Las metáforas no son adornos del lenguaje: son mecanismos de pensamiento. Antes de que un dato nos convenza, un marco mental nos orienta. Por eso, en política, quien impone la metáfora define el terreno de la discusión: si hablamos de “guerra” contra las drogas, aceptamos que la respuesta debe ser militar; si hablamos de “epidemia” de violencia, asumimos que hacen falta sistemas de salud social y prevención.

La metáfora es un atajo cognitivo que simplifica el mundo, ordena prioridades y sugiere soluciones. En pocas palabras: mueve conductas.

Las metáforas son poderosas para explicar la realidad política. Son un mapa útil para entender cómo conviven la diversidad y la opacidad, la resiliencia y la fragilidad, lo formal y lo informal en nuestra vida pública.

Por qué las metáforas son útiles

1) Condensan la complejidad. La política es un ecosistema saturado de actores, reglas, incentivos y eventos. La metáfora reduce el ruido y ofrece una estructura: bordes, corrientes, piezas que encajan. En un instante comprendemos relaciones causales que, de otro modo, exigirían páginas de tecnicismos.

2) Cargan un juicio moral. Ninguna metáfora es neutral. “Rescatar” un sector suena noble; “subsidio” suena oneroso. “Blindar” instituciones inspira seguridad; “cerrojear” sugiere autoritarismo. Cambia una palabra y cambias el sentido.

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3) Prefiguran soluciones. La imagen contiene la receta. “Embudo” de trámites sugiere desahogos y simplificación; “laberinto” sugiere acompañamiento, señales y salidas.

4) Movilizan emociones. Sin emoción no hay acción. Metáforas con peligro (“bomba de tiempo”), esperanza (“ventana de oportunidad”) o dignidad (“suelo parejo”) activan resortes que un gráfico jamás movería.

5) Construyen coaliciones. Una metáfora compartida alinea a actores dispares. Si todos aceptan que hay “cuellos de botella”, cada quien empuja desde su esquina para ensancharlos.

6) Ocultan costos y efectos secundarios. Toda metáfora ilumina y oscurece. Llamar “escudo” a una política fiscal puede esconder su costo social; hablar de “derrame” económico oculta la forma de distribución real.

7) Tienen trayectoria. Las metáforas envejecen. Algunas pierden poder explicativo cuando cambian las condiciones; otras se vuelven profecías que moldean la realidad que describen.

Por eso hay que usarlas con cuidado. Una metáfora no es un diagnóstico; es una hipótesis que nos ayuda a ver. Sirve mientras enriquece el análisis y deja de servir cuando lo sustituye.

Una metáfora útil en política cumple tres reglas:

Fidelidad estructural. La forma de la imagen debe parecerse a la forma del problema. Si hablamos de “pirámide” de poder, debe haber vértices, capas y carga gravitatoria hacia arriba.

Capacidad de matiz. Tiene que permitir grises. Una metáfora que solo admite héroes y villanos empobrece.

Puente hacia la acción. Debe sugerir métricas, decisiones y reformas posibles.

Con esas reglas, propongo mirar al México de hoy desde una imagen que, a mi juicio, captura su complejidad actual: el manglar.

México como manglar político

Nací y crecí en Monterrey. Fue hasta que viajé a la península de Yucatán, cuando tenía 14 años, que aprendí que México es el cuarto país con más manglares del mundo.

Un manglar es un humedal donde agua dulce y salada se mezclan, creando un ecosistema anfibio: ni mar abierto ni río puro. Tiene raíces aéreas enmarañadas que estabilizan el suelo, canales sinuosos que filtran sedimentos, aguas turbias que esconden y protegen, biodiversidad abundante y mareas que suben y bajan.

¿Por qué sirve esta metáfora para explicar al México de hoy?

1) Zona de mezcla. Nuestro sistema político combina instituciones modernas con lógicas informales: derecho administrativo convive con lealtades personales, elecciones libres con movilización clientelar, federalismo escrito con centralización de facto. Como en el manglar, agua dulce (reglas) y salada (prácticas informales) se encuentran y fluyen.

2) Raíces que sostienen y enredan. Las raíces aéreas recuerdan la burocracia, los sindicatos, las organizaciones territoriales, las fuerzas armadas, el aparato social y las empresas públicas: estructuras que dan estabilidad pero también enredan y frenan. Quitar raíces a tajo suele erosionar el suelo; no podarlas nunca lo asfixia.

3) Aguas turbias. El manglar no es transparente. Las opacidades en contratación, presupuesto, programas sociales o seguridad ocultan depredadores y protegen crías. En política, la opacidad protege acuerdos que dan gobernabilidad, pero también esconde abusos. Transparencia mal calibrada desgobierna; opacidad total corrompe.

4) Mareas y estaciones. Las mareas son las elecciones, el ciclo económico y los humores públicos. A marea alta—boom de popularidad o ingreso—todo flota; a marea baja aparecen troncos: deudas, obras inconclusas, promesas imposibles.

