La inminente caída de Nicolás Maduro en Venezuela no es un hecho lejano ni ajeno a México. Nos toca de lleno. Y lo hace en un doble frente: primero, porque los militares y operadores del chavismo, los famosos soles caídos, ya buscan negociar su supervivencia con Estados Unidos a cambio de entregar información sobre el entramado criminal que durante años tejieron con cárteles mexicanos. Segundo, porque al colapsar Caracas como sostén de La Habana, Cuba volteará con mayor fuerza hacia México para exigir lo que antes obtenía del petróleo venezolano: subsidios energéticos, convenios médicos y respaldo diplomático.
La combinación es explosiva. De un lado, documentos y testimonios que pueden poner al descubierto los vínculos de estructuras criminales venezolanas con Sinaloa o el CJNG, abriendo expedientes que Washington no dudará en usar para presionar a México. Del otro, la presión de una Cuba casi totalmente aislada, reclamando auxilio político y económico justo cuando el gobierno mexicano enfrenta la mirada vigilante y hostil de Donald Trump.
Lo que viene no es solo un dilema diplomático. Es un escenario de alto riesgo estratégico. Si México decide convertirse en el nuevo sostén de Cuba, quedará en la mira directa de la Casa Blanca y del lobby cubano de Miami, fortalecido y con línea directa con Trump. Ese bloque exigirá sanciones, endurecerá el embargo y buscará aislar a todo país que tienda la mano a La Habana. México, por lo tanto, no sería visto como un mediador, sino como un cómplice.
El costo no es teórico. Puede expresarse en sanciones financieras, limitaciones comerciales, restricciones en seguridad y un deterioro aún mayor en la relación bilateral en momentos donde el tema migratorio y los aranceles ya tensan la cuerda. Y todo ello, mientras los ecos de los soles caídos revelan la magnitud del pantano en que se mezclaron militares venezolanos y cárteles mexicanos.
México queda atrapado entre dos fuegos: el de una Cuba que lo necesita más que nunca y el de un Washington que no está dispuesto a tolerar un salvavidas para el castrismo. En esa intersección peligrosa, la 4T tendrá que decidir si quiere cargar con el costo histórico de sostener a un régimen en ruinas y, al mismo tiempo, abrir la puerta a que salgan a la luz las complicidades más incómodas con el narco transnacional.
No es exagerado: estamos ante un punto de inflexión. México no puede ignorar que cada decisión que tome frente a La Habana y Caracas será leída en Washington como un desafío directo. Y en este tablero, Trump ya dejó claro que no habrá indulgencias.