Uno de los protagonistas de los sucesos que tuvieron lugar el sábado pasado es el llamado “bloque negro”, a saber, un grupo de personas encapuchadas, con el rostro cubierto y vestidos de negro, que agredieron a policías de la Ciudad de México, lo que derivó, según se ha visto, en un enfrentamiento que condujo a decenas de individuos heridos.
Según la versión oficial, abrazada no solo por la presidenta Claudia Sheinbum sino por el resto de voceros y propagandistas, el bloque negro forma parte de una conspiración de la “derecha internacional” dirigida a sembrar el caos, provocar la desestabilización y si se quiere, a buscar la caída del gobierno.
Sin embargo, la lectura debe ser más profunda. Según otros medios de comunicación y testigos presenciales, los agresores salieron hasta la llegada al Zócalo. Es decir, estuvieron ausentes durante los primeros momentos de la marcha. No fue entonces sino hasta momentos posteriores cuando se hicieron presentes.
Algunos comentaristas han apuntado hacia la posibilidad de que el bloque negro haya sido movilizado por promotores cercanos al gobierno -o por el régimen mismo– con el propósito expreso de provocar la confrontación, alterar el orden y brindar argumentos a la jefa del Estado y sus voceros para restar legitimidad a la marcha, y tildarles –a todos- de violentos golpistas pertenecientes a un movimiento internacional empecinado en derribar a los gobiernos de “izquierdas”.
Este argumento podría resultar verosímil si se considera que de no haber existido la confrontación, los voceros del obradorismo no habrían contado con argumentos para restar legitimidad a una marcha que buscaba, ante todo, denunciar la muerte de Carlos Manzo y el estado de putrefacción que se sufre en estados como Sinaloa, Michoacán, Zacatecas, Tamaulipas y Guerrero.
En todo caso, lo que sí que es un hecho es que la presidenta Sheinbaum ha actuado de nuevo de acuerdo al manual clásico del populismo latinoamericano. Mientras se arroga el monopolio de la posesión de la voz y la representación del cuerpo monolítico que ellos denominan pueblo, insiste en presentar a cualquier hombre o mujer que no simpatiza con la autoproclamada 4T como fachos, fifís, golpistas, miembros de la ultraderecha o cualquier otro apelativo en boga en las bocas de los voceros de las corrientes autodenominadas de “izquierdas”; a la vez que en realidad se encierra en todo el suceso un profundo desprecio hacia la democracia y el respeto a la normas de convivencia.
