Las dramáticas escenas en Kabul reproducidas por todos los medios internacionales han sacudido al mundo. Mientras miles de ciudadanos afganos y extranjeros temen por su seguridad ante el arribo de los talibanes; los gobiernos se han envuelto en una vorágine de declaraciones que escasamente abonarán a la resolución del conflicto y al establecimiento de una posición común.

Sin lugar a dudas el presidente de Estados Unidos Joe Biden cometió un error, desde el punto de vista del deber de esa nación como garante de la seguridad internacional. Su equivocación derivó de la cortedad de miras de su gobierno y de sus servicios de inteligencia que no fueron capaces de prever que el avance talibán derrotaría rápidamente al gobierno legítimo de Kabul.

Sin embargo, si bien la responsabilidad culposa del presidente estadounidense queda fuera de toda duda, vale recordar que fue su antecesor, Donald Trump, quien inicialmente pactó con las fuerzas talibanes y el gobierno de Kabul un cese al fuego, al tiempo que se coordinaba el entrenamiento de las fuerzas gubernamentales afganas.

¿Qué ocurrirá políticamente con el gobierno de Joe Biden?

Muchos analistas especulan que los sucesos acaecidos en Afganistán sepultarán las aspiraciones de reelección del demócrata, y mismo aun, en las elecciones intermedias del año que viene. En este contexto, bien vale la pena mirar hacia la historia de los Estados Unidos.

A lo largo del siglo XX y el XXI, ningún presidente de los Estados Unidos – o su partido- ha perdido la reelección como consecuencia del término de una intervención internacional. Dwight Eisenhower, presidente republicano y héroe de Normandía, fue fácilmente reelecto en dos ocasiones a pesar de su inicial involucramiento en Vietnam.

John Kennedy, electo en 1960 , escaló el involucramiento de Estados Unidos, y sin embargo, hubiese fácilmente sido reelecto en 1964. Lyndon Johnson, su sucesor, sufrió un descrédito mayor no por la retirada de las tropas de Vietnam, sino al contrario, por la intensificación de su presencia en el sudeste asiático luego del incidente en el golfo de Tonkín.

Richard Nixon, electo en 1968 y 1972, fue el responsable de la conducción de la estrategia de retirada de los Estados Unidos de Vietnam, bajo la dirección del experimientado Herry Kissinger. Si su sucesor, Gerald Ford, perdió las elecciones de 1976 ante el demócrata Jimmy Carter, no derivó de la “salida vergonzosa de los Estados Unidos de Vietnam” sino del escándalo político interno provocado por Watergate.

En tiempos más recientes, George W. Bush fue reelecto en 2004 en medio de la guerra de Irak. Luego, el candidato republicano John McCain perdió ante el demócrata Obama debido al descontento por la con-ti-nui-dad del involucramiento estadounidense, no por haber ordenado el cese de las operaciones.

En esta línea de pensamiento, difiero de la opinión expresada por mi colega Manuel Díaz en su columna: ¿Quién gana y quien pierde en Afganistán? publicada en SDPNoticias. En ella, Manuel especula que la caída de Kabul y el consecuente desprestigio internacional de los Estados Unidos conllevará consecuencias internas para el gobierno de Joe Biden.

La historia de ese país ha demostrado que los votantes no castigan a un partido político por haber “ordenado la vuelta de las tropas” ni por haber cesado su intervención en un lejano y desconocido país. Quizá eso será motivo de descontento para un pequeño grupo perteneciente al estamento militar, o para aquellos analistas que aún entienden a los Estados Unidos como el policía del mundo y el adalid de la democracia, pero no así para la mayoría de los ciudadanos estadounidenses.

El presidente Joe Biden, al igual que lo hizo Nixon, ha puesto fin a una guerra interminable que ha absorbido miles de millones de dólares desde el inicial involucramiento en 2001.

En suma, si bien es altamente probable que el Partido Demócrata pierda la mayoría en el Congreso en 2022, las posibilidades de reelección de Joe Biden o de su sucesor no se verán afectadas significativamente por los sucesos en Afganistán.

Como bien expresó el expresidente de Estados Unidos Bill Clinton, en su campaña de 1992: “Es la economía, estúpido”, con independencia de lo que ocurra en un lejano país sin salida al mar oculto en el continente asiático.