“La gente podrá hacer cualquier cosa, no importa cuán absurda, con el fin de evitar enfrentar su propia alma.”

CARL GUSTAV JUNG

“A veces uno quiere algo con tanto fervor que dejan de importarle las consecuencias.”

LISA KLEYPAS

Manuel Espino, expresidente del PAN, ha sabido “leer” los tiempos políticos. Antes levantó la mano de quienes resultaron victoriosos en la carrera por la Presidencia; lo hizo con Vicente Fox y de ahí hasta López Obrador. Ahora pretende ser intermediario político con el narco para la 4T.

Reflejo de la clase política nacional; una capaz de traicionar alianzas, a sus partidos, a sus correligionarios y, más importantemente, ¡a sus representados! con tal de continuar beneficiándose del poder. Un mercenario más que visible y a toda regla. Parte fundamental de la caterva de individuos que devalúan la política.

Se sabe de las relaciones del narco con la clase política mexicana; antes y ahora con “el gobierno de la transformación”. Evidencias existen. Desde los políticos que no pueden pisar Estados Unidos por miedo a ser arrestados (¿verdad Manuel Bartlett, Salvador Cienfuegos?) hasta los nuevos indicios guardados —no tan celosamente— por la Sedena y compartidas por Guacamaya Leaks. Y así, miles de circunstancias más que nos estallan en la cara.

Pero presumir de las relaciones con la delincuencia de forma tan abierta (además de ofrecer los servicios de intermediación de manera ostentosa), sobrepasa todos los colmos. Lo que hizo Manuel Espino es tan aberrante que supera incluso a las cuestionables acciones, desplantes, propuestas y demás exabruptos de Adán Augusto López Hernández. Tantas que merecen artículo aparte.

Ahora se habla con los narcos. En serio, ¿nadie va a decir nada? ¿El único que abrirá la boca para reprobarlo —y de paso defenderse de acusaciones— es Felipe Calderón? Fuera de la ya predecible desestimación por parte de AMLO, ¿qué dice de todo esto la 4T? Pero, sobre todo, ¿qué posicionamiento (no uno de corte político, eso no interesa aquí) asumirá el panismo? ¿A quién está dejando peor parado Espino; a los de antes o a los de hoy?

De verdad, ¿no hay nadie, ningún posible contendiente a la Presidencia con suficiente calidad moral (está visto que López Obrador ni la tuvo ni la tendrá) que pueda asumir la tarea de renovar la clase política de este país? ¿La revalorización del deber ser y del Estado de derecho por parte de la SOCIEDAD? ¿Nadie? Todo indica que los mexicanos dejaremos pasar esta nueva afrenta sin más.

Tristemente nos conformamos con ser testigos de la continuación de un proceso que viene desde otros sexenios y que ha alcanzado niveles insospechados en tiempos de la 4T. Conformistas a la llamada de “abrazos no balazos”, la de “los voy a acusar con sus mamás y sus abuelitas, la de “… o dejo de llamarme Andrés Manuel”, la de “hay que darles su jalón de orejas”.

Lo propuesto con desparpajo por Manuel Espino ¿es continuación y consecuencia de lo anterior?, ¿de lo que se sospecha es una relación especial de la 4T con la familia de El Chapo Guzmán? (de nuevo, ahí tenemos toda la información sobre la planeación del encuentro en Sinaloa de nuestro presidente con la madre del narcotraficante en los correos filtrados por Guacamaya).

Por supuesto que López Obrador negó en la mañanera aceptar esos tratos. Mas poco importa en ese sentido lo que diga el mandatario —si se consideraría la oferta de Espino o no, si estaba informado de ello o no—; es irrelevante (ya sabemos de su manía por mentir, lo avalan más de 86,000 mentiras vertidas en conferencias de prensa).

Lo relevante, creo yo, es el planteamiento de Manuel Espino en sí. ¿Qué nos está diciendo de la clase política (de toda ella, aunque en especial de este individuo)?

El expanista reconvertido en fervoroso morenista dice que el diálogo con el crimen organizado funciona para la pacificación; que ya lo experimentó con pandillas en Ciudad Juárez y que la propuesta se la hizo saber al secretario de Gobernación federal. Inapropiado es decir lo menos. Se ufanó de que había hablado con dos grupos criminales y estaban dispuestos a entablar conversaciones. ¿Podría el gobierno —así sin más— conversar con delincuentes pero no recibir a las Madres Buscadoras de Sonora y de México?

Tampoco será válido cuando se sugiera que ello sería equivalente a los diálogos por la paz en Colombia. Negociar con cárteles, con conocimiento y autorización del gobierno, es una burla a la ciudadanía y a la ley misma.

Manuel Espino ha dejado de ser político, se convirtió en un intermediario con el narco. Quienes le acojan, siguen su camino.