Mucho se ha discutido estos días sobre los sucesos del sábado pasado en el Zócalo. Si se atienden las versiones oficiales, de los voceros del oficialismo, de sus propagandistas o de la propia presidenta Claudia Sheinbaum, se escuchará la misma versión: los responsables de la violencia no fueron otros que un grupo de personas incendiarias cuyo único objetivo fue la desestabilización del gobierno y la implantación de una agenda promovida por la derecha internacional. ¿Qué es la derecha internacional? Ellos lo sabrán.
¿Y los videos donde se ve cómo un grupo de policías se lanzan contra un individuo que llevaba en sus manos una bandera y lo someten y golpean en el suelo? Se trata –dicen ellos- de manipulación y de ediciones del pasado. A su vez, no han dudado en buscar restar legitimidad a una marcha pues contó –aseguran- principalmente con políticos. La oposición y asistentes de la marcha han dado diferente versión. En el relato de su propia experiencia, la policía de la Ciudad de México utilizó fuerza desmedida para hacerles retroceder.
Yo quisiera en este texto apuntar hacia un hecho incontrovertible: la ausencia, de nuevo, de la bandera nacional en la plancha del Zócalo. No ha sido novedoso. Se recordará cuando la llamada marea rosa, misma que fue capaz de llenar la plaza, llegó a un Zócalo sin bandera. AMLO lo justificó con el argumento de que no había dado tiempo de que los militares responsables la izasen. Minimizó el hecho y reiteró su tolerancia para que estos fachitos tuvieran oportunidad de ejercer su derecho de expresión.
Lo han hecho de nuevo. El Zócalo de la Ciudad de México recibió a los miles de participantes sin bandera desplegada. En otras palabras, y no se trata de una interpretación única, el régimen ha hecho lo que siempre hace: enviar el mensaje a sus detractores de que ellos son los únicos poseedores de la verdad, de la legitimidad del pueblo y de la nación. Autoerigidos en la voz de todos, se atreven a arrebatar a sus detractores un signo que pertenece a todos.
México vive tiempos de polarización sobremanera alarmantes. Por un lado, se observa un país lastimado y con deseos de hacer valer su voz y, por el otro, un régimen incapaz, incompetente, intolerante y cautivo dispuesto a robar a los millones de mexicanos que no les apoyan lo único que les queda: sus símbolos patrios.
