El PAN atraviesa una crisis profunda, marcada por la ausencia de liderazgo nacional, parte de una militancia que se reduce significativamente y ciudadanos no solo desencantados, sino decepcionados.
Desde hace más de seis años, bajo figuras como Marko Cortés y ahora Jorge Romero, el partido ha perdido mucho más que elecciones: ha extraviado principios doctrinarios, rumbo y vocación de servicio en la búsqueda del bien común.
La dirigencia nacional se encuentra desdibujada. Las declaraciones recientes de Romero tras la jornada electoral son muestra de ello. Afirmó que el PAN está más fuerte que nunca, pese a que apenas obtuvo un puñado de triunfos, muchos de ellos producto de acuerdos con Morena más que de méritos propios y lo que es peor, traicionando su promesa de campaña de no apoyar más alianzas con el PRI.
Romero también aseguró que el partido no respaldó la consulta judicial impulsada por el oficialismo. Sin embargo, varios gobernadores y alcaldes panistas operaron en favor del ejercicio, siguiendo indicaciones de la secretaría de gobernación. En los hechos, el PAN no se opuso ni en el Congreso ni en las calles, con lo cual demuestra la incongruencia total de sus dichos con sus acciones.
La rebelión interna
Ante esto, un grupo de militantes publicó una carta al dirigente nacional expresando su rechazo a tales manifestaciones y exigiendo un viraje que permita al PAN recuperar su papel como oposición real. Desde 2018 -cuando AMLO ganó con más del 50% de los votos-, el PAN ha sido incapaz de recomponerse. Ricardo Anaya apenas alcanzó el 22% y el partido quedó relegado en el Congreso.
En 2021, aunque retuvo bastiones como Guanajuato y Querétaro, perdió terreno en otras entidades y no logró frenar a Morena. En 2024, con Xóchitl Gálvez como abanderada, la derrota fue abrumadora: más de 30 puntos de diferencia frente a Claudia Sheinbaum.
A pesar de conservar el registro y algunas gubernaturas, la desconexión con la ciudadanía es evidente. La clase media que alguna vez lo respaldó, ahora lo percibe distante, conservador y sin propuestas. Las posturas rígidas en temas sociales han alejado a los jóvenes y sectores progresistas.
Durante estos años, el PAN no ha generado liderazgos relevantes ni una visión de país convincente, que mueva corazones, sume voluntades. La estrategia, reactiva, está centrada en atacar al gobierno sin ofrecer alternativas. Romero ha agravado esa ruta, lo que demuestra su incapacidad para desarrollar una ruta clara que permita acabe con los vicios internos y que presente un rostro de bien común.
En estados como Durango, el PAN ganó en alianza con un PRI subordinado a Morena. En Veracruz, los Yunes —panistas de conveniencia— traicionaron al partido y fueron recompensados. Estas alianzas sin principios solo profundizan la desconfianza entre sus bases.
Votan, se alían y engañan
En la consulta sobre la reforma judicial, el PAN no presentó resistencia real. No propuso cambios sustantivos al proyecto ni cuestionó la validez del proceso. Al contrario, varios de sus cuadros contribuyeron a legitimar una simulación impulsada desde Palacio Nacional.
Si el PAN insiste en alianzas pragmáticas sin proyecto ni autocrítica -es decir, seguir con más de lo mismo- corre el riesgo de convertirse en una fuerza irrelevante. Su caída no es obra de un enemigo externo, sino resultado de su propia renuncia a ser la alternativa doctrinaria que se fundó en 1939, con visión y militancia comprometida.
El PAN, que alguna vez fue contrapeso real y partido gobernante porque tenía propuesta, enfrenta hoy su hora más baja. La decadencia de estos años es el reflejo de una dirigencia extraviada, una militancia dividida y un país que ya no los ve como opción.
X: @diaz_manuel