¿Es de ignorantes tener fe? Eso es lo que en la cultura contemporánea nos han hecho pensar. Me parece que la frase más común es la de: no voy a creer en algo que no se puede comprobar. Lo gracioso de esa oración es que la pronuncian los “incrédulos” como por oposición a la certidumbre de la ciencia… Como si todo en la ciencia fuera comprobable. La bióloga María Chaparro me compartió que hay una hipótesis científica llamada Abiogénesis que intenta explicar cómo surgió la vida a partir de la materia inorgánica, lo cual es uno de los grandes misterios sin resolver en la ciencia. Tampoco sabemos, por ejemplo, qué es la materia oscura, a pesar de que se considera que compone el 85% de la materia del universo, etc. Vivimos en un mundo físico lleno de misterios. Y los aceptamos sin cuestionarlo mucho.

No exagero cuando digo que es parte de nuestra cultura contemporánea considerar que tener fe te convierte en inferior. Mientras escribo sobre el concepto de “Fe ciega”, comienzo de inmediato a cantar la canción de Gloria Trevi “Le creo que es el hombre más bueno, Le creo que la luna es de queso y si él me diera otro beso, ¿Qué más da si me miente?, yo, ¡le creo!, Con los ojos cerrados, iré tras de él, Con los ojos cerrados, siempre lo amaré, Con los ojos cerrados, yo confío en él, Con los ojos cerrados, yo le quiero creer.” Trevi empersonifica, para mi generación, a la epítome de la mujer engañada, y con esta canción, refuerza la idea generalizada e instituida: no hay que creer… En nada, ni en nadie… Eso es para tontos, incultos o supersticiosos: así nos han adoctrinado. Pero, ¿y si nos aventuramos a cuestionarlo aunque parezcamos mensos? Al final de cuentas, es una decisión más inteligente, pienso yo, porque si creemos, y era mentira, pues no pierdes nada. Es sin duda una mejor apuesta que lo contrario… En definitiva más riesgoso además de innecesario. Eso al menos era el argumento de uno de los científicos más brillantes del siglo XVII, el francés Blaise Pascal. Mi comadre, a la que admiro por su criterio, me comentó que después de hablar con varios científicos y reconocidos autores sobre este tema, a ella no le sorprendió descubrir que todos concuerdan de que la mayoría de los científicos, a diferencia de lo que las masas creen, son gente de fe. Me parece que hoy en día, es de valientes repensar en qué creemos porque hay que enfrentar a la sociedad que podría ridiculizarte; admiro a las personas que tienen el valor, el conocimiento o la picardía de hacerlo.

Si queremos apoyarnos en la ciencia, entonces no deberíamos descartar que precisamente los científicos dedicados al estudio del comportamiento humano concuerdan en su mayoría que el ser humano requiere de creer en algo trascendental. Así sea en lo más básico como la importancia de la unidad en una comunidad, o la del sol en la vida del planeta, pero está inscrito en nuestra naturaleza darle, a eso en lo que creemos, un sentido sobrenatural; no falta el que idolatra el dinero, por ejemplo. Con esa información a la mano, podríamos dejar de resistirnos, tener un poco de sentido del humor, relajarnos y explorar lo que representa lo trascendental para cada uno de nosotros y sin el miedo a parecer ignorantes. “No creer en nada” no es liberarte de supersticiones, sino negar nuestra naturaleza humana, y finalmente, terminar por ser un creyente closet, porque, al parecer, todos, sin excepción, creemos en algo. Así que yo pienso que es mejor asumirlo sin vergüenza y explorarlo con detalle; flojitos y cooperando… Sin necesidad de irnos como gorda en tobogán, claro, pero sí abriendo un espacio para esa reflexión en nuestras vidas sin estorbos de escrúpulos pseudointelectuales que terminan por ser más supersticiosos y superficiales que las mismas creencias que tanto se temen. Es lo que yo llamo el oscuro, restringido y lastimoso closet pseudointelectual del que aconsejo salir. Mi maestro de teología lo explicaba así: “nadie se salva de buscar el paraíso del que tenemos recuerdo en lo más profundo de nuestra esencia porque todos lo conocemos.” Mi gran amiga Patricia Paulsen siempre me recuerda las palabras de San Agustín: “Nos has hecho Señor para ti y nuestra alma no descansará hasta descansar en ti.”

