La grave crisis que atraviesa el PRI no tiene que ver solamente con los malos resultados que viene arrastrando desde 2015, padece también una crisis de identidad que lo pone en riesgo de desaparecer o de ser “deglutido” por Morena. Su dirigente, Alejandro Moreno Cárdenas, tiene frente a sí la disyuntiva de poner el último clavo al ataúd o bien, de gestionar el abordaje al partido de AMLO.

Porque en el reino de Andrés todos los arrepentidos tienen cabida, más aún si provienen del PRI y eso lo saben bien Alito y otros más.

La redención de los priistas

En 2016 AMLO nominó candidato a la alcaldía de Villahermosa al priista Evaristo Hernández, aunque antes lo había acusado de ser un corrupto. Desde entonces lanzó el mensaje que hasta hoy sigue siendo su principal moneda de cambio: los priistas que renuncien a su filiación serán perdonados en Morena, “porque al momento que salen del PRI, se limpian”.

Desde que Alito Moreno llegó a la dirigencia nacional del PRI, ha tenido como su consejero, asesor y guía a José Murat Casab, un amigo cercano de AMLO, que, por servir a sus intereses, ha sido “purificado” de todas las tropelías cometidas a lo largo de su carrera política, como la fortuna que amasó, las cuentas y departamentos en el extranjero de él y sus hijos, incluyendo a Alejandro, el actual gobernador de Oaxaca; el supuesto autoatentado que terminó con la vida de un empleado de un hotel de Oaxaca. Murat también es amigo de Monreal y Beltrones, con quienes realizó negociaciones para arreglar elecciones en Zacatecas y Oaxaca.

La destrucción del priismo

Ambos personajes, Alito y José Murat se han encargado de destruir al PRI y de hacer que transite hacía Morena. De hecho, se llegó a decir que el campechano, gracias a la intervención de Murat, estableció una buena relación con AMLO, al grado que le decía “Amlito”.

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En las elecciones intermedias de 2021, Alito y Murat se encargaron de imponer candidatos afines a Morena, pero no muchos de los impresentables alcanzaron el triunfo. Al final, el triste desempeño del PRI puso en jaque la estrategia de AMLO para la aprobación de sus reformas constitucionales, porque de las 70 diputaciones que obtuvieron, la mayoría eran contrarios a los intereses de Murat y Alito.

También se ha hablado de que entre los dos políticos hay un compromiso, primero Murat ayudó a Alito para llegar a la dirigencia del partido para que al término de la gestión de su hijo Alejandro al frente del gobierno de Oaxaca, sea quien asuma la presidencia del PRI. De cumplirse este escenario, representaría la migración del PRI a Morena y el fortalecimiento del partido de AMLO de cara a la elección del 2024.

El segundo escenario, significaría la destrucción del PRI y que se convierta en Morena. En días pasados, los exdirigentes del PRI, Manlio Fabio Beltrones, Claudia Ruiz Massieu, Roberto Madrazo, Beatriz Paredes, Dulce María Sauri, José Antonio González Fernández, Jorge de la Vega, Pedro Joaquín Coldwell, César Camacho, Carolina Monroy y Osorio Chong, exigieron la renuncia del Alito por sus pésimos resultados electorales, vicios y corrupción manifiesta, sin embargo, Alejandro Moreno simplemente se atrincheró y les dijo: “no me voy”.

Morena y el PRI

Estamos viviendo un momento estelar en la vida del PRI en el que parece repetirse la historia de manera inversa. Cuando vino la necesidad de transformar el Partido Nacional Revolucionario (PNR), surgió al amparo del caudillo Plutarco Elías Calles para controlar los movimientos de masas y encausarlas como el principal apoyo gubernamental a través de la eliminación de los adversarios políticos, tal cual lo que pretende AMLO a través de Morena.

Ante el inicio de un México progresista, el PNR y el caudillo Elías calles mostraron su debilidad, ya no se necesitaba de un caudillo, sino de una vida institucional, de ahí surgieron las grandes reformas del general Lázaro Cárdenas que dieron paso a la vida institucional del país, incluyendo al partido que se transformó del PNR al PRI.

Hoy vemos que la intención de AMLO es aglutinar todo el movimiento de masas en una sola opción y eliminar a los adversarios y la vida institucional que creó Cárdenas.

La mancuerna Alito-Murat ha sido el vehículo para asegurar el regreso al poder de un nuevo caudillo y para eliminar a la oposición y la vida democrática para lograr la instauración de un Estado autócrata.

Si bien en los últimos meses Alito ha mostrado una actitud combativa que no se le había visto desde que asumió el liderazgo del PRI, sobre todo en el tema del debate parlamentario sobre la reforma eléctrica, realmente no se nota una voluntad firme para retomar el liderazgo frente a los cuadros y bases del partido. Por ejemplo, resulta lamentable que, en la elección del 5 de junio, Oaxaca fuera el único estado donde no se concretó una alianza opositora.

México ya cambió, ya no son las épocas de Plutarco o de Cárdenas, la democracia avanzó y la pluralidad y la alternancia son una realidad, le guste o no al presidente. Ya no hay cabida para pensamientos retrógrados como el que expresan la mancuerna de Alito-Murat. Alito no puede condenar al PRI y a su militancia a convertirse en un apéndice de Morena para fortalecer al caudillo.