Refutaciones Políticas

Se afirma hasta el cansancio que los derechos humanos son “inherentes” a la naturaleza humana. Tal expresión, repetida como dogma jurídico, es falsa. Responde a un dualismo metafísico heredado del platonismo y el cristianismo, según el cual el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma, y en esa alma se almacenaría, desde antes del nacimiento, la dignidad y la libertad. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 descansa en esa mentira: que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

La realidad demuestra exactamente lo contrario: los seres humanos nacen esclavos de sus condiciones materiales de existencia y absolutamente desiguales. Nacen en la pobreza o en la riqueza, en países coloniales o imperiales, bajo regímenes democráticos o autoritarios. Nacen con hambre, con carencias, con desigualdad estructural. La supuesta igualdad es apenas una declaración retórica que, al no corresponderse con lo real, funciona como una vacua legitimación ideológica.

Una Declaración para encubrir jerarquías

La Declaración Universal fue un arreglo político entre potencias después de la Segunda Guerra Mundial. Occidente buscaba blindar libertades civiles y políticas, mientras la Unión Soviética presionaba para incluir derechos sociales. Los pueblos coloniales apenas tenían voz. Y lo más importante: la Declaración no modificó en nada la estructura de gobierno de la ONU.

La comunidad de naciones puede votar en Asamblea General, pero quien manda son cinco potencias con derecho de veto. Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido pueden bloquear cualquier resolución vinculante. La supuesta igualdad entre naciones es tan retórica como la supuesta igualdad entre los seres humanos.

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Mientras la Declaración hablaba de dignidad y libertad, la Carta de la ONU institucionalizó la desigualdad: cinco Estados sobre 190.

Los derechos humanos como producto político

Los derechos humanos no forman parte de la “naturaleza humana”. Son un producto histórico, político y revolucionario. Su origen real no está en el alma, ni en una supuesta esencia universal, sino en la toma de conciencia de los esclavos frente a los amos, de los oprimidos frente a los poderosos.

La noción de dignidad no es innata: es conquistada. Los derechos no nacen con la persona, se arrancan en procesos de lucha. La abolición de la esclavitud, la libertad de expresión, el voto de las mujeres, la jornada laboral de ocho horas, la educación pública, no fueron regalos de la “naturaleza humana”, sino conquistas de movimientos sociales que impusieron a los poderosos nuevas reglas de convivencia.

La creación necesaria

¿Son entonces los derechos humanos una mentira? Sí, en tanto se proclaman como inherentes y no se entienden como reivindicaciones revolucionarias otorgadas por el Estado. Funcionan como un lenguaje común para denunciar abusos, como horizonte aspiracional para los movimientos sociales, como instrumento político para que los desposeídos puedan disputar poder a los privilegiados y como norma vinculatoria cuando hay un Estado (político) que las garantiza.

Los derechos humanos no son esencia, sino acción. No son herencia, sino lucha. No son naturaleza, sino política. Y mientras el mundo siga gobernado por unos cuantos, con derecho de veto sobre la mayoría, conviene recordar que la verdadera fuente de los derechos no está en los textos solemnes de Naciones Unidas, sino en la capacidad política y social de los pueblos para rebelarse contra sus amos.

X: @RubenIslas3