¿La fe ilumina?

Me parece irónico y gracioso que al pedir en el Santo Rosario por la Fe, se ruega en México así: “ilumina nuestra fe”. Las otras dos peticiones son: “alienta nuestra esperanza” e “inflama nuestro amor”. La selección del verbo que se utiliza para pedir por estas tres virtudes es de una poesía tan certera en sus implicaciones teológicas que me vuelan los sesos y el alma al mismo tiempo, especialmente el verbo “alienta” usado para pedir la esperanza y que sólo está así en español. En los demás idiomas de Europa Occidental dice: “fortalece nuestra esperanza”; el que usamos nosotros, “alienta”, es mucho más bello creo yo. Lo que me parece gracioso es el “ilumina nuestra fe”, que es igual en todos los idiomas europeos. Me da risa porque La Ilustración, que pretendía iluminarnos con la quesque verdad de la ciencia en el siglo XVIII, justamente es la que popularizó prescindir de la fe… Pero lejos de iluminarnos, lo que ha hecho es dejarnos a todos en la más profunda incertidumbre y oscuridad. Después de vivir casi ya 8 años en un pueblo postcomunista en Alemania del Este, veo lo difícil que es una comunidad sin fe desarrollar el amor y la esperanza (especialmente comparándolos al grupo de la parroquia en el mismo lugar). Me recuerda al meme que decía: “ironía aquella vez que me golpearon con una enciclopedia y perdí el conocimiento.”

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Estas tres virtudes: fe, esperanza y amor, están anudadas entre sí, pero no son lo mismo. Puedo tener fe y confiar y creer en mi guardaespaldas, más no amarlo. Igualmente puedo amar a mis hijas hasta a costa de mi vida, pero no creer o confiar en nada de lo que me dicen.

Como este texto aquí es específicamente sobre la fe, trataré de desmenuzar solo eso. Por un lado están nuestras creencias como cuando dices: “no creo ni en los nomos ni en las hadas diminutas que viven en el bosque”. Esto es Fides, un proceso intelectual que busca la verdad. Por otro lado, está la confianza y esperanza (Fiducia), como cuando dices: “tengo fe en este muchacho”. También puedes decir: “Lo hizo de mala fe” para significar con mala intención. Por último quiero mencionar el concepto teológico, como cuando en la misa el sacerdote dice: “este es el misterio de nuestra fe, anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección ven Señor Jesús”. Será importante analizar todos estos aspectos de la fe, pero tengo que decir que mi favorito es ver a la fe como una intención, como una luz o un anhelo.

La piñata

Me gusta mucho la historia de mi maestro de teología que confrontado por un protestante por la falta de convicción en la fe de los católicos, él respondió: “Pobrecita de mi fe si tuviera que sostenerse solo en mi convicción, porque los católicos tenemos la fortuna de contar también con una rica tradición, rituales, y sobre todo, una comunidad (que llamamos iglesia), en los que yo descanso mi fe”.

