OPINIÓN NO PEDIDA

Hace algunos días pasó un huracán sobre la Cámara de Diputados, llamado reforma a la Ley de Telecomunicaciones y algo más. Hizo destrozos, claro que sí, pero se aprobó. Al día siguiente escuché en un noticiero que los opositores lo llamaron Ley Espía. Seguramente escuché mal y pensé: ¿La Ley es pía? ¿Oí bien? ¿La Ley es piadosa? No, la Ley no ofrece piedad si no justicia. Bueno, corregida la falla auditiva, me puse a rascar opiniones sobre el tema.

Por ejemplo, Rafael Cardona dice que la geolocalización obligatoria (…) nos ha colgado a todos un cencerro detectable en plataformas de registro para todo lo registrable. Y Raymundo Rivapalacio, entre muchos otros que se muestran en contra, opina que destruye la libertad de expresión, la disidencia política y el ejercicio del periodismo. Concluye que dicha Ley está diseñada para controlar periodistas y acabar con los noticieros que les resulten incómodos. Bien, sin negar lo que se dice y se escribe, opino algo diferente.

En tiempos de hipocresía digital, donde muchos exigen seguridad pero se niegan a ceder una pizca de privacidad, la recién aprobada “Ley Espía” —como algunos “influencers” alarmistas prefieren llamarla— aparece como una medida tan incómoda como indispensable. Por supuesto, los defensores de las libertades absolutas gritan “vigilancia estatal”, “gobierno totalitario” y otras etiquetas dramáticas, pero omiten, quizás deliberadamente, una verdad incómoda: vivimos en una era donde el crimen se organiza mejor por WhatsApp que en un callejón oscuro.

Los delincuentes ya no llevan pasamontañas, sino laptops. El narcotráfico, la trata de personas, el terrorismo y la corrupción operan mediante chats encriptados, redes privadas y plataformas donde el Estado simplemente no puede entrar… hasta ahora. ¿Cómo se pretende que las autoridades combatan estas amenazas con herramientas del siglo XX? La “Ley Espía” —con todos sus riesgos— es la actualización tecnológica mínima que se requiere para enfrentar al crimen organizado, que no descansa, no pregunta por derechos humanos y no necesita orden judicial para ejecutar.

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Quienes se oponen, en nombre de la privacidad, suelen suponer que el Estado es omnipresente, malvado y deseoso de espiar nuestras conversaciones, la mayoría, triviales. La verdad es que el grueso de la población no tiene cola que le pisen, nada que ocultar, más allá de un par de “memes” indebidos, una pequeña cuenta bancaria o alguna infidelidad que no cambia el destino nacional. Lo que esta ley busca —al menos en su espíritu original— no es vigilar ciudadanos comunes, sino tener acceso legal, controlado y con orden judicial a las comunicaciones de quienes sí representan una amenaza real.

Es legítimo desconfiar del mal uso del poder, pero también es ingenuo creer que los criminales se atrapan con discursos o abrazos. La Ley Espía puede ser incómoda o políticamente incorrecta, sí. Pero también lo son las revisiones en los aeropuertos, las cámaras de vigilancia o los retenes policiacos. ¿Por qué estamos dispuestos a ser escaneados físicamente en nombre de la seguridad, pero no a permitir que se rastreen comunicaciones sospechosas cuando está en juego la vida de miles de ciudadanos?

Desde luego esta ley no debe ser una carta blanca. Debe ir acompañada de estrictos mecanismos de control, transparencia y supervisión judicial. Y sí que se debe proteger a periodistas, activistas y ciudadanos que expresan opiniones críticas, evitando que se use como herramienta de persecución política. Ahora bien, con controles adecuados, esta ley es una herramienta poderosa para acorralar al crimen que hoy se escapa gracias a la tecnología. A veces, para proteger las libertades de todos, hay que limitar un poco las libertades de algunos. Especialmente de quienes usan esa libertad para destruir vidas o manipular la realidad.

PONTE XUX

1. Al día de hoy y desde hace mucho, cualquiera que tenga un teléfono celular, está prácticamente localizado. Se conoce su dirección, a que cantina entró, que pagó, a quien lo pagó, en que punto de una carretera está, en fin, ni en el santo cielo saben tanto de nosotros como los artefactos satelitales.

2. La tecnología está al alcance de casi todos los ciudadanos. El que nada debe nada teme y el pez por la boca muere. Bueno, pues cuidemos nuestra boca, seamos críticos con argumentos y propuestas, sin sarcasmo ni burlas ni ofensas ni mentiras.

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