Resumen: Mientras Irlanda elige a Catherine Connolly —una mujer que desafía a la OTAN y defiende la neutralidad histórica de su país—, Argentina consolida el poder de Javier Milei, un presidente que ha rendido su soberanía a Washington y al Fondo Monetario Internacional. Dos visiones de mundo, dos formas de ejercer el liderazgo, dos destinos enfrentados.
Tiempo de elecciones en el mundo. Dos presidencias, dos mundos. Irlanda y Argentina no sólo se encuentran en continentes distintos; representan polos opuestos en la manera de entender el poder, la soberanía y el sentido ético de gobernar.
Mientras Irlanda celebra la elección de Catherine Connolly, una mujer de izquierda, independiente y firme opositora al militarismo, Argentina le renueva el respaldo a Javier Milei, el presidente ultraderechista que ha hecho de la dependencia externa su proyecto político.
Connolly, quien asumirá el cargo el próximo 11 de noviembre, será la tercera mujer presidenta de Irlanda. Su victoria fue rotunda, sobre todo, entre los jóvenes cansados de la desigualdad y del servilismo económico que domina Europa. En su primer mensaje fue digna: “Quiero una República que no normalice el genocidio, la desigualdad, la discriminación, las listas de espera en hospitales ni que haya gente sin techo”. Entre líneas, rechaza a Estados Unidos tanto como la hipocresía de su intervención militar desde la mega agrupación que amenaza la existencia de Rusia y Palestina. En varios de sus discursos ha criticado el uso del aeropuerto de Shannon por parte de aviones militares de EU con destino a zonas de guerra, argumentando que eso viola la neutralidad irlandesa.
Sus palabras son un desafío directo al sistema. Connolly ha rechazado cualquier intento de sumar a Irlanda a la OTAN, insistiendo en que su país debe seguir siendo una nación de paz, no de poder militar. En medio de las presiones de la Unión Europea para alinearse en la guerra de Ucrania, ella ha defendido la neutralidad histórica irlandesa, nacida tras la segunda guerra mundial. Ha acusado a la alianza atlántica de hipocresía moral, por hablar de derechos humanos mientras encubre o participa en guerras y genocidios.
El pueblo irlandés la respalda, no porque huya del conflicto, sino porque entiende que la neutralidad es forma de dignidad política. En tiempos de uniformidad ideológica, su liderazgo representa el coraje de pensar distinto. Connolly desafía la lógica del bloque occidental, recordando que la ética no se negocia en los despachos del poder ni se compra con dólares militares. La memoria de Irlanda es más cercana a la de un pueblo que conoció la opresión pues tengamos en cuenta que Inglaterra les conquistó y gobernó hasta su independencia en tiempos cercanos a la segunda guerra mundial.
Del otro lado del Atlántico, Argentina vive un escenario opuesto. Javier Milei, cargado de misoginia y dogmatismo, ha consolidado un poder que se alimenta del desprecio a los derechos sociales y del culto al individualismo. Las elecciones legislativas de medio término confirmaron su fuerza política: su partido obtuvo mayoría en medio de un creciente ausentismo electoral y de un país golpeado por la crisis.
Pero Milei se comporta más como un fanático que como un “rockstar” pues su forma de gobernar es obedecer a intereses extraños. Su política exterior ha convertido a Argentina en una colonia ideológica de Estados Unidos, subordinando la soberanía nacional a los designios de Washington y del Fondo Monetario Internacional. En las últimas semanas, Donald Trump anunció un auxilio financiero para aliviar la presión sobre su aliado argentino, demostrando que la afinidad ideológica entre ambos trasciende las fronteras y las instituciones.
Milei llega a este punto rodeado de escándalos de corrupción: desde su vinculación con la criptomoneda $Libra —investigada como presunta estafa— hasta los audios que implican a su hermana Karina Milei y a figuras de su gabinete en presuntos sobornos y nexos con el narcotráfico. Mientras tanto, el país enfrenta la amenaza de una reforma laboral, previsional e impositiva dictada por el FMI y celebrada por Wall Street.
Connolly habla de paz, Milei habla de mercado mientras hay más gente sin techo, sin empleo, sin certeza y con hambre. Ella busca rescatar el sentido ético de la política; él, destruir toda idea de comunidad en nombre de los libertarios. Ella se enfrenta a la OTAN y a las corporaciones; él, se postra ante ellas.
El mundo saturado de autoritarismos disfrazados de libertades coloca a Irlanda y Argentina como dos espejos opuestos. En uno, el reflejo de una República que se atreve a decir no al poder militar y sí a la humanidad. En el otro, la imagen de un país que se desangra entre la sumisión económica y la arrogancia del fanatismo.
Catherine Connolly encarna la resistencia moral de una nación que aprendió del hambre y la colonización; Javier Milei, la caricatura neoliberal de un país que alguna vez fue faro del pensamiento crítico. Tiene camino libre para concretar todo tipo de reformas tras el triunfo electoral de su partido.
Mientras Irlanda reafirma su neutralidad para proteger la paz, Argentina se hunde en la dependencia disfrazada de éxito. Dos caminos opuestos. Dos liderazgos antagónicos. Y una misma lección: El tablero geopolítico muestra que la escena es polarizada en tanto que la soberanía deja de existir para alinearse a intereses que se contraponen más allá de las derechas e izquierdas, que se definen más bien por su política de guerra y el grado de cooperación o rechazo hacia Estados Unidos. El termómetro va dejando de ser la política nacional para vertirse en la política exterior, como si los tiempos de guerra se fueran anunciando con frontalidad.
Frida Gómez. Columnista, abogada y defensora de derechos humanos.


