La autonomía universitaria es uno de los principales logros de la educación superior pública. Las primeras instituciones en alcanzarla fueron la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y la Universidad Nicolaíta de Michoacán.

La Constitución mexicana, en su artículo tercero, otorga un blindaje legal, apoyado sobre las distintas leyes orgánicas, a las universidades públicas estatales, a saber, las máximas casas de estudio de las entidades federativas; trátese de la Universidad de Guadalajara, localizada en la ciudad del mismo nombre, la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Universidad de Guanajuato, entre otras instituciones de prestigio que fortalecen el nombre de la entidad a nivel nacional a internacional.

Sin embargo, la Universidad Nacional Autónoma de México encarna en sí misma el simbolismo histórico de la autonomía universitaria, lograda en 1929. A lo largo de las décadas, la UNAM ha sido capaz de colocar a sus facultades en la frontera del conocimiento, lo que ha convertido a la institución en una institución de educación de referencia.

Adicionalmente, la autonomía universitaria, reivindicada por el Consejo Universitario, adoptada por la Junta de Gobierno y ejercida por el rector en turno, ha sido el rostro de la institución. Recuerdo, en este tenor, el rechazo hacia los candidatos a rector que estuvieron ligados a intereses del gobierno federal. Las elecciones de Francisco Barnés de Castro en 1997 y Enrique Graue en 2015 evocan las memorias del repudio de la Junta hacia personajes justa – o injustamente- ligados a Los Pinos.

Las descalificaciones de AMLO hacia la UNAM (con los calificativos más obscenos e insultantes -según lo entiende el mandatario- tales como neoliberal y conservador) se inscriben en la voluntad del presidente de lastimar la legitimidad pública de la institución ante sus bases electorales. Ciertamente, no lo logrará frente a los estudiantes responsables que cursan allí la educación superior, ni con los académicos, profesores o directores de facultades, pero sí con las corrientes subversivas que han lacerado históricamente el funcionamiento de la universidad.

Conviene recordar la desastrosa huelga de 1999 y la captura del Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras, rebautizado como Che Guevara por un grupo anarquista que simpatiza con Morena y con los grupos de choque que han golpeado a la máxima casa de estudios del país.

En este tenor, resulta bochornoso –y paradójico- que AMLO, aquel promotor de la fundación de una institución conocida como Universidad Autónoma de la Ciudad de México (la cual no cuenta ni con los menores estándares de calidad o exigencias de ingreso) se haya lanzado recientemente contra el referente mexicano del avance de la ciencia y de la formación de los cuadros que en mayor medida han aportado al prestigio internacional de nuestro país.

Cabe destacar que la tercera parte de los integrantes del Sistema Nacional de Investigador (sí, aquellos denostados por un presidente empecinado en vapulearles) son profesores de la Universidad Nacional.

La UNAM, con la fuerza de su historia y con el ímpetu de la comunidad universitaria, deberá ser capaz de repeler los ataques del presidente; no con injurias ni con polémicas innecesarias, sino mediante la consolidación de la comunidad estudiantil, al tiempo que deberá sofocar cualquier movimiento incipiente que pudiese resurgir dentro de los grupos subversivos que tanto han dañado a la institución.

José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4