Independientemente de la edad que hoy tengamos, compartimos la pertenencia a una generación a la que le relataron desde la escuela, libros y películas las atrocidades de las guerras, las terribles consecuencias de los genocidio, el dolor expansivo de bombas atómicas y accidentes nucleares junto con la condecoración de figuras representativas para la paz.

Nos vendieron la institucionalización de las Naciones Unidas y organismos internacionales como garantía de nunca más acercarnos al auto aniquilamiento como especie. Pero algo salió mal. Fue una estafa. Los andamiajes institucionales fueron tan flacos y los dientes tan ausentes, que con el tiempo viviríamos la llegada de Donald Trump, la política aniquiladora de Benjamin Netanyahu y la incapacidad de hacer cumplir las disposiciones internacionales sobre guerra.

La tendencia de centralización económica y política precede a las guerras. Al día de hoy, disfrutar lo votado en Estados Unidos se acerca a la realidad más plena de un poder sin límites donde ya sido eliminado el freno judicial que por sus efectos, pudo impedir la ejecución de medidas contrarias a la autonomía de los Estados o a derechos humanos.

A esto se suma un capítulo reciente que confirma cuán endeble fue el “nunca más” que nos vendieron: en enero de 2025, la Casa Blanca firmó una orden ejecutiva para catalogar a ciertos cárteles mexicanos como organizaciones terroristas extranjeras, habilitando el uso de herramientas propias de la guerra para perseguirlos. El Pentágono recibió instrucciones para preparar opciones militares, incluidas operaciones con drones y despliegues navales. Mientras tanto, se multiplicaron los vuelos de reconocimiento y espionaje —aviones RC-135, U-2 y P-8, así como reorientación de satélites— hacia la franja fronteriza. La presidenta Claudia Sheinbaum respondió públicamente: “no habrá invasión”, pero la tensión diplomática es palpable, y el marco legal que permitiría a Washington actuar unilateralmente ya está sobre la mesa.

Aunque no se ha ordenado el ingreso masivo de tropas, el efecto político es similar: la normalización de la fuerza como herramienta de política exterior. La generación que creció estudiando Hiroshima, Auschwitz y los discursos de la ONU contra la guerra presencia hoy cómo las fronteras se diluyen no por tratados de paz, sino por decretos ejecutivos y operaciones de inteligencia. Y así, el espejismo del “nunca más” se desvanece ante nuestros ojos, reemplazado por un presente en el que el vecino más poderoso del planeta se arroga el derecho de decidir qué enemigos combatir, dónde y cómo, sin importar cuántas veces repitamos que la soberanía no se negocia.

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El punto es que no hay certeza, más allá del soldado y la soldada qué Dios le dio a México, de que nuestro gobierno tenga preparación sobre las posibilidades de amenazas de guerra. En teoría, la existencia simple de ejércitos atiende a esa realidad pero en nuestro excepcional caso, las fuerzas armadas se concentran en el crimen, las fuerzas políticas se concentran en la Reforma electoral y la Reforma judicial mientras que las líneas sobre defensa y combate mantienen un gran vacío informativo, estratégico y aparentemente, operativo. Simplemente se piensa que no pasará.

En estos días arrancó en la Ciudad de México la XVI Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, organizada por la CEPAL en alianza con ONU Mujeres. Se celebra del 12 al 15 de agosto de 2025 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. El tema central es “Las transformaciones en los ámbitos político, económico, social, cultural y ambiental para impulsar la sociedad del cuidado y la igualdad de género”. Este es el principal foro intergubernamental regional para la igualdad de género en América Latina y el Caribe, donde se construye y actualiza la Agenda Regional de Género que guía políticas públicas concretas en favor de los derechos y la autonomía de las mujeres. Los intercambios siempre son valiosos y es un hecho que de esto, podrá lograrse algún tipo de avances. Sin embargo, la realidad es que los cambios topan donde la política disiente.

Por ejemplo, sobre prisión preventiva oficiosa y el daño de esta figura a las mujeres, exclusivamente a las mujeres más pobres y a las que están involucradas en acusaciones criminales por sus parejas o bien, bajo esquemas coercitivos de servicio. La ministra Ríos Farjat durante la última sesión de la Corte ha planteado la discusión de este tema, que sorprendentemente fue menos relevante que Lorenzo Córdova. El hecho es que poco sirven foros nutritivos y enriquecedor es con actores estratégicas si es que las medidas que más daño hacen a las mujeres, se mantienen vigentes a pesar de ese daño. Como si las mujeres fuesen el eterno “daño colateral” de las políticas en materia criminal.

X: @ifridaita