Todos sabemos que es el coco: “Ser imaginario con que se mete miedo a los niños (y a las niñas)”. Esta definición de la Real Academia Española debería ser modernizada porque no creo que, en la actualidad, el coco asuste a ninguna criatura. Entonces, lo correcto sería decir “metía miedo a los niños y a las niñas”.
En los tiempos de Sor Juana seguramente todavía asustaba, de ahí aquello del “niño que pone el coco y luego le tiene miedo”. Eso se acabó.
En nuestra época y en nuestro país, los medios de comunicación se han especializado en crear cocos para después asustarse cuando los ven en acción.
En términos periodísticos, sin lugar a dudas, vivimos lo que podríamos llamar La era del Tío Lolo o La edad de los asustapendejos que solo se asustan a sí mismos.
Me voy a referir al caso Simón Levy. No juzgaré a esta persona porque no conozco las acusaciones en su contra. Lo que diré es que, durante varias semanas e inclusive meses, tanto medios de comunicación como redes sociales se han ocupado bastante de lo que él dice y de las denuncias que le afectan.
Como en las mañaneras de Claudia Sheinbaum se pregunta de todo, el pasado miércoles alguien le preguntó a la presidenta por Levy:“¿Sobre la detención de Simón Levy tiene información, si se confirma que fue detenido?”.
Claudia respondió lo que sabía: “Parece que sí, en Portugal, creo. Y es de una ficha que había ahí, una denuncia que puso un particular contra él hace tiempo en la Ciudad de México”.
En medios y redes se armó un gran debate acerca de si Levy había sido aprehendido o no. Dos de los diarios impresos que más alboroto armaron fueron Reforma y El Financiero. Era un tema capitalino, no presidencial, pero el ruido excesivo apuntaba a Palacio Nacional. De eso se encargaron operadores mediáticos financiados por rivales de la 4T con dinero e influencia. Así las cosas, para que no se dudara de su palabra, la presidenta al día siguiente insistió en el asunto con datos oficiales. Y ahí debió haber terminado la historia.
Hoy viernes leí al menos dos cuestionamientos a la presidenta de México por haber reaccionado al griterío mediático. Uno de Raymundo Riva Palacio, en El Financiero; el otro, de un integrante de la familia propietaria de Grupo Reforma, quien firma los mismos artículos con dos seudónimos: el primero, Manuel J. Jáuregui en Reforma, de la Ciudad de México, y en Mural, de Guadalajara, y el segundo El Abogado del Pueblo, en El Norte, de Monterrey.
Ambos diarios primero inventaron el coco para después tenerle miedo. Lo dicho, en la prensa mexicana vivimos La era del Tío Lolo o La edad de los asustapendejos que solo se asustan a sí mismos.
Arroyo me debe dinero
La tarde de este viernes leí en Reforma que el dueño de El Financiero, Manuel Arroyo, debe pagar, en Estados Unidos, una multa de ¡¡¡200 mil dólares diarios!!! mientras mantenga el desacato a una orden judicial en aquel país para dejar de usar la marca Fox en sus canales deportivos en México.
Deseo de todo corazón que don Manuel Arroyo gane sus litigios allá de aquel lado de la frontera norte. Sería una pena que perdiera: es muchísimo dinero, hasta para un hombre riquísimo como él, pagar multas diarias de 3 millones 700 mil pesos.
Se le desea suerte al señor Arroyo en aquellos procesos jurídicos. Pero, ni hablar, como tengo necesidad de realizar ciertos gastos –y sin ganas de complicarle la vida en un momento tan complicado– suplico con toda amabilidad pedir que el dueño de El Financiero tome chocolate y pague lo que me debe.
¿Qué me debe Manuel Arroyo, de El Financiero? Las llamadas costas de una demanda que él promovió en mi contra y perdió en todas sus etapas. Con dos o tres días de las multas que le exigen en Estados Unidos, cumplirá sus obligaciones conmigo.
Ya perdió todas las instancias del juicio para cobrarle, pero no ha pagado nada. Lo que sigue es embargarle lo que sea. Le sobrarán bienes valiosos para que pague por la necedad de haberme demandado sin tener ninguna razón para ello. Lo hizo nada más porque se enfureció por algunos artículos que le dediqué. Olvidó don Manuel, quien por lo demás me cae muy bien, el proverbio ese de que, quien se enoja, pierde. Arroyo se enojó, perdió y deberá pagarme, o al menos darme un lugar de privilegio entre sus acreedores que, por lo visto, son muchos y exigen cantidades de dinero enormes.


