La Inteligencia Artificial es negacionista. En la antesala de la COP30 en Belém, Brasil, se ha desplegado una batalla paralela a la diplomática: la de la información. La Inteligencia Artificial —supuestamente como medio “objetivo” de procesamiento de datos— está siendo utilizada para fabricar realidades alternativas, amplificar el negacionismo climático e incluso sembrar intimidación entre científicas y activistas. La idea de que la IA es neutral, a estas alturas, niega el potencial manipulador que se agrava frente al primer marco normativo mundial sobre la ética de la neurotecnología de la UNESCO, que entró en vigor el 12 de noviembre. Ese documento confirma la existencia de herramientas capaces de influir en lo que alguien piensa, acceder a ello y hasta interactuar directamente con el sistema nervioso para medirlo, modularlo o estimularlo.
Un informe conjunto de Climate Action Against Disinformation (CAAD) y el Observatorio para la Integridad de la Información (OII) documentó un aumento del 267% en la desinformación relacionada con la COP30 entre julio y septiembre. Más de 14,000 piezas de contenido —desde videos falsos hasta documentos supuestamente “técnicos”— circularon masivamente en redes.
El caso más emblemático fue un video que mostraba a Belém bajo el agua: un montaje generado con IA que simulaba un reportaje real. Sin periodistas, sin ciudad real, sin inundación. Pero sí había millones de visualizaciones y una narrativa de caos instalada en la conversación pública, que reveló la forma en la que hay una ausencia de crítica frente a la información que circula en redes sociales por parte de los usuarios y pone en evidencia la ingenuidad colectiva capaz de seguir replicando este tipo de contenido a pesar de tratarse de información no verificada.
AFP documentó incluso textos atribuidos a sistemas de IA avanzados que cuestionaban la validez de los modelos del IPCC, circulando como si fueran análisis legítimos. Los modelos climáticos del IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU) son simulaciones matemáticas y computacionales que pueden predecir cómo evolucionarán el clima y la temperatura del planeta dependiendo de distintos escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero. Estos materiales falsos desinforman y al mismo tiempo erosionan la confianza en la ciencia, generando campañas de acoso contra investigadores humanos y activistas reales mientras alimentan un cinismo social que paraliza la acción climática.
La IA no es neutral: amplifica intereses, sesgos y estrategias
La IA refleja los incentivos de quienes la operan: viralidad, monetización, manipulación política, influencia geopolítica o simplemente ruido. Fue captado un documento hecho por la IA de Elon Musk que negaba los efectos del cambio climático y ha sido el estándar que interviene en la conversación en X (Twitter), que ofrece visibilidad a esas teorías. La cuestión va más allá del clima. La UNESCO, en la Recomendación sobre la Ética de la Neurotecnología, acaba de plantear uno de los desafíos jurídicos más profundos de nuestra era: proteger la libertad de pensamiento frente a tecnologías capaces de medir, inferir o modificar estados mentales.
El documento establece que la mayor parte de inversión tecnológica está en este campo y que estas herramientas son probadas sin que los usuarios lo sepan. Se dice que esta tecnología no está regulada pero se utiliza a través de dispositivos comunes como diademas o auriculares conectados, que utilizan datos neuronales para monitorear la frecuencia cardíaca, el estrés o el sueño. La UNESCO clasifica estos datos como altamente sensibles porque pueden revelar pensamientos, emociones y reacciones, al tiempo que pueden compartirse sin consentimiento. El sentido de la recomendación es que tanto los datos neuronales, como los datos no neuronales que pueden revelar emociones, impulsos, patrones cognitivos o intenciones deben considerarse información extremadamente sensible, porque tocan el núcleo de la dignidad humana.
La UNESCO plantea que los gobiernos deben imponer obligaciones jurídicas como consentimiento reforzado para cualquier uso de datos que permita inferencias mentales, la prohibición absoluta de usos coercitivos, directos o indirectos, límites estrictos en ámbitos de poder: educación, trabajo, justicia penal o seguridad pública, prohibición del uso de neurotecnología en personas menores de edad, blindaje constitucional contra vigilancia cognitiva, interrogatorios neurofisiológicos, manipulación conductual o cualquier forma de control social. El tema es una locura.
La “mente” era el último espacio libre del ser humano; la aparición de tecnologías capaces de inferirla o alterarla obliga a repensar libertades esenciales como la autonomía personal y la presunción de libertad mental dentro de un Estado constitucional. El hecho es que la manipulación informativa con IA, cuando se combina con modelos capaces de predecir emociones y comportamientos es un riesgo para la democracia cognitiva, la capacidad de pensar sin interferencia tecnológica encubierta.
La COP30 es un punto de inflexión. Por primera vez, la integridad de la información se incluyó en la agenda formal de la COP. Es el reconocimiento de que la lucha climática no es solo política ni científica, sino también informativa y ética. Tal como lo ha hecho nuestro gobierno en los últimos dos sexenios mediante secciones específicas en las conferencias de prensa para identificar mentiras o información sacada de contexto, que fue dirigida por Liz Vilchis durante el sexenio de López Obrador, y quien hoy colabora en esta casa editorial.
La libertad de pensamiento y la privacidad mental se han convertido en territorios de disputa, los últimos bastiones por defender frente a los avasalladores avances que han secuestrado la libertad humana en nombre del progreso.



