“La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.”

François de La Rochefoucauld

“París bien vale una misa…” O al menos eso parecen creer algunos, mientras su propio país les exige rendición de cuentas.

Y es que hay imágenes que explican mejor un régimen que mil discursos. Una de ellas es Raúl Rocha Cantú, prófugo de la justicia mexicana, tranquilamente instalado en el Hotel Ritz de París, bebiendo, conversando, existiendo con esa calma que solo concede la certeza de la impunidad. No es una postal anecdótica. Es una síntesis de época (gracias, por cierto, a Sergio Sarmiento por ella).

Las columnas de cierre de año —así como esta— suelen servir para eso: no para el recuento exhaustivo de agravios —que ya conocemos de sobra—, sino para detectar el patrón, el nervio central, el mecanismo que explica por qué este régimen funciona como funciona, pero también por qué fracasará donde fracasará.

El Ritz no es el tema. El tema es la inmoralidad estructural de un proyecto político que se vendió como “regenerador” y terminó siendo normalizador del privilegio.

Porque Rocha Cantú no es un opositor perseguido. No es un disidente. No es un exiliado político. Es un personaje —muy— cercano a la 4T, con órdenes de aprehensión, con señalamientos gravísimos. Socio de personajes centrales del poder, cercano a la familia presidencial ampliada, a los operadores políticos intocables, a ese ecosistema donde la lealtad sustituye a la ley. Sí, hablo de Andrés López Beltrán; de Adán Augusto López Hernández.

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Y aun así —o precisamente por eso— pasea por Europa.

Mientras tanto, en México, la 4T, sobre todo presidencia, sigue insistiendo en su relato favorito: el de la superioridad moral. El de la honestidad valiente. El de la austeridad republicana. El de los pobres primero.

¡Cada vez le queda menos a Claudia Sheinbaum jugar ese papel! ¿Lo han notado? Sí, la imagen del Ritz tiene ese poder de arruinar narrativas.

Porque el régimen que prometió desterrar los excesos terminó administrándolos con discreción. El que juró combatir la corrupción aprendió a convivir con ella. El que dijo acabar con los privilegios decidió redistribuirlos. No desaparecieron los lujos: cambiaron de manos.

La 4T no abolió la élite. La renovó.

Y esa nueva élite cree no necesitar ya esconderse. Cree poder darse el lujo —literal— de exhibirse. No en Polanco ni en Santa Fe, sino en París. Porque la impunidad también es aspiracional…

Aquí no estamos ante un “error”. Ni ante una “manzana podrida”. Ni ante una “incongruencia individual”. Estamos ante un sistema que distingue con precisión quirúrgica entre a quién se le aplica la ley y a quién se le administra el tiempo. Entre quién merece prisión preventiva oficiosa y quién merece silencio institucional. Entre quién es investigable y quién es incómodo.

Resulta tan, pero tan elocuente que, mientras Rocha Cantú disfruta del Ritz, el aparato del poder prefiera seguir investigando a María Amparo Casar, o a cualquier otra figura que cumpla mejor con el papel de enemigo funcional.

Eso no es justicia: es selección política del castigo.

La inmoralidad de la 4T no reside únicamente en robar —eso sería demasiado obvio—, sino en algo más sofisticado: en haber desactivado el pudor. En haber normalizado que alguien vinculado a delitos graves pueda circular por el mundo sin consecuencias, mientras el discurso oficial sigue hablando de ética, de pueblo y de transformación.

La austeridad fue siempre un recurso retórico, no un principio. Un instrumento de control simbólico, no una regla universal.

Por eso los recortes son para unos y los hoteles de lujo para otros. Por eso la sospecha es selectiva. Por eso la indignación es dirigida. Quirúrgica. Precisa.

La fotografía del Ritz no es escandalosa por el precio del hotel, sino por lo que revela: un grupo de mafiosos que no fingen.

Y cuando un poder deja de fingir, es porque se siente seguro. Seguro de que no pasará nada. Seguro de que el ruido se disipará. Seguro de que siempre habrá un distractor nuevo.

Esta no es una columna sobre París.

Es una columna sobre el gobierno de México. Sobre un aparato donde la justicia no persigue, administra. Donde la moral no rige, se declama. Donde la transformación prometida terminó convertida en coartada.

El Ritz es solo el decorado. La obra ya la conocemos.

Giro de la Perinola

(1) Pero llegarán las consecuencias; claro que sí. Ya lo verán.