Me han criticado por estar leyendo las novelas del español Santiago Posteguillo sobre Julio César. A algunas personas que conozco no les parecen demasiado intelectuales. No sé si lo sean, pero leí la primera de tales obras, Roma soy yo, y consideré tan interesantes sus más de 700 páginas que me alejé de Netflix y otros sistemas de series y películas.

Ahora leo el segundo libro de Posteguillo sobre tan extraordinario personaje, Maldita Roma, de casi 900 páginas. Alguien me sugirió que mejor lea Julio César de William Shakespeare, prometo que lo haré. En realidad, lo hice antes y no olvido aquello de “Et tu, Brute?” (“¿También tú, Bruto?”). Hay otras expresiones en el drama de Shakespeare que llaman a la reflexión, como la de Bruto de que “el abuso de la grandeza es cuando se separa la clemencia del poder”.

¿Por qué hablo de Julio César y Bruto? Porque en la segunda de las novelas de Posteguillo hay un capítulo, en la página 240, titulado “Una clase de oratoria”. César, en efecto, había acudido a Rodas a buscar a Apolonio, el griego que había sido maestro de Marco Tulio Cicerón.

En la primera lección, Apolonio preguntó a Julio César: “¿Qué es lo más importante en un discurso?”. El joven romano contestó dos veces incorrectamente al maestro griego.

En su primera respuesta, César dijo que lo fundamental en un discurso es la organización del mismo. Apolonio lo reprendió: eso, la organización de la pieza de oratoria es importante, pero no lo más importante. Julio César respondió en su segunda oportunidad: “Lo más importante de un discurso es ensayarlo”. De nuevo, contestación fallida: ya que el ensayo es sin duda necesario, pero nada más.

Apolonio se vio obligado a dirigir a César a la respuesta verdadera: “La clave es un discurso, lo más importante es decir o hacer lo inesperado”.

Hoy, en Milenio, Héctor Aguilar Camín abiertamente elogia el discurso de ayer de Xóchitl Gálvez. Lo llamó el “primer discurso serio de la campaña presidencial” y concluyó diciendo que volverá “sobre los detalles” del mismo “a la espera, por cierto, del primer discurso serio de Claudia Sheinbaum”.

Por serio que haya sido el discurso de cierre de precampaña de Xóchitl no tuvo el elemento fundamental del que Apolonio le hablaba a Julio César: lo inesperado.

¿Cómo habría podido sorprender la candidata de la derecha a la sociedad mexicana? Con una receta creíble de que tiene posibilidades de emparejarse en las encuestas con la candidata líder, Claudia Sheinbaum, la abanderada de izquierda que tiene ventajas de hasta 52 puntos porcentuales en las mediciones de preferencias electorales.

¿Es demasiada ventaja? Sin duda, pero se explica por el hecho de que Morena gana incluso donde se suponía que no debía ganar, como en Yucatán, tradicionalmente dominado por el PAN y el PRI, y en Jalisco, gobernado por Movimiento Ciudadano.

Si en tales entidades el partido de izquierda supera en las elecciones de gobernador o gobernadora por más de 15 puntos a las opciones de derecha, ¿qué era lo pronosticable en entidades donde el morenismo está más arraigado, como Tabasco? Pues sí, que el partido fundado por AMLO alcance casi el 70% de las preferencias. Aquí la encuesta de hoy de MetricsMx publicada en SDPNoticias.

Por cierto, me dicen que así andan las cosas en la contienda por el Senado en Sinaloa, donde la fórmula integrada por Enrique Inzunza Cazarez e Imelda Castro arrasa con más del 60% de las intenciones de votación en los mejores estudios demoscópicos locales. Sobre la elección sinaloense volveré en un próximo artículo.

El discurso de Xóchitl no fue un buen discurso porque no sorprendió a nadie. Dijo lo que se esperaba que dijera y nada más. No expresó ninguna palabra para sacudir a la sociedad mexicana que le ha dado la espalda a la oposición, insisto, según todas las mediciones de preferencias electorales.

¿Qué debería decir Claudia en su discurso final de precampaña que sorprendiera a la gente? No lo sé. Lo sabrá la candidata de Morena. En lo personal me gustaría un llamado de reconciliación a las minorías. De ahí mi mención de lo que dice Bruto en la obra de Shakespeare: “el abuso de la grandeza es cuando se separa la clemencia del poder”. Claudia no debe separarles en lo relacionado con las opciones políticas perdedoras.

Si las cosas siguen como hasta ahora —y creo que eso es lo más seguro—, la presidenta Sheinbaum tendrá lo que ningún otro gobernante de México desde que hay elecciones limpias: todo el poder. Ni siquiera Andrés Manuel López Obrador lo tuvo, ya que fue democráticamente controlado por los poderes legislativo y judicial, sobre todo por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Con la mayoría que se anticipa tendrá Sheinbaum, Morena dominará ampliamente el Senado y la Cámara de Diputados y Diputadas y, desde luego, podrá cambiar la Constitución para reformar la judicatura.

Creo que, ante tal escenario, Claudia debe comprometerse formalmente a respetar los derechos de las minorías asegurando que ese será el propósito de la reforma judicial, ya sea porque cambiará el sistema sin tocar a la actual corte suprema, que en mi opinión ha hecho un buen trabajo, o que si se le cambia se hará en consenso con los y las juristas más importantes de México que no aceptan lo único que conocemos del proyecto de reforma del poder judicial de la 4T: elegir mediante voto directo a jueces, juezas, magistrados, magistradas, ministros y ministras.

En una democracia nada hay más importante que las minorías. Hoy, por culpa de una oposición fallida, más minoritarias que nunca desde que más o menos tenemos democracia.