Hace unos días recordé en este espacio lo que leí en la página 240 de la novela Maldita Roma del español Santiago Posteguillo: el capítulo “Una clase de oratoria”. Ahí se narra que Julio César había acudido a Rodas para ser discípulo de Apolonio, el griego que había sido maestro de Marco Tulio Cicerón.

En la primera lección de oratoria, Apolonio preguntó a César: “¿Qué es lo más importante en un discurso?”. El joven romano contestó dos veces equivocadamente. Y es que, en su primera respuesta, Julio César dijo que lo fundamental en un discurso es la organización del mismo. Contestación equivocada. También fue errónea la segunda respuesta: “Lo más importante de un discurso es ensayarlo”.

Apolonio, con paciencia, llevó a César a la respuesta verdadera: En un discurso “lo más importante es decir o hacer lo inesperado”.

¿Qué fue lo inesperado del discurso de ayer jueves de Claudia Sheinbaum en su cierre de precampaña? Que Marcelo Ebrard estuviera presente en el Monumento a la Revolución, que abrazara y aplaudiera a Claudia y que, además, hasta gritara con decenas de miles de personas: “¡¡¡Presidenta, presidenta!!!”.

Ebrard se disciplinó y, por consecuencia, murió la única esperanza que tenía la oposición para debilitar a Morena: la división en el partido de izquierda. No por nada la primera que protestó por la presencia de Marcelo en el mitin encabezado por Claudia fue la desconcertada Xóchitl Gálvez, de la alianza PRI, PAN, PRD.

La licenciada en física y doctora en energía dio una lección de política. Andrés Manuel López Obrador debe estar cada día más convencido de que su partido, Morena, acertó al entregar la candidatura presidencial a Claudia Sheinbaum.