México se encuentra en la disyuntiva de alinearse al discurso populista, marcado por una interpretación rígida de la soberanía nacional, o emprender una política exterior moderna y estratégica.

La reciente propuesta de seguridad para América Latina anunciada por el presidente Donald Trump —que ha sido calificada como una reedición de la Doctrina Monroe— obliga a México a definir su posición.

El dilema no es menor: un nacionalismo reactivo o la construcción de un marco de cooperación e integración con naciones estratégicamente aliadas.

Los intereses del Estado

Ante la iniciativa de Trump, la postura del gobierno mexicano recuerda viejos debates de los años sesenta y setenta, cuando la narrativa antiintervencionista funcionaba como moneda de negociación diplomática en un mundo polarizado por la Guerra Fría.

Una etapa que México dejó atrás luego de experimentar profundas transformaciones, como el fortalecimiento de la democracia, la apertura económica y la integración comercial, primero con su ingreso al GATT y luego con el TLCAN.

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El cambio trajo consigo una nueva política exterior y un nuevo perfil internacional: Cancilleres y secretarios de Economía como Jaime Serra Puche, José Ángel Gurría, Patricia Espinosa, Ildefonso Guajardo y José Antonio Meade impulsaron agendas sofisticadas y modernas. Serra diseñó y negoció el TLC; Gurría posicionó a México como un actor relevante en negociaciones con Estados Unidos, Europa y Asia; y Espinosa fortaleció vínculos con América Latina y el mundo, llegando a colocar a México como referente en temas ambientales, lo que le valió dirigir la COP de París.

En lo económico, las reformas de los gobiernos de Salinas y Zedillo modernizaron instituciones clave brindando autonomía del Banco de México, un Poder Judicial más sólido y un marco regulatorio que permitió superar las crisis recurrentes de fin de sexenio.

México, parecía haber alcanzado la “mayoría de edad”. La política exterior había superado el síndrome del país débil y dejado atrás la retórica del agravio permanente.

Los intereses del nuevo régimen

No obstante, la llegada de Andrés Manuel López Obrador y la llamada Cuarta Transformación revirtió gran parte de ese avance. El gobierno volvió al discurso de inferioridad frente al exterior, acompañándolo de una orientación geopolítica cercana al bloque China–Rusia–Irán y a sus aliados en América Latina: Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia, Ecuador y Honduras.

Una tendencia a la que se ha sumado la presidenta Sheinbaum, reforzando vínculos con gobiernos considerados autoritarios o abiertamente enfrentados con Estados Unidos, lo cual podría interpretarse como signos de subordinación y búsqueda de apoyo internacional para mantener el poder político.

Sheinbaum rechazó asistir a la Cumbre de las Américas en República Dominicana, argumentando la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela, tampoco asistió al G20; solo acudió al sorteo del Mundial en Washington, pero lo hizo porque de no hacerlo, el presidente argentino Javier Milei ocuparía su lugar en el evento.

Sheinbaum ha mostrado respaldo a figuras políticas cuestionadas, procesadas o investigadas por corrupción, terrorismo, lavado de dinero o vínculos con el crimen organizado. Tal es el caso del expresidente peruano Pedro Castillo y la exprimera ministra Betssy Chávez. Ha estrechado la relación con la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, a quien recibió en Palacio Nacional, apenas días antes de unas elecciones que terminaron en crisis y en acusaciones de intervención estadounidense.

Negociaciones paralelas

Mientras México negocia con EU temas clave de seguridad regional, comercio y migración, el gobierno no ha dudado en abrir espacios y acuerdos con China, Rusia, Cuba y Venezuela. La situación ha causado incomodidad en Washington, que en respuesta ha intensificado su presión ante lo que percibe como una amenaza para la seguridad continental.

La administración Trump exigió a México imponer aranceles a productos chinos y retirar a agentes rusos que presuntamente operan en territorio nacional. A lo que China respondió airadamente a través de su portavoz Lin Jian, calificando como “errónea” la Ley de Aranceles impulsada por México y pidiendo corregir ese “unilateralismo”.

La encrucijada diplomática es crucial: si se inclina hacia Rusia y China, la presión estadounidense aumentará severamente. Si cede ante la presión de Washington, corre el riesgo de quedar subordinado a los intereses norteamericanos.

Pero aún existe una tercera vía: la integración estratégica con Estados Unidos y Canadá basada en la cooperación económica, seguridad compartida y desarrollo regional. Una opción que lejos de significar sometimiento, podría fortalecer al país, como ya lo demuestra el caso canadiense.

El futuro de México no debe hipotecarse a una dependencia económica ni política de potencias lejanas como China, que lejos de ofrecer desarrollo genuino, nos arrastra hacia un modelo que carece de democracia y equidad.

La prosperidad de México radica en consolidar su relación con Estados Unidos y Canadá a través de una alianza estratégica basada en la cooperación y el respeto mutuo. El camino hacia la autonomía y el crecimiento pasa por negociar de manera inteligente y soberana con nuestros vecinos del norte, quienes han demostrado ser aliados fundamentales para el desarrollo y la estabilidad de la región.

No hay lugar para la obsesión por el poder momentáneo cuando el bienestar y el futuro próspero y soberano para los mexicanos está en juego.

X: @diaz_manuel