El presidente ruso Vladimir Putin luce dispuesto a sembrar el caos. A lo largo de sus más de dos décadas en el Kremlin, ha sido capaz de consolidarse como el hombre fuerte de Rusia y uno de los personajes más poderosos del siglo XXI. Ha sometido opositores, medios de comunicación y líderes extranjeros.
Putin se mofó de Barack Obama y de la comunidad internacional en 2014 cuando decidió unilateralmente ordenar la invasión de Crimea. Estados Unidos y el resto de Occidente optaron por no mover un dedo, salvo imponer una serie de sanciones inofensivas que no hicieron más que fortalecer la retórica del régimen en contra de Washington y de sus aliados de la OTAN.
El exmiembro de la KGB lo ha hecho de nuevo, pero ahora con Donald Trump. Bajo el argumento de estar dispuesto a buscar la paz en Ucrania, aceptó viajar a Anchorage, Alaska. El presidente de Estados Unidos le recibió con alfombra roja, se estrecharon las manos y dieron discursos grandilocuentes, y al final, Putin volvió a Moscú para ordenar a sus generales un nuevo envío de drones letales sobre Kiev.
El autócrata ruso ha llegado demasiado lejos. En días recientes Moscú ordenó el despliegue de drones sobre Polonia y Rumania, ambos miembros de la OTAN. La alianza, en respuesta, activó el artículo 4 del tratado, mismo que prevé la articulación de medidas de defensa preventivas ante un eventual ataque sobre uno de sus miembros.
En este contexto, se ha informado el envío de aviones de combate franceses sobre suelo polaco con la misión de derribar drones rusos, y si se presentase, cualquier instrumento de guerra que violara el espacio aéreo de un miembro de la alianza atlántica. Otros estados miembros de la OTAN, tales como las repúblicas bálticas de Estonia y Letonia han elevado igualmente el nivel de alerta ante posibles incursiones rusas en su territorio.
Los analistas internacionales más avezados coinciden en un punto: Vladimir Putin sueña con reconstruir la Unión Soviética y con expandir su zona de influencia sobre países otrora al este de la cortina de hierro.
Si bien la crisis no ha desembocado en una escalada irreparable de tensiones, Vladimir Putin y sus generales parecen decididos a “medir” la respuesta occidental y mirar así hasta qué punto será capaz de llegar en su plan expansionista. Ello ocurre hoy en medio de problemáticas políticas e indecisiones que sacuden a países como Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. Al tiempo.