desde temprano, el cerro del Fortín comenzó a llenarse de pasos, de voces, de autobuses que subían como ríos humanos hacia el Auditorio Guelaguetza. El aire olía a tierra húmeda y a expectativa. Más de doce mil personas llegaron jubilosas. En la entidad de las calendas, pocos eventos logran que la obligación constitucional de rendir cuentas sobrepase escuchar cifras y se acerque más bien al ambiente festivo, donde la gente va a presenciar un ritual político que quiso narrarse como epopeya: el tercer informe de gobierno de Salomón Jara Cruz.
Cuando el gobernador tomó la palabra, el escenario ya no era un auditorio: era un mapa vivo del estado. Ocho regiones condensadas en un solo punto. “Somos un gobierno de territorio porque Oaxaca es un país”, dijo, y la frase cayó como una piedra en el agua: generó ondas que se extendieron hacia caminos, hospitales, aulas, parcelas y calles recién bacheadas.
Durante tres años —relató— el gobierno dejó de mirar desde el escritorio y salió a pisar polvo. Casi seis mil obras nacieron así, una tras otra, como si el estado hubiera decidido remendarse desde adentro. Dieciséis mil millones de pesos recorrieron montañas, valles y costas, no como deuda, sino como inversión directa. Más de quinientos Caminos Bienestar se abrieron paso entre comunidades históricamente aisladas; no sólo unieron puntos en el mapa, también acortaron silencios, trayectos de horas, distancias que antes parecían destino.
La educación, dijo Jara, volvió a levantarse como un cimiento. Mil 900 obras escolares y, entre ellas, tres universidades que no solo llevan nombre, sino intención: la Afrouniversidad Politécnica Intercultural, la Politécnica y Tecnológica del Istmo de Tehuantepec y la Intercultural del Pueblo. Tres semillas plantadas en territorios donde estudiar había sido, durante generaciones, un privilegio lejano.
Según explicó, durante sus primeros tres años de gobierno se han realizado casi seis mil obras en las ocho regiones, a través de una inversión sin precedentes por 16 mil millones de pesos. Además, se ejecutaron más de 500 Caminos Bienestar que conectan a las comunidades y la construcción de mil 900 obras de infraestructura educativa; entre ellas, tres universidades: la Afrouniversidad Politécnica Intercultural, la Politécnica y Tecnológica del Istmo de Tehuantepec, y la Intercultural del Pueblo.
Además, se construyeron la Estación de Transferencia y el Centro Integral de Revalorización de Residuos Sólidos Urbanos (CIRRSU); seis kilómetros de vialidad que conectará la Ex Garita con el Aeropuerto Internacional de Oaxaca. Con el programa Tache al Bache se rehabilitan 250 kilómetros de calles y avenidas con una inversión de 265 millones. Se construyen también cuatro plantas de tratamiento de aguas residuales.
También se inauguraron las carreteras que unen a la ciudad capital con las regiones del Istmo y Costa; se construye la presa Mujer Solteca que beneficiará y en la Mixteca, con el Plan Lázaro Cárdenas del Río se realizan caminos.
En la ciudad, mientras tanto, los motores comenzaron a contar otra historia. El BinniBus —ese transporte que alguna vez fue promesa— realizó cinco millones de viajes. Cinco millones de trayectos cotidianos en unidades modernas, seguras, incluyentes. A su alrededor, la ciudad también se reconfiguró: nació la Estación de Transferencia, el Centro Integral de Revalorización de Residuos Sólidos Urbanos; se tendieron seis kilómetros de vialidad para unir la Ex Garita con el aeropuerto, como si Oaxaca decidiera presentarse de frente al mundo. Y con el programa Tache al Bache, 250 kilómetros de calles fueron sanados, herida por herida, con 265 millones de pesos.
El agua, siempre urgente, también tuvo su capítulo: cuatro plantas de tratamiento comenzaron a construirse, recordándole al estado que el futuro se juega en los ríos tanto como en los discursos. Y las carreteras —esas venas largas— terminaron de unir la capital con el Istmo y la Costa, mientras en la Mixteca avanzan caminos bajo el nombre de Lázaro Cárdenas del Río, y la presa Mujer Solteca se levanta como promesa de justicia hídrica.
