“En México, si cada quien hiciera lo que le corresponde, la patria estaría salvada”.
Comencemos por subrayar la falacia esa del “México, el país más solidario de todos”; “el capibara del mundo”, y aceptar que somos una maldita mierda como país, en el que pocos hacen siquiera lo que les corresponde, y menos aún aspiran a la excelencia.
De entrada, y por citar un ejemplo: se exige trato más que digno a los migrantes mexicanos en otros países, fundamentalmente en los Estados Unidos, pero en México se les profesa un trato más que indigno, no tan lejano al que los británicos y los belgas, en su época, daban a su mano de obra esclava. El caso aquel de una pequeña celda en un centro de detención migratorio en el norte del país, en el que murieron quemadas varias docenas de centro y sudamericanos, sin que no solo nadie pagara por ello, sino porque nadie hizo nada siquiera para apagar el fuego. También está el caso horrendo que muestra la obscena hipocresía del discurso oficial en cuanto al tema, el del “Centro Siglo XXI”, una cárcel donde los sufrimientos infligidos a los migrantes hacen que tenga para ellos la ciudad chiapaneca de Tapachula el mote de “Atrapachula”. También que una balsa cubana no caiga en la desgracia de desviarse y llegar a costas mexicanas, porque de inmediato, a palos se les aprehende y se les deporta, máxime el actual gobierno, tan amigo de la dictadura de la mayor de las Antillas.
De ahí nos podemos seguir hasta escribir un libro choncho entero, pero solo me referiré a un puñado de casos recientes: la desaparición de un joven turista en Mazatlán, obvio con la cínica, estéril y desalmada muletilla del “ya se abrió una carpeta de investigación”, acompañada de la respectiva ausencia de resultados favorables en cuanto a conocer el destino del joven que se paró de su mesa de restaurante, en la que departía con su familia, para ir al baño y desaparecer de la faz de la Tierra.
Otro es el de las enfermeras de un hospital del IMSS, que jugaban con sus smartphones a ponerse ridículos filtros en la cara, al tiempo que se burlaban de una paciente que, desde su cama, lanzaba alaridos de dolor e imploración de auxilio, y que solo refleja el compromiso de no pocos trabajadores del sistema de salud pública en México. También ya se abrió el respectivo, y solo para fines mediáticos, expediente.
Otro más es el caso del senador por Morena, Adán Augusto López Hernández, quien, luego de quedar al descubierto el mayor robo a la nación en la historia de México (“huachicol fiscal”), se burla de millones echando desmadre en el Congreso, viendo el fútbol desde su laptop mientras comparece el secretario de la SHCP o, de plano, echándose sus repulsivas siestas, sabiéndose por completo impune, ante una presidenta que no parece tener el control real del país.
Y otro, el robo del perrito del jugador galés de los Pumas de la UNAM, de apellido Ramsey, quien tuvo la ingenuidad de creer que, en la pensión para cuidar perros en San Miguel de Allende, Guanajuato, los encargados iban a hacer, simple y sencillamente, lo que les correspondía. El señor Ramsey ya se fue de regreso, horrorizado y devastado, a su país, como era natural, dejando la nota a nivel internacional para México como lo que es: un país infestado de bestias.
¿Que cuál es mi hipótesis acerca del destino de la mascota de Aaron Ramsey? Simple: en esta época cercana a los Días de Muertos, los cárteles del crimen organizado acostumbran hacer sacrificios con animales, con especial preferencia por los gatos negros (de ese tamaño es la ignorancia que nos rodea), para (según su cerebro de entes brutales) protegerse de la justicia, léase, que no llegue algún cuerpo de seguridad a detenerlos que trabaje para un grupo contrario del crimen organizado.
Por eso ninguna cantidad de recompensa fue suficiente para recuperar al perrito robado, porque en este país –insisto– de mierda en el que vivimos, se conoce el precio de todo (esas ceremonias de brujería son carísimas) y también se desconoce el valor de ese mismo todo.


