Es interesante la serie de Netflix sobre una novela de Jorge Ibargüengoitia, Las muertas. De seis capítulos he visto cuatro y los minutos finales del último. Por el comentario que alguien me hizo decidí adelantarme y llegar al final de la historia —bastante conocida, por lo demás, al menos para la gente de mi generación—.

“Hay un homenaje a la revista Alarma!; te interesará”. Es lo que me dijeron acerca de la publicación conocida por su sensacionalismo. Esta revista no inventó el amarillismo periodístico, pero sin duda lo perfeccionó y rentabilizó como ninguna otra empresa mediática. Sus ventas fueron de cientos de miles de ejemplares cada semana. Gran parte de su éxito se debió a los reportajes, de los años sesenta del siglo pasado, acerca de las muertas de la serie de Netflix y, por supuesto, también acerca de la personalidad de quienes las asesinaron.

En la serie, el reportero de Alarma! dice años después de que los hechos trágicos ocurrieron:

“Tengo que reconocer que sí exageramos un poco las notas… sobre todo cuando hablamos que mataron a docenas y hasta cientos de muchachas”.

“Pero en ese momento sin duda era necesario porque gracias a nuestro trabajo se tomó conciencia en Mexico de problemas tan graves como la prostitución infantil, el lenocinio, trata de blancas, desaparición de mujeres, abuso de infantes… pero sobre todo, de la corrupción y complicidad de las autoridades a todos los niveles”.

“Si creo que nuestro trabajo cambió para siempre la manera de hacer periodismo en México. Y desde entonces todos los medios, incluyendo la radio y la televisión, han tratado de imitarnos”.

El periodismo policiaco vende. Domina actualmente la televisión. Los noticiarios que explotan la nota roja, incrementan su rating. Entonces, todos —no hay excepciones— caen en el sensacionalismo.

Ese no es el mejor periodismo. Pero tampoco lo podemos considerar el peor modelo informativo. Mucho más lamentable —y dañino para la convivencia social— es el periodismo político sensacionalista. Un ejemplo espantoso es el de considerar “genocidio silencioso” a un cambio administrativo en el sector salud, que pudo ser más o menos eficaz, pero que evidentemente la 4T ha diseñado para acabar con la corrupción en la compra de medicamentos y equipos para hospitales que durante décadas enriqueció a políticos corruptos del PRI y del PAN.

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Ni siquiera es original la expresión “genocidio silencioso” que se ha usado para dañar la imagen de los dos gobiernos de izquierda mexicanos exagerando las deficiencias reales en el sistema de salud pública —en el peor de los casos, pero solo en el peor de los casos, las mismas de sexenios anteriores—.

La frase “genocidio silencioso” la ha usado la derecha, para generar pánico en su cruzada contra el aborto; también es relativamente frecuente en la prensa global para categorizar conflictos en África y, hasta en el cine argentino, se recurrió a las mencionadas dos palabras para tratar un problema de contaminación por agrotóxicos.

El amarillismo político ha sido la norma de la comentocracia mexicana en los tiempos de la 4T. Alguna vez, al terminar una conferencia de prensa mañanera de AMLO en la que el expresidente comparó a Reforma —y creo que también a Proceso— con “el Alarma!”, el fallecido periodista Juan Bustillos me dijo, bromeando, que no le parecía justo que Andrés Manuel insultara de esa manera a una publicación histórica, como hoy a la serie, Las muertas, de Netflix.

Motivado por lo que me dijo Bustillos, en junio de 2020 publiqué aquí el artículo “Veo Reforma, leo a @rivapa y pienso que AMLO debe disculparse con la revista Alarma!.

No merece Alarma! que se le compare con el actual periodismo político mexicano, en el que abundan las falsedades y escasea la ética. Hoy Reforma habla de “muertes coincidentes” para escandalizar con el caso del arresto de marinos dedicados al huachicol. Son ganas de entorpecer el trabajo de la presidenta Sheinbaum y su gabinete de seguridad.

No hay conciencia de lo complejo que resulta la tarea de acabar con las mafias del crimen organizado que se volvieron poderosísimas después del fraude electoral de 2006, cuando el presidente espurio, Calderón, entregó la jefatura de su absurda guerra contra el narco a un colaborador del cártel de Sinaloa, García Luna, actualmente preso en Estados Unidos. Mucho ayudaría la prensa si fuera un poco más seria.

Por cierto, eso de “muertes coincidentes” tampoco es original del periodismo mexicano. Los editores de Reforma seguramente plagiaron el concepto de la leyenda conocida como La maldición de Ramsey, según la cual cada vez que el futbolista galés Aaron Ramsey anota un gol, una celebridad mundial muere prácticamente al mismo tiempo.

Ya estoy a la espera de las “muertes coincidentes” que llegarán a los diarios, la radio, la TV y las redes sociales relacionadas con el arresto del líder de la banda criminal La Barredora, Hernán Bermúdez Requena.

Alarma! exageraba con el número de fallecidos y publicaba fotografías horribles, pero era una revista muy creativa en sus titulares: “Matóla, violóla y encostalóla”. Su desmesura no pretendía generar problemas políticos que tanto afectan la sociedad. La prensa de hoy cae en peores excesos y de ninguna manera es ingeniosa en sus cotidianas tentativas de dañar a los gobiernos nacionales de izquierda que no son como los anteriores, los del PRI y del PAN que tantos privilegios concedían a dueños de medios y periodistas famosos.