A Mary no le creyeron cuando escribió Frankenstein. A Marie tampoco cuando descubrió la radiactividad; a Elena la creyeron “la esposa de...” toda la vida, aunque pronto se haya hartado de serlo. Resultó que Magdalena no era una maga de alto rango, sino una prostituta de baja monta y obsesionada con el hijo del creador. Louise publicó con nombre masculino, lo mismo que Emily, lo mismo que Jane, todas firmando con nombre de varón para tener la oportunidad de ser leídas porque en su época no había otra opción.

Ahora sí podemos publicarnos, pero los escritores varones todavía se quejan si las mujeres ganan los concursos porque juran que hay un sesgo de género y que es por eso que las mujeres ganan: no por talento, sino por deuda social.

A todas las mujeres que se atreven a nombrarse a sí mismas, a levantarse y mirar de frente al ejército patriarcal de los buenos hombres se les trata de apócrifas, de falsas, de locas o de poseídas, pero, ¿qué pasa con los hombres?

A los hombres nadie, absolutamente nadie les cuestiona sus éxitos. Nadie dice que si son presidentes es porque son hijos de; o si ganaron un concurso literario porque se robaron los escritos de su esposa (y si pasó y pasa); además, ¿a quién le deben los hombres su éxito (y su tiempo para obtenerlo)? ¡Por supuesto! A las mujeres que les cuidan a los hijos en común mientras ascienden en puestos profesionales y políticos; a aquellas a quienes empobrecen dándoles solo el 15% de pensión miserable mientras ellos gastan el resto repartiendo dádivas y buenaondismos para alcanzar la gerencia; a las mujeres que les limpian la casa, les preparan la comida, les lavan los calzones y los sostienen emocional y hasta económicamente mientras no son “nadie”.

Si alguien es apócrifo aquí, esos son los hombres que para alcanzar sus éxitos deben pisar las espaldas de las mujeres y todo su trabajo gratuito y esclavo de cuidados. Aquí los apócrifos son ellos y eso sin llegar a hablar siquiera de los casos registrados en donde hombres secuestran emocional o físicamente a mujeres más talentosas que ellos para apropiarse de sus creaciones (como es el caso de la pintora Margaret Keane, la pintora de los ojos grandes).

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A mí no me sorprende entonces que en el reciente certamen se cuestione la legitimidad de la victoria de una mujer que se atrevió a defenderse. ¡Qué escándalo! ¿Se imaginan? Una mujer fuerte y que además es el epítome perfecto de la belleza universal para los hombres en un mismo recipiente. ¿Cómo nos atrevemos a creer que una mujer puede serlo todo? Si es bella, debe ser hueca. Si es lista, debe ser puta, si es fuerte, debería ser fea e inadecuada.

Y bueno, además asombrémonos una vez más de que uno de los eventos más misóginos de todos los tiempos donde ponen a mujeres de todo el mundo a competir como pedazos de carne para el gusto de los hombres, encuentre la forma de agredir de una y más formas nuevas a sus concursantes.

Vaya sorpresa es, que a la mujer que ganó se la acuse ahora de fraude. Se le diga que es inadecuada y que ella no debió ganar, que gana por ser hija de alguien, no por ser quien es ella misma.

Imaginen ahora como sabe la victoria para esa jovencita que fue entrenada toda la vida para ser canon pero que sin embargo encontró la fuerza para resaltar, no encajar y rebelarse cuando eso no está permitido en el mundo de las bellas y menos de las sublimes, de las perfectas patriarcalmente hablando.

La sociedad tiene una deuda inmensa con las mujeres, eso ya lo sabemos todas.

¿Pero cómo nos van a retribuir todos estos espacios de éxito, de poder, de logro y de creación si ni siquiera con capaces de reconocerlos como méritos propios?

Detrás de cada avance humano y social siempre está una mujer sosteniéndolo todo. Cuidando al que descubre. Siendo la que descubre. Detrás de cada mujer que crea siempre hay un sistema creado por y para hombres diciéndole que no es suficiente, que sus logros no le pertenecen y que se los debe a otros hombres.

¿Cómo vamos a quitarnos esos susurros malintencionados de nuestras cabezas?

¿Qué cosas tendremos que hacer las mujeres para adueñarnos de nuestro poder y para entender que somos las pioneras, las que sostienen, las que cuidan, las que lo son todo? ¿Que sin nosotras el mundo no avanza y los sistemas colapsan?

¿Que nos merecemos el éxito, el dinero, el poder, pero también seguir habitando la infinita ternura con la que cuidamos a nuestros hijos y a nuestras amigas?

Las mujeres somos las primeras científicas de la humanidad. Mientras las tribus se distribuían el trabajo y los más resistentes salían a cazar, las mujeres se quedaban cuidando ancianos, niños y enfermos, transformando su entorno. Tejiendo canastas, tiñendo ropa, cocinando a través del descubrimiento de plantas, hongos y raíces.

Las mujeres somos el motor de avance de la humanidad, si nos quieren seguir tratando como apócrifas vamos a levantarnos más rápido y más fuerte. Seremos apócrifas según sus términos, pero somos auténticas y brillantes según los nuestros. Nuestro poder radica en nuestra mera existencia.