En nuestra cultura popular mexicana, la primera figura que me viene a la mente para hablar de esta, nuestra fe compartida, es naturalmente la piñata. La piñata fue introducida a México por los sacerdotes del siglo XVI (tomando referencias europeas y mesoamericanas) para las posadas de adviento en un esfuerzo evangelizador a través de los símbolos. La idea simbólica de la piñata es combatir (darle literal con un palo) a los 7 pecados (los picos de la estrella), hasta que se quiebre el pecado (la piñata) y caen las gracias del cielo (los dulces). Pero lo más importante para nuestra reflexión aquí, es el hecho de tener los ojos vendados. La venda representa la fe. Me gusta mucho pensar en el concepto de la “Fe ciega” en esta figura de la piñata. Es un conocimiento, pero también una esperanza, una confianza, es una aventura intencional, te vendas los ojos a propósito, porque lo hace más divertido, y que sabes que terminará bien aunque pases por algunas caídas y a veces hasta golpes. La comunidad te marea al principio, pero después te anima con cantos mientras no puedes ver. Las voces de la comunidad ayudan además a adivinar tu ubicación. Creo que explica muy bien la forma en que la famosa “fe ciega católica” se podría entender en forma sencilla y positiva porque aunque no ves, tienes certeza de lo que haces, conoces y confías que tendrá un buen final, y además, se disfruta en comunidad.

En el monasterio de Armenteira, en Galicia, donde me encuentro esta semana, las monjas rezan las preces (peticiones) en forma espontánea en las horas menores de la liturgia de las horas. Ha sido un privilegio poder expresar mis preocupaciones y de forma inmediata contar con la oración de todas las monjas del convento. Más allá del soporte espiritual, que es el más importante para mí, rezar unas por otras, y juntas, ofrece una conexión que realmente sobresale entre las prácticas sociales que conozco para crear unidad en un grupo.

¿En qué creemos entonces?

Como voy a hablar de la fe cristiana, pues tendríamos que empezar por examinar en qué creemos exactamente: está claro en la oracion del credo. Ahí está mencionada la iglesia, la comunidad en la que creemos (como en el ejemplo de la piñata), pero la mayor parte del credo está dedicado a la figura de Jesús. Propongo por lo tanto analizar a este extraordinario personaje para hacer el ejercicio de repensar nuestras creencias. Los cristianos (a quienes llamaron así por primera vez en Antioquía en el siglo primero, a los discípulos de San Pablo y Bernabé), somos los seguidores del Cristo que quiere decir el ungido (o el mesías). Yo creo que de entrada el nombre, cristianismo, ya da mucha confianza. No hay ninguna figura como la de Jesús en toda la historia de la humanidad. No es comparable a ningún otro personaje porque es el único que ha sido reportado a resucitar, tanto a sí mismo como a otra gente (incluyendo a Lázaro, la hija de Jairo y hasta otras resurecciones que sus discípulos han hecho también en su nombre).

Regresar de la muerte no es una nimiedad, es tan impresionante que ha marcado y partido en dos la historia, para todo el mundo, de todas las latitudes culturas y religiones: a.C. y d.C. (antes de Cristo y después de Cristo). Independientemente de otros calendarios locales, todos en el mundo, todos, consideramos que estamos en el año 2025 y eso ya es reconocer que la historia de la humanidad está dividida por antes y después de la presencia de Cristo en el mundo. Ninguna otra figura en la humanidad ha tenido un impacto tan grande en la historia humana.

Me decepcionó que en la extraordinaria película de terror Heretic, con Hugh Grant, el argumento principal para tratar de desbancar a la veracidad de la resurrección de Jesús es con una vulgar mentira: el malvado de la peli trata de equiparar la historia de Jesús con la de Horus, Mithras y Krishna. Lo cual es además de falso (Krishna no resucitó), absurdo (Mithras y Horus son figuras mitológicas, no reales). Hasta Chat GPT reconoce que solo el ser humano Jesús, en toda la historia de la humanidad, trasciende la muerte.