En el presídium estaban los signos del respaldo político: Marath Bolaños, secretario del Trabajo; los gobernadores de Chiapas, Puebla, Tabasco y Veracruz. La imagen hablaba de alianzas, de un proyecto que se quiere regional, algo construido en colectivo.
Pero el corazón del relato llegó cuando Jara habló del dinero. No del que falta, sino del que regresó. “Lo que antes se robaban, hoy llega a quienes lo necesitan”, afirmó. Más de dos millones de personas reciben alguno de los programas de bienestar. Inscripción Cero acompaña cada semestre a 90 mil estudiantes; la Tarjeta Joven abre puertas culturales y deportivas a 22 mil jóvenes; Mi Primera Chamba, con 850 millones de pesos, dio su primer impulso laboral a casi nueve mil egresados.
En los rostros invisibles de las cifras aparecieron nombres: 27 mil 665 jefas de familia sostenidas por la Tarjeta Margarita Maza; comunidades reunidas en 400 tequios que limpiaron, sembraron, reforestaron. Once mil hectáreas verdes recuperadas. Doce millones de plantas creciendo. Y detrás de todo ello, un dato que el gobernador pronunció con énfasis: 280 mil personas salieron de la pobreza; 165 mil, de la pobreza extrema.
La salud tuvo su propio peso narrativo. Dos mil 200 millones de pesos invertidos. Más de 300 obras. El Hospital de la Mujer y la Niñez Oaxaqueña, Ciudad Salud en marcha, hospitales concluidos y equipados en Ixtlán, Jalapa de Díaz y Tuxtepec. Dieciséis Farmacias Bienestar distribuidas en todo el estado, acercando medicamentos y consultas a más de 130 mil personas. Ochenta por ciento de abasto en medicinas en todas las unidades médicas. La promesa, aquí, fue simple y profunda: atención humana.
La seguridad, otro eje sensible, se presentó como giro de timón. La incidencia delictiva bajó 23 por ciento. Oaxaca escaló del octavo al quinto lugar entre los estados más seguros del país. Los bloqueos carreteros se redujeron 80 por ciento; las tomas de caseta, 70. El C5i —la obra más ambiciosa en décadas— se erigió como símbolo de un nuevo modelo. Y con diálogo, no con fuerza, se resolvieron 43 conflictos agrarios que llevaban medio siglo esperando respuesta.
Hubo también momentos que cruzaron la frontera de lo administrativo hacia lo histórico: el primer retorno voluntario, seguro y digno de familias desplazadas en Guadalupe Victoria, San Juan Juquila Mixes. Una política integral que incluso mereció reconocimiento de la ONU. Tres refugios para víctimas de violencia extrema. Más de 100 mil atenciones brindadas por la Brigada Violeta.
En el campo, la narrativa fue de cosecha. Dos mil 110 millones de pesos para impulsar la producción. Más de 436 mil personas productoras apoyadas. Autosuficiencia alimentaria como consigna y como práctica. El maíz creciendo de 500 a 800 mil toneladas; Oaxaca líder en mezcal, papaya y mango. El alimento como soberanía.
Y finalmente, la economía, presentada como capítulo de cierre y de ambición. La recaudación creció de cinco mil 500 a siete mil millones de pesos. Se pagaron más de 14 mil millones de deuda y casi siete mil millones en intereses heredados. El PIB estatal creció como nunca; la inversión privada rompió récords con 145 mil millones de pesos. Exportaciones por casi tres mil millones de dólares. Más de 500 Mipymes apoyadas. El Corredor Interoceánico y el Tren avanzando como promesa de integración para 2.4 millones de personas.
Cuando el acto terminó, el Auditorio Guelaguetza comenzó a vaciarse lentamente. La gente descendió del cerro con la sensación de haber escuchado algo más que un informe: una historia contada desde el poder, sí, pero narrada como si Oaxaca fuera el personaje principal. Una historia de la que todos han sido parte. Un estado que, según la voz que lo gobierna, vive la transformación en su máximo esplendor.



