EN CONTEXTO

En un entorno que se pretende sea cada vez más democrático, no se puede descalificar que la disposición pública para incorporar herramientas para la participación política constituye una aportación innegable y plausible.

Participar o no, ha sido y será una decisión personalísima, independientemente de las ideologías y, por eso, se le puede considerar inclusive inatacable.

El problema que involucró este proceso fue la propaganda partidista que se encerró desde sus orígenes en la estructura de un proceso encerrado en una pregunta que necesariamente inducía a una respuesta deseada. Esa estructura desencadenó una serie de análisis y, más tarde, críticas por parte de los demóscopos y los expertos en la elaboración de encuestas serias.

Contra los numerosos aciertos de la propuesta de participación política puesta en práctica, fueron más destacados los elementos de confusión, las trampas jurídicas fundamentadas incluso por la misma Suprema Corte y la estructura violatoria de las normas básicas para la valuación racional de la opinión pública.

Sin juicios de valor por su intención (abiertamente) política, el objetivo siempre fue inductivo y, para el objetivo deseado, resulta tramposo.

Todos sabíamos cual podía ser el resultado y que el efecto era netamente clientelar, no tanto para el partido político en el poder sino para un plan propagandístico con cargo al gasto público federal para su líder, que es al mismo tiempo el Presidente de la república mexicana y que, de alguna manera, cae en un proceso de la corrupción y de opacidad -que involucra un circulo perverso- para el objetivo que pretende combatir como plan de gobierno.

La pregunta de la consulta dominical se centra en una idea básica, que cualquier experto serio en la elaboración de encuestas, trata de evitar para no incurrir en la pérdida de credibilidad de los resultados o cuando, con el instrumento de medición, se pide la participación pública; sobre todo cuando lo que se pretende que las decisiones mayoritarias alcancen un valor democrático.

De acuerdo a la reformulación de la pregunta hecha por la Suprema Corte, los participantes de la consulta cayeron en una broma recurrente entre los encuestadores que la forma más segura de inducir una respuesta positiva consiste en proponer la siguiente idea:

“¿La zebra es un cuadrúpedo de imagen equina cuya piel se caracteriza por ser blanca con rayas negras o puede ser percibida como un animal de cuatro patas con rayas blancas y negras?”

¿Si o no?

Cualquier respuesta termina en el sentido deseado y eso es, en el caso de la consulta del 1° de agosto, lo que tiende a afectar negativamente al proceso de investigación de la opinión pública que, por si fuera poco, es extraordinariamente oneroso para las finanzas nacionales en un entorno de múltiples necesidades sociales incumplidas y que deriva en un programa propagandístico innecesario.

Si lo que se pretendía era abrir esquemas de análisis sobre los graves problemas que se generaron en el pasado reciente del país, no era necesario echar mano del presupuesto ni buscar la validación de percepciones populares mediante el valioso esquema democrático y constitucional de esta consulta a la que se rebajó al nivel de las anteriores deliberaciones populares a mano alzada.

Esta herramienta política pudo ser utilizada para fines más nobles de beneficio social y más importantes que responder a una pregunta que es equiparable al sentido del cuestionamiento sobrenatural de los intereses públicos las rayas de la zebra.

Como sea, bienvenidas las herramientas políticas cuando la intención es verdaderamente democrática y no solamente propagandística con cargo al erario.

Mi Twitter: @lusacevedop