Muchos académicos han querido centrarse en las enseñanzas de Jesús, y de rastrear históricamente lo que predica en el contexto histórico cultural de ese lugar y ese momento; de manera que lo comparan a personajes mitológicos o enseñanzas de creencias de la época. Profetas, curanderos y grandes maestros ha habido muchos sin duda. Otros académicos han escrito, Ray Varghese por ejemplo, que todos esas historias y mitologías son prefiguraciones que anuncian la venida de Jesús. Lo explica en su libro “The Christ Connection: How the World Religions prepared the Way for the Phenomenon of Jesus” y lo recomiendo mucho; la investigación es impresionante. Luego están los biblistas, que pueden explicar las figuras proféticas que anuncian la venida de Jesús en el antiguo testamento, como la serpiente de bronce colgada de una cruz de madera (que Dios le pide a Moisés que haga para sanar a la población de mordidas de víbora), o el episodio del sacrificio de Isaac, por poner dos ejemplos sobresalientes.

En conclusión, la novedad del cristianismo (visto desde una narrativa lineal) es que Jesús trascendió la muerte, y eso, ha dejado una marca indeleble en la humanidad que nadie puede cuestionar. Hablando con Federico Arreola el otro día, él me explicaba que en los cursos de periodismo hacen entrar al salón de clases a un ladrón que roba la cartera a un alumno. Todos los estudiantes de periodismo narran lo acontecido. Ninguna de las historias es igual. Al comparar los relatos de la resurección en los evangelios podemos ver tamibién este fenómeno en el que las narrativas no son idénticas. Estas diferencias en la historia de cómo Jesús resucitó no desmerecen su credibilidad, antes al contrario, en la opinión de los expertos sobre la manera en que los humanos transmitimos la experiencia vivida, lo convierte de hecho en una historia verosímil. No puedo olvidar el momento climático en la película, “La vida de los otros”, cuando el cruel interrogador y torturador explica que está insatisfecho con las respuestas de los acusados porque son exactamente iguales. Y al ser torturados no sufren modificaciones. Explica el inquisidor que eso es precisamente lo que delata a una historia como falsa. Pero mi comadre la del buen criterio piensa que lo que es alucinante es que simultáneamente, en los evangelios, a pesar de las diferencias de las versiones, y para el caso, de tantísimos autores (Jesús es al final el personaje sobre el cual se ha escrito más en la historia), el contenido sobre Jesús no se contradice. El contenido es coherente e igual en todas las versiones y variedades.

La otra cosa sobre la resurección que la hace indudable es si analizamos los acotecimientos con objetividad. Para empezar hubo muchos testigos, Jesús resucitado se le apareció en una ocasión a más de 500 (1 Corintios 15:6), además de los discípulos que vieron a Jesús resucidado en múltiples ocasiones. Lo más escandaloso, me parece, es ver lo que ocurrió con ese grupo de gente después. No hay forma que se convirtiera en una religión de más de 2 billones de seguidores regados por todo el planeta si analizamos al primer grupo de fundadores que llamamos apóstoles. Once tipos, asustados, con su lider ridiculizado, torturado y muerto. Uno de sus compañeros muerto por suicidio. En su mayoría pobres e incultos. Es inevitable preguntarnos, ¿qué podría llevar a ese pequeño grupo de hombres sin recursos de ningún tipo y muy heridos a dispersar un mensaje de esperanza por todo el mundo?

Hay que tomar en cuenta además que antes de Jesús hubo decenas de falsos mesías. Y en cada caso, sus seguidores se dispersaron cada vez que el líder moría. Pero esta historia de los discípulos de Jesús no fue igual. Y los apóstoles, siendo los menos capacitados para hacer nada, mucho menos la tarea que se les encomendó, pues yo diría que se esmeraron en serio. No cabe duda que sería imposible que acturan así a menos de que la resurrección haya en efecto acontecido. Todos dieron además su vida por transmitir el mensaje que Jesús les encargó porque lo hicieron hasta la muerte. Ni hablar ya de los mártires que ni siquiera conocieron en persona a Jesús. Si no han tenido cada uno de ellos una relación personal con Jesús, con el resucitado, ¿por qué estarían dispuestos a perder su vida por un señor, muy mono que era muy sabio y curandero, pero que ya se murió? Y ahí es donde entra el tema del Espíritu Santo, que Jesús manda para consolarnos, acompañarnos, empoderarnos e iluminarnos, y que está también enumerado entre las cosas en las que creemos en el credo.