5) Biodiversidad y depredación. Coexiste una pluralidad de partidos, movimientos sociales, medios y organizaciones con actores informales que capturan rentas o ejercen violencia. Como en el manglar, hay refugios para especies valiosas y hábitats para depredadores. El equilibrio es precario.

6) Filtros y compuertas. El manglar filtra sedimentos y amortigua tormentas. En política, eso son los contrapesos (poder judicial, órganos autónomos, prensa, universidades) y las reglas no escritas (tolerancia, contención, reconocimiento del adversario). Si se talan esos filtros, la marejada (polarización, crisis) entra con fuerza.

7) Resiliencia y fragilidad. El manglar resiste huracanes mejor que otras costas, pero tarda en regenerarse si se destruye. México ha mostrado resiliencia ante shocks económicos y políticos; pero cada crisis deja cicatrices: desconfianza, desigualdad, debilitamiento institucional.

Esta metáfora no idealiza ni demoniza: solo ubica. Muestra por qué no funcionan los trasplantes de recetas “de mar abierto” (hipercompetencia sin redes) o “de río controlado” (centralización tecnocrática). En un manglar, habitar exige delicadeza: apuntalar raíces, abrir canales, cuidar filtros y medir mareas.

Diagnóstico desde el manglar

1) Centralización vs. pluralismo. Las mareas políticas recientes han recentralizado decisiones clave (presupuestos, proyectos, seguridad) y, al mismo tiempo, el federalismo mantiene microclimas locales. Resultado: tensiones frecuentes entre centro y estados, con compuertas que se abren y cierran según la coyuntura.

2) Captura y confianza. Hay zonas del manglar donde los contrapesos pierden fuerza. Cada raíz (tribunal, órgano regulador, medio, universidad) que se debilita reduce la filtración de sedimentos; las aguas se enturbian; las decisiones pierden legitimidad.

3) Opinión pública digital. Las redes sociales son mareas rápidas: suben y bajan con tormentas emocionales, erosionan orillas y depositan narrativas. No todo es espuma: también abren canales de vigilancia y alerta temprana.

4) Economía política del territorio. Los grandes proyectos y las transferencias sociales son sedimentos que se depositan en ciertas zonas. Bien canalizados, consolidan suelo (empleo, infraestructura); mal diseñados, azolvan (rentas, monocultivos de dependencia).

5) Seguridad. En partes del manglar, los depredadores se vuelven reguladores de facto. No es nuevo ni exclusivo de México, pero sí devastador. Sin luz (datos, trazabilidad), sin raíces sanas (fiscalías, policías locales, jueces) y sin canales bien diseñados (coordinación federal-estatal), el agua se estanca y se pudre.

Gobernar un manglar: guía práctica

La metáfora sugiere acciones concretas. Gobernar un manglar no es drenarlo ni romantizarlo: es gestionarlo.

1) Apuntalar raíces críticas. Fortalecer poder judicial, órganos de control y prensa local no para frenar, sino para filtrar. Un filtro evita que todo termine en contencioso político o denuncia penal.

2) Abrir canales y mantenerlos. Simplificación regulatoria con trazabilidad digital, compras públicas abiertas, datos georreferenciados de obra y gasto. Canal que no se desazolva, se cierra.

3) Medir mareas. Sistemas de alerta temprana: encuestas de confianza, indicadores de ejecución, tableros de proyectos con metas ex ante y evaluación ex post. Gobernar a ciegas en un manglar es chocar con raíces y perder embarcación.

4) Cuidar la biodiversidad política. Incentivos a coaliciones y gobiernos de programa en municipios y estados; reglas para oposición responsable (acceso a información, tiempos, contralorías). Un manglar sin diversidad colapsa ante la primera tormenta.

5) Seguridad como hidrología. Inteligencia criminal y justicia cívica con enfoque territorial: cortar cadenas de valor ilícitas es abrir cauces para que el agua circule y no se estanque. Sin economías legales alternativas, el manglar premia depredadores.

6) Confianza y contención. Códigos públicos de no escalamiento discursivo (no deshumanizar al adversario), reconocimiento de derrotas y victorias, acuerdos mínimos en nombramientos. Es la barrera natural contra la marejada de la polarización.

Ver distinto para decidir mejor

Las metáforas no cambian la realidad, pero cambian la forma en cómo la vemos. Y ver distinto cambia las decisiones. México necesita imágenes que no infantilicen (no somos un paciente pasivo) ni idealicen (no somos un milagro perpetuo), sino que comprometan: un país anfibio, con raíces poderosas y aguas mezcladas, que puede amortiguar tormentas si cuida sus filtros y abre los canales correctos.

El manglar político nos recuerda que arrasar (concentrar sin filtros) destruye suelo; drenar (tecnocratizar sin comunidad) mata la biodiversidad cívica; y abandonar (dejar que el azolve gane) condena a la anoxia. La salida es gestionar. Con paciencia, métricas, apertura y límites.