Yo pienso que esta información en torno a Jesús no se debe ignorar. En el musical “Jesus Christ Superstar” hay una estrofa en el tema principal que me da mucha risa porque dice: “Why’d you choose such a backward time and such a strange land? If you’d come today you would have reached a whole nation, Israel 4 B.C. had no mass communication. Don’t you get me wrong (4x), I only wanna know”. (En el musical producido en México en 1975 lo tradujeron así: por qué no naciste veinte siglos después, por qué no llegaste a una gran ciudad, hoy en la universidad darías conferencias, y por televisión darías tus confidencias. No lo tomes a mal (4x) solo quiero saber”. Coincido que es verdaderamente rarisisísimo que un mensaje se haya dispersado en forma tan masiva si vemos el origen histórico y geográfico del cristianismo en donde la comunicación era prácticamente imposible y más aún para un grupo de pescadores. No hay otra explicación lógica más que vieron y creyeron en algo muy inusualmente impresionante.

Han tratado también otros académicos y teólogos de diferenciar al Jesús histórico del Jesús sobrenatural. Pero yo no le veo sentido a esas investigaciones porque, como decía el Papa Benedicto XVI en resumidas cuentas (y a como yo lo entiendo), la escritura sagrada está viva y tiene sentido solo cuando se lee por un humano, porque al hacerlo, alude a nuestra realción personal con Dios, que es una historia de amor individual, y solo así es como puede tomar forma el texto sagrado, en el alma de quien lo lee. Muchos teólogos han explicado así la fe: como encuentro personal con Cristo. Describen a la fe como una relación viva, no como una doctrina: Fe como una entrega personal, una relación de amor con Dios.

El novedoso Dios de los judios

No hay que olvidar que en el pasado, este Dios era desconocido en el mundo y se creía en él solo en un pequeño grupo. Tal vez por eso, el espisodio del Antiguo Testamento que a mí me parece el más milagroso e impresionante en cuanto al tema de demostrar a todos que deben creer en este Dios, es el de Elías en el monte Carmelo. Él reta a 450 profetas de Baal, los ridiculiza, los expone como falsos y después de degollar a todos los 450 charlatanes, huye. Pero lo que me gusta de esta historia es el final, y no el dramático comienzo (que comprueba con un milagro muy teatral ser el único Dios frente a todos). Al terminar la historia, Dios da aviso de que se va a aparecer, y Elías no lo encuentra ni en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en un susurro apacible y delicado. Que figura poética tan teológicamente cargada. El gran Dios se revela como verdadero en un milagro dramático, con un fuego tremendo que quema hasta una ofrenda empapada y frente a todos; pero cuando se hace presente a Elías, en lo personal, lo hace sutilmente. Es esa mi experiencia de Dios, tengo que decirlo: Una caricia, una brisa… elegante, delicada, pero no por eso débil, sino más bien, fuertísima. Este Dios es el tema con el que comienza el Credo, el Dios de la Biblia: “Creo en un solo Dios padre todopoderoso…”. En la tradición que hemos heredado de los judíos, la religión se vive como el esfuerzo humano por acercarnos al único Dios verdadero, que con el paso del tiempo, a través de la historia de un pueblo, se va revelando poco a poco al los judíos; es el Dios creador de todo lo visible y lo invisible, el del cánon hebreo y los textos de la Biblia que nosotros también compartimos: La Torá, Los profetas, Los Salmos, proverbios, Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Proverbios, etc. (que es la mayoría de la biblia católica, aunque la nuestra incluya incluso en el antiguo testamento otros textos adicionales)

¿Y si quisiera tener fe?

Cuando llegué a Alemania, tuve que dejar a un lado mi práctica diaria de tirar con arco y flecha porque no tenía tiempo y después no podía salir al jardín porque estuvo bajo cero por meses. Pero aprendí con esa experiencia algo muy importante para mi fe. La razón por la que practicaba diario y con mucha disciplina era porque el arco de 60 libras era muy pesado para mí. Casi no lo podía estirar; me dolía el brazo. Cuando dejé de tirar diario, yo estaba segura que no podría ni estirar el arco. Cuál fue mi sorpresa al regresar a tirar un año después: me pareció el arco tan aguadao que pensé que se había podrido. Probé, y tiraba perfecto. Solo me parecía ridículamente fácil hacerlo. Pero es que claro, ese año sin practicar trabajé en la granja, alimenté borregos y gallinas, cargué de todo, remodelé con mis manos una casa del siglo XIX, enfin. El resultado fue que sin proponérmelo, me hice muy fuerte y el arco no me representaba ya ningún esfuerzo. Yo creo que la fe debe ser igual. Hay que pensar qué es lo que hacemos nosotros para sin querer fortalecerla, a la par de pedir a Dios que la incemente. El catecismo católico nos explica que la fe es un regalo, una gracia que Dios nos da. No podemos hacer nada para autogenerarla, pero sí podemos buscar soportarla, y también podemos pedir a Dios que nos la conceda, o bien, que la incremente.

¿Cómo se comparte la fe? Pues no creo que se pueda ni compartir, ni explicar, ni tampoco heredar; mucho menos imponer o convencer a alguien de nada. Por eso he escogido el título de fe cegadora, porque así veo yo la fe, como una luz cegadora. En mi experiencia personal, cuando ves a alguien con fe, que todos conocemos a alguno así, pues en ocasiones lo que provoca es encandilamiento y el deseo de tener lo mismo. Creo yo, me atrevería a decir, que la fe que yo siento y tengo, es algo que se desborda por sí solo, no la puedo contener en mi cuerpo realmente, y además, curiosamente, se contagia cuando hay mucho amor de por medio. Esa ha sido mi experiencia. Es aterrador, tal vez, pero también muy sencillo y consolador.

Me rehuso a que me culpen

Lo que me parece más irónico de todo el tema de fe es que puedo ver el miedo de la gente a aproximarse al tema. Miedo a verse tontos, sí, pero también miedo a sentir culpa. Es una pervesión en verdad. Si algo hace la fe es quitar la culpa. Es como cuando te peleas con tu mejor amigo. No descansas hasta reconciliarte. Pedir perdón no se trata de sentirte culpable. Al contrario, se trata de ya no sentir horrible y amistarte de nuevo. Precisamente se trada de quitarte ese peso culposo de encima. ¿Cuantas veces no hemos visto al marido infiel confesar su infidelidad a su esposa? ¿Por qué pasa siempre? Pues porque necesita liberarse de la culpa. No es ni conveniente, ni lógico… Pero lo hacen de todas formas ¿para buscar la paz? La amistad con Dios es igual, creo yo, pero exponencial. Esa, la tranquilidad de la reconciliación, la ligereza de no sentir culpas, es la paz que otorga la fe en una amistad íntima con Dios. La conciencia intranquila no es para la gente con fe (como nos hicieron creer los catequistas moralinos fanáticos), las malas conciencias están reservadas para los que están lejos de Dios (sin importar lo correctos, perfectos, éticos y buenos que sean). Porque la verdadera paz la da solo Dios, y no nuestros méritos. Paty mi amiga me recordó hoy la frase preciosa de Benedicto XVI que es la mejor explicación posible y conmueve mi alma: “La fe nos hace felices desde dentro”.

Quisiera terminar con las primeras dos estrofas del poema de Bernardo (Andrés) Velado Graña que aparece como himno en las oraciones liturgia de las horas:

Sólo desde el amor

la libertad germina,

sólo desde la fe

van creciéndole alas.

Desde el cimiento mismo

del corazón despierto,

desde la fuente clara

de las verdades